“Hay belleza en las ruinas para aquellos que la pueden ver”

Emmanuel Rajkumar

La pornografía de ruinas es un movimiento centrado en fotografiar escenas de la era post industrial. Vidrios rotos, paredes cayéndose a pedazos, muebles olvidados tal y como se usaron por última vez, centros comerciales solitarios, hospitales psiquiátricos con camas vacías y descompuestas por el tiempo, pianos cubiertos de polvo que han permanecido en silencio durante años, parques de diversiones abandonados que guardan una atmosfera de nostalgia y terror. Sitios mágicos que se encuentran en lo que los chefs de cocina llamarían su “punto dulce”, o sea en el mejor momento de descomposición.

Perseguir y fotografiar lo viejo es un entretenimiento que se ha vuelto adictivo. Muchos blogs y galerías en línea comparten estrategias para entrar a lugares prohibidos y abandonados. Se le ha llamado a este arte un mal necesario, un arte masturbatorio. Estos lugares inspiran, provocan, asombran, aterrorizan y tienen el poder de deleitar.

El término “pornografía de ruinas” (ruin porn) ha sido muy criticado, pero hay indicios de que este tipo de expresión apareció por primera vez en los años setenta relacionado con la comida (food porn). En esa época se hacía uso del término para dar a entender el daño que hacía consumir comida chatarra, comparándola directamente con la pornografía. Pero en el año 2000 cambió su connotación para describir la comida que es preparada y presentada de una manera estética. A partir de ese momento, las redes sociales se vieron inundadas por este tipo de fotografías. El mismo termino y modalidad se ha utilizado para otras industrias.

Si bien el término “pornografía de ruinas” está de moda en este momento, la primera vez que se le mencionó fue con el nombre de “valor de las ruinas” y se refería a la teoría propuesta por Albert Speer, el arquitecto alemán favorito de Adolf Hitler, mientras se preparaba para las olimpiadas de 1936 en Berlín. Su argumento fue que la arquitectura del Tercer Reich debía de ser construida para que, en su proceso natural de descomposición, aun después de cientos o miles de años, el monumento permitiera “comunicar las inspiraciones heróicas del Tercer Reich” justo como las ruinas antiguas de Grecia o Roma. Se podría especular que todos estos lugares fueron construidos con dicho enfoque, dado que siguen moviendo emociones particulares aún en su etapa de devastación.

La ciudad de Detroit, en Estados Unidos, alguna vez uno de los lugares más prósperos del mundo, fue declarada en bancarrota el 18 de julio del 2013, sólo para volverse la capital de la pornografía de ruinas. La deuda municipal más grande en la historia de Estados Unidos, de más de 20 mil millones de dólares, había detonado una cadena de juicios hipotecarios que resultaron en miles de edificios y casas abandonadas. La población emigró debido a la falta de trabajo y a la desindustrialización, que se llevó a muchas fabricas del centro a los suburbios. El racismo y la política también jugaron su parte. La ciudad número uno de Estados Unidos en población en 1950, con 1.8 millones de habitantes, para 2013 sólo tenía 700,000.

Mucha gente vio arte en esa desgracia y Detroit se convirtió en una de las ciudades más fotografiadas del mundo por la narrativa de sus ruinas de abandono. Las imágenes dicen más que mil palabras y en este caso documentan las consecuencias físicas de una economía fallida.

El movimiento fotográfico de la pornografía de ruinas ganó reconocimiento en los años noventa, cuando el fotógrafo chileno Camilo José Vergara publicó sus libros The New American Ghetto (Rutgers, 1995) y American Ruins (Monacelli, 1999). Una década después, los fotógrafos Yves  Marchand y Romain Meffre profundizaron el interés hacia el tema con su libro The Ruins of Detroit (Steidl, 2010).

Este tipo de fotografía se enfoca en el contraste de la luz, acercamiento a los detalles y tomas largas. Es diferente de la fotografía histórica en arquitectura en que no trata de comparar el pasado con el presente, sino simplemente muestra el estado actual del objeto y cómo se ha dilapidado.

¿Pero qué es en realidad lo que nos llama la atención? ¿Es su impermanencia o sólo una morbosa curiosidad?

No hay mucha evidencia al respecto, pero se pueden identificar seis conceptos psicológicos que pueden ayudar a entender este gusto por lo decadente.

 1. Reverso Hedónico

Imagínese usted mismo viendo una película de terror, sentado en la orilla de su asiento, atemorizado, anticipando cuándo el asesino matará a su víctima. Ahora trate de recordar esos momentos en los que se sintió triste y tocó la lista de canciones que más le conmovían para poder llorar a gusto. Todas estas cosas tienen algo en común: son horribles, dolorosas, tristes o nos asustan… pero nos gustan. ¿Es acaso porque somos masoquistas?

Lo que experimentamos se llama reverso hedónico y consiste en percibir una experiencia no placentera como si lo fuera. Lo que nos gusta es enaltecer las emociones en nosotros mismos, o lo que algunos llaman masoquismo benigno.

Existen dos teorías para explicar por qué buscamos estos sentimientos negativos y qué nos hace disfrutarlos. Éstas son la teoría del proceso oponente y la teoría de coactivación-distanciamiento.

Teoría del proceso oponente

Esta teoría dice que por cada proceso placentero, o no placentero, se activa una reacción inversa en nuestro organismo, y es así como el cuerpo alcanza un balance. Cuando entramos en una casa de los sustos, el sentimiento inicial es de terror; pero al salir experimentamos un sentimiento más prolongado de placer que el susto inicial. Eso es el reverso hedónico y explica por qué los seres humanos buscamos vivir a ratos estímulos negativos que nos lleven luego a experimentar el placer de liberarnos de ellos.

Teoría de la coactivación – distanciamiento

No hay una razón lógica para explicar por qué una imagen que muestra un lugar destruido debiera causarnos placer; pero un estudio del año 2013 dirigido por Paul Rozin, profesor de psicología de la Universidad de Pennsylvania, encontró que trabajos creativos tristes, incluyendo pinturas y fotografías, producen abundante placer en los seres humanos.

En este estudio se utilizan diversas escalas para medir tristeza, miedo y tolerancia al picante basadas en la reacción física de las personas a ciertos estímulos. En el primer caso, la tristeza se mide en base al llanto de los sujetos ante ciertos tipos de música, películas y novelas. En el segundo caso, se calcula el miedo antes los mismos estímulos en base a la intensidad del ritmo cardiaco. En el tercer caso, se mide la resistencia del sujeto al picante en base al ardor que se reporta en la boca y a señales tales como ojos llorosos y sudoración. El estudio concluye que experimentar cosas tristes, alarmantes o desafiantes, junto con las reacciones defensivas del cuerpo, como llorar, enchilarse o sentir el ritmo cardiaco, detona en el ser humano la sensación de placer. (Paul Rozin et al, “Glad to be sad and other examples of benign masochism”, Judgement and Decision Making, Vol. 8, No. 4, Jul 2013, pp. 439-447).

Hace algunos años, mientras comía una salsa muy picante frente a mi hija de 5 años, y me quejaba del ardor en la garganta, ella me preguntó “¿mamá, por qué sufres? Ya no la comas”. Ella era demasiado pequeña para explicarle que, según la teoría de Rozin, los estímulos negativos que no representan un verdadero peligro, como la sensación de enchilarse, causan placer a los seres humanos. Lo mismo ocurre con las películas de terror. Al saber el espectador que los monstruos no son reales, el miedo se experimenta en un contexto de seguridad. En este caso, el placer no viene inducido por la tranquilidad de eliminar una sensación de peligro inicial, sino del gusto de saber que el peligro no es real. A las personas nos gusta participar en este tipo de aventuras alarmantes por la sensación de que aprendemos algo, tal como ocurre con los videojuegos, donde se pone a prueba nuestra capacidad de sobrevivir en una situación de estrés.

2. La Tragedia Paradójica

Esta teoría dice que entre más triste es la experiencia, mayor es el disfrute. ¿Como explicarlo? Pues bien, a las personas nos gusta que nos conmuevan. Y el observar algo trágico invariablemente nos mueve a comparar nuestra vida bajo una luz más positiva. Esta teoría se aplica a la pornografía de ruinas: al ver una ciudad abandonada y destruida sentimos nostalgia, pero al mismo tiempo nos alivia vernos reflejados en ella. Eric G. Wilson, autor del ensayo “Todos aman un buen choque de tren: por qué no podemos apartar la mirada” (Sarah Crichton Books, 2013) dice “estamos enamorados de las ruinas, entre más profunda sea la oscuridad más deslumbrante nos resulta…”. Wilson formuló su teoría después de los atentados terroristas de Nueva York del 2001, cuando se dio cuenta de que ver la desgracia de otros puede resultar reconfortante al sentirnos aliviados de que nosotros no estuvimos en esa situación. De acuerdo con su hipótesis, cuando vemos una desgracia nuestro pulso se acelera, algunos químicos en nuestro cerebro se sueltan, sentimos la adrenalina de ser testigos de algún tipo de violencia, real o ficticia. En otras palabras, sentimos emoción a expensas de la desgracia de otros. “La aflicción puede revelar lo más sagrado de nuestras vidas y es esencial para nuestra alegría” dice Wilson. Incluso llega a afirmar que la morbosidad es una herramienta útil en nuestro proceso evolutivo.

3. Lo malo es más fuerte que lo bueno

La superioridad de la negatividad como medida de la mente humana para clasificar a personas y sucesos se confirma en varios estudios de psicología. En su libro El poder de lo malo (Penguin press, 2019) Roy Baumeister explica por qué nuestro cerebro está construido para enfocarse en eventos malos y no en eventos buenos. El que nuestro cerebro reptiliano funcione así mantuvo a nuestros ancestros alerta ante los peligros, pero distorsiona nuestra perspectiva del entorno hoy en día, cuando ya no existen dichos peligros. Sin embargo, una vez que reconocemos esa tendencia, nuestro cerebro racional puede superar el sesgo por lo negativo y emplear ese mismo poder para impulsarse hacia mejores metas. Malas situaciones y emociones crean grandes incentivos para volvernos mas fuertes y mas grandes ante las adversidades. Bien entendido, lo malo puede ser perfectamente manejado. Esto mismo lo confirma Bessel Van der Kolk en su libro The Body Keeps the Score: Brain, Mind and Body in the Healing of Trauma (Penguin Books, 2014, cap. 3), cuando afirma que existe un área del cerebro llamada cortex medial prefrontal, que es la única capaz de ejercer el autoconocimiento y por lo tanto cambiar su interpretación de los hechos. Esta toma de conciencia de uno mismo se llama interocepción y significa que podemos aprender a controlar nuestros estados de ánimo.

En el caso de la pornografía de ruinas, es posible que la destrucción física de los inmuebles sea percibida como la sombra de eventos malos, los cuales nos atraen al igual que los noticieros de nota roja. Pero tal vez, como especula Baumeister, la fijación negativa puede servir como una función positiva para nuestra evolución.

4. Las violaciones benignas

Peter McGraw de la Universidad de Colorado, desarrolló el concepto de las violaciones benignas.  En un escenario inofensivo, si alguien viola una norma moral, pero nadie resulta lastimado, el comportamiento puede ser aceptable. Para McGraw la distancia psicológica con respecto a un evento juega un papel de moderador entre lo que se considera bueno o malo. McGraw ha mostrado que la seguridad, usualmente derivada de la distancia física o psicológica, puede convertir algo amenazante en algo chistoso. Esto explica por qué los residentes de Detroit detestan la fotografía de la pornografía de ruinas, mientras que la gente ajena a esa ciudad aprecia dichas imágenes. McGraw cita cuatro tipos de distanciamiento: espacial, social, mental y temporal. Así que, si vive usted lejos de Detroit o no tiene ningún lazo con ella, es más probable que disfrute el trabajo de la pornografía de ruinas más que los propios habitantes de esa ciudad. (Peter A. McGraw, Caleb Warren, “Benign violations: Making immoral behavior funny”, Psychological science, 2010, vol. 21, no 8, pp. 1141-1149).

5. Schadenfreude

El idioma inglés se ha apropiado de esta palabra alemana para describir el placer que acompaña la mala fortuna de otros. Por ejemplo, se ha encontrado evidencia en investigaciones hechas a los fans de los Yankees y los Red Sox, de que al perder el equipo contrario se activan áreas neuronales relacionadas con el placer. Los fans del béisbol experimentan la envidia y el resentimiento contra el equipo contrario, las cuales son dos fuentes de una misma emoción. Lo curioso es que al mismo tiempo experimentan empatía por los fans del equipo perdedor.

Aquellos que disfrutan de fotografías de lugares en decadencia no necesariamente sienten el mismo tipo de placer por la ciudad arruinada y la desgracia de la gente. Algunos pueden llegar a tener un sentimiento de superioridad, particularmente si ven la ruina como resultado de elecciones políticas a las cuales se opusieron. Un estudio del 2009 realizado por David J.Y. Combs y otros, del Departamento de Psicología de la Universidad de Kentucky, encontró que los participantes con afiliaciones fuertes a un partido político experimentan schadenfreude cuando el partido político de sus rivales sufre debido a malas decisiones que afectaron a la gente. Esto es claro en eventos como la caída de la economía, crisis hipotecarias o la baja de tropas militares en una guerra. Las imágenes de la pornografía de ruinas posiblemente detonen esta misma reacción. (David J. Y. Combs et al, “Politics, schadenfreude, and ingroup identification: The sometimes happy thing about a poor economy and death”, Journal of Experimental Social Psychology, 2009, vol. 45, No. 4, pp. 635-646).

6. Miedo al aburrimiento

El aburrimiento es un gran estímulo para el pensamiento, pero hoy en día, con el sinfín de distracciones digitales que nos rodean, estar aburrido es un bien en extinción. En un estudio publicado por la revista Science, varios psicólogos de la Universidad de Virginia en Charlottesville descubren que la gente prefiere ser electrocutada a quedarse a solas con sus pensamientos. En dicho experimento, varios estudiantes son sometidos a periodos prolongados de pensamiento retirándoles sus pertenencias y pidiendo que se queden a solas en cuartos individuales durante 6 a 15 minutos. A un segundo grupo de estudiantes se le permite salir a divertirse, comer o jugar un deporte, y al final ambos grupos deben calificar qué tanto disfrutaron la experiencia. Sin lugar a dudas, los que se quedan encerrados reportan un nivel mayor de aburrimiento. Pero después a ambos grupos se les somete a 15 minutos de asilamiento individual en un laboratorio, donde tienen la opción de apretar un botón y darse choques electricos si así lo desean. Los resultados son sorprendentes. Aun cuando los participantes habían declarado que preferían pagar dinero a ser electrocutados, el 67% de los hombres y el 25% de las mujeres decidieron electrocutarse a sí mismos con tal de evadir el aburrimiento. (Timothy D. Wilson et al, “Just think: The challenges of the disengaged mind”, Science, 4 Jul 2014, vol. 345, no. 6192, pp. 75-77)

Dado que la pornografía de ruinas consiste en imágenes impactantes y tenebrosas, es razonable pensar que muchas personas la consideran como una forma de choque eléctrico o sacudida al sistema, que representa una forma digital de distracción que sirve para escapar del aburrimiento.

No hay un límite a las teorías que tratan de explicar por qué estas imágenes fascinan a sus espectadores, pero al final, como decía Picasso, “todo acto de creación es primero un acto de destrucción”. A fin de cuentas, aceptar que algo está roto es también la llave a su transformación.

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