I

Un mundo sin arte

Imaginemos por un instante que repentinamente el mundo perdiera todo el arte que existe. Desaparecerían todas las pinturas de los muros de las casas, toda la publicidad (con el arte gráfico que suele utilizarse para esos fines), en las calles, en las tiendas, en la televisión, en Internet, en los empaques de comida y en las bebidas. Se esfumarían las estatuas y las esculturas de las rotondas, los parques, los patios y jardines públicos; no habría edificios con un estilo arquitectónico original, sino que todas las construcciones parecerían cajas de zapatos. No habría literatura o poesía, por lo tanto, no tendríamos libros, librerías o bibliotecas; en el lenguaje oral no se narrarían historias ni habría una forma poética de hablar en las personas. Desde luego, no sería posible escuchar, en ninguna parte, una canción o una pieza musical. Se extinguirían todos los museos, las salas de conciertos, de danza y de ópera. Los niños no dibujarían en las escuelas o en sus casas, por las tardes. No habría fotografías, películas, series o videojuegos. En suma, la gente carecería de imaginación. Sin imaginación no habría fantasía ni ciencia ficción y todo estaría irremediablemente apegado a la realidad. El mundo, sin lugar a duda, se convertiría en una ruinosa distopía. Un lugar inhabitable. Entraríamos en una era mucho más oscura de la que se vivió en los años más lóbregos de la Edad Media (aquel tiempo en el que los monjes, en los monasterios perdidos de algunos sitios de Europa, luchaban por conservar, a través de los cantos gregorianos, la música sacra). 

“Rueda de bicicleta”, Marcel Duchamp

En el prefacio de El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde escribió acerca de la inutilidad del arte. Que el arte no sea útil parece una aseveración inquietante. Pero a lo que Wilde se refería era a su inutilidad práctica. El arte no tiene la utilidad de un destapa corchos o una llave de tuercas.

El célebre dramaturgo rumano (nacionalizado francés), Eugène Ionesco, decía que, si fuera absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvieran para algo, sería para enseñarle a la gente que hay actividades humanas que no sirven para nada pero que es indispensable que las haya. Pienso en el arte, pero también en la filosofía y en otras disciplinas y actividades. En realidad, Wilde y Ionesco sabían muy bien que la función del arte es una de las más poderosas que existen. El arte es esencial para la vida porque es un antídoto contra el sufrimiento y porque cumple un rol individual y social fundamental.

Los seres humanos no somos capaces de soportar demasiada realidad, es por eso por lo que constantemente buscamos formas que nos lleven, aunque sea mentalmente, fuera del escenario que nosotros interpretamos como la realidad. Gracias a las personas creativas y a sus creaciones, podemos tener, en medio de la cotidianeidad, vidas más felices o, como decía Borges, algunos momentos de serenidad (para Borges la serenidad era una forma de felicidad).

Una de las funciones más importantes del arte tiene que ver con la función histórica que ha cumplido para transmitir las ideas visualmente, que es la manera en la que nos resultan más atractivas. Desde las primeras pinturas que hicieron los cristianos primitivos en las catacumbas romanas, hasta las grandes obras del arte sacro, el arte ha sido el instrumento más poderoso de la cristiandad para transmitir su mensaje. Las imágenes de la crucifixión y la emblemática estatua de buda, por poner sólo dos ejemplos religiosos, han sido reproducidas millones de veces a lo largo de los siglos, con el propósito de inspirar y de mantener viva la religión.

La última cena, Leonardo Da Vinci
El gran Buda de Leshan

Dentro de la propaganda política, los comunistas fueron especialmente hábiles en la utilización del arte con propósitos de adoctrinamiento político. Pensemos tan solo en las pinturas y estatuas de la extinta Unión Soviética o Cuba, o en los murales de Diego Rivera o de Orozco en México. Pensemos también en la publicidad repleta de arte gráfico que las empresas han utilizado para fomentar el consumo de sus clientes potenciales. El capitalismo también se ha valido del arte y, como ningún otro sistema económico, ha obtenido beneficios de la especulación de obras artísticas.

En 1801, Jacques Louis David pintó el famoso cuadro de Napoleón cruzando los Alpes en un hermoso caballo de guerra de color blanco. Claramente, este cuadro, como muchos otros de la época, buscaban hacer una propaganda política a favor del emperador francés y de las guerras napoleónicas. La realidad es que, si bien Napoleón cabalgaba magníficos caballos, no cruzó Los Alpes en ese caballo, sino en un caballo como el que lo pintó Paul Delaroche, en 1848 (la pintura de la derecha).

En 1833, el escritor francés, Théophile Gautier, publicó un revolucionario ensayo en el que decía que el arte debe estar libre de cualquier influencia que no sea la de hacer arte por el arte o, como solemos decir, “por amor al arte”. En este sentido, los románticos pensaban que el arte no debe querer cambiar nada ni hablar de nada. Sólo ser eso, arte. En la práctica eso no sucede, el arte se emplea todo el tiempo con otros fines.

En 1917, el pintor y escultor francés (naturalizado estadounidense) Marcel Duchamp, pensaba que el verdadero arte debe permanecer fuera del establishment, es decir, fuera del conjunto de personas, instituciones y entidades influyentes en la sociedad o en un campo determinado, que procuran mantener y controlar el orden establecido. Por consiguiente, el artista debe evitar que su arte termine utilizándose como propaganda política o religiosa o como herramienta de adoctrinamiento de cualquier índole o como publicidad comercial.

“Hombre en la encrucijada”, Diego Rivera, Palacio de Bellas Artes
Estatua del dictador soviético Iósif Stalin ha emergido del fondo de un pantano de la región rusa de Cheliábinsk, en los Urales

El arte ha estado siempre presente como una eficaz herramienta de transmisión de ideologías, pero también como una forma en la que los individuos podemos conectarnos entre nosotros. Es la única manera en la que podemos penetrar en la cabeza y en las emociones de otra persona, es decir, en el mundo interno de los artistas. Gracias al arte podemos conocer sus mundos imaginarios y compartir sentimientos, emociones, miedos y esperanzas.  

II

¿Que es el arte?
(Una aproximación)

Buscar la definición del arte es entrar en una nebulosa. No existe una forma concluyente para definirlo. No es sólo una actividad, sino algo mucho más amplio. El arte es como la verdad, nadie la posee por completo, pero cada uno tiene una parte y, entre todos, tenemos la gran verdad.

«Jesús con la Cruz a cuestas» © Madrid, Museo Nacional del Prado

Grandes artistas han manifestado algún tipo de definición sobre la obra de arte o la actividad artística:

***

Pierre Auguste Renoir (escultor francés): “Voy a decirles lo que creo que son las dos cualidades de una obra de arte… En primer lugar, debe ser indescriptible y, en segundo lugar, debe ser irrepetible.”

Gustave Flaubert (novelista francés): “Ama el Arte. De todas las mentiras es, cuando menos, la menos falaz.”

Marc Chagall (pintor ruso): “El arte es sobre todo un estado del alma.”

Terence Stamp (actor británico): “El arte debe elevar, no complacer.”

Woody Allen (cineasta estadounidense): “Uno siempre está intentando que las cosas salgan perfectas en el arte, porque conseguirlo en la vida es realmente difícil.”

Ricardo Piglia (escritor argentino): “El arte es extrañamiento: una manera nueva de mirar lo que ya vimos.”

Amélie Nothomb (escritora belga): “Detrás de toda obra se esconde una pretensión enorme, la de exponer tu visión del mundo.”

Arnold Schönberg (compositor, pintor y teórico austriaco): “Si es arte, no es para todos, y si es para todos, no es arte.”

William Somerset Maugham (médico, narrador y dramaturgo británico): “Sólo el amor y el arte hacen tolerable la existencia.”

***

Durante una entrevista, el reconocido cineasta ruso Andrei Tarkovsky intentó definir al arte. Su aproximación al significado del arte es la que hace una mayor resonancia conmigo.

Andrei Tarkovsky: Películas, biografía y listas en MUBI
Andrei Tarkovsky

Para Tarkovsky, antes de definir al arte, hay que responder a otra pregunta: “Qué significa la vida del hombre en la Tierra?” Tal vez estamos aquí para mejorarnos espiritualmente. Si nuestra vida tiende hacia ese enriquecimiento espiritual, el arte es una manera de hacerlo. El arte debe ayudar al hombre en este proceso. Tarkovsky, que era agnóstico, no creía que el arte fuera como cualquier otra actividad intelectual. Por el contrario, pensaba que el conocimiento nos distrae de nuestro principal propósito en la vida: “Entre más sabemos, menos sabemos”, decía. Al hacer más profundo nuestro conocimiento, éste se hace más estrecho. El arte enriquece las propias capacidades espirituales del ser humano. Y entonces, puede elevarse sobre sí mismo para utilizar eso que se conoce como libre albedrio. Lo anterior no significa que el conocimiento sea negativo, sino que no debemos dejar que, en cuanto al arte se refiere, el conocimiento se imponga sobre la obra artística.

III

La utilidad del arte
¿El arte puede salvarnos?

Somos nosotros, los seres humanos, los únicos seres en la Tierra capaces de crear conceptos y símbolos que nos permitan transformar la realidad.

Somos seres que vivimos entre la virtud y la carencia, entre Dios y la Nada. En la religión cristiana, la salvación significa que la Fe en Jesucristo puede rescatar a los creyentes de la eterna separación de sus almas con Dios. El islam y las demás religiones tienen también sus propias vías de salvación.

Sin embargo, existe otro tipo de salvación y es la que nos mantiene sensatos en un mundo lleno de insensatez. Un mundo donde las personas, muchas veces, tenemos vidas duras y necesitamos ser redimidos en esta misma vida, no en la siguiente, en caso de que ésta exista. El problema del ser humano es la misma existencia. Descubrir para qué existimos y encontrar un sentido entre lo que somos y lo que deberíamos de ser se presenta como un dilema. Vivimos en una constante crisis moral. La filosofía se ocupa de reflexionar acerca de esos problemas y el arte también lo hace, pero a través de otro camino. El arte es una herramienta que nos ayuda a lidiar con los problemas existenciales, la soledad, el desamor, el rechazo y la incertidumbre y a comunicarnos con nuestro interior, pero también que nos llena de esperanza. Mirar una obra de arte con atención puede, por un instante, cambiar nuestro estado emocional y encontrar un nuevo sentido a la vida. Hacer nuestra vida un arte es la forma que tenemos de salvarnos mientras vivimos.

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Música en los balcones de Italia durante la Pandemia

El punto más alto de la pandemia de Covid-19, cuando una parte importante del mundo estaba confinado, fue una excelente oportunidad para reflexionar acerca de lo que el arte y la cultura significan durante las situaciones de crisis. Mucha gente se salvó de caer en fuertes depresiones gracias a las diferentes expresiones artísticas. Recuerdo que, en Italia, durante los días de mayor mortalidad de la pandemia, había personas que cantaban ópera desde sus balcones para sus vecinos, confinados igual que ellos y el sentimiento de solidaridad que se generaba en los barrios era asombroso. Yo creo que todas las manifestaciones artísticas se reunieron durante la pandemia de maneras distintas alrededor de todo el mundo.

El arte es indispensable para la preservación de las culturas. A través de la pintura y de la literatura podemos saber cómo era la vida antes de que existieran la fotografía y el cine. Su propósito es proporcionarnos la capacidad de asombro y de goce a las personas que hacemos un esfuerzo por buscarlo y por mirarlo con una mente abierta y con un espíritu libre. El arte debe cuestionar al poder y proponer sociedades más justas. El arte debe ayudarnos a vivir mejores vidas. El arte, seguramente, no va a salvar al mundo de la violencia y del cambio climático, pero puede crear una mayor conciencia de la humanidad y eso sí puede cambiar poco a poco las cosas. El arte puede abrir las conciencias. Por consiguiente, el arte sí puede y de hecho lo hace, un mundo mejor. El arte de lo que puede salvarnos es de nuestra propia locura.

IV

La belleza en el arte
¿Existe un arte mayor y arte menor?

Los conceptos de lo que es bello y lo que es feo, de lo que es bueno y lo que es malo, son subjetivos. Dependen siempre de la psicología de las personas que lo juzgan, de su origen étnico, de su cultura, de la época que les tocó vivir y de muchos otros factores. El arte no sólo está ligado a la belleza, sino a la autenticidad. Entre más expandida es la cultura y la conciencia de una persona, mayores serán sus capacidades para apreciar la belleza que se encuentra oculta en todas las cosas (aun en las cosas más feas). Así, las cosas que antes parecían desagradables, a una persona con más cultura y conciencia, ahora pueden parecerle atractivas.

Hay obras de arte que nos producen distracción o una sensación de paz, pero que no van mucho más allá de eso. Admirar esas obras de arte está bien. Es arte poco profundo. En el arte, podemos entender la profundidad como aquello que el autor no ha dejado explícito en la forma en la que ha concebido la obra, sino que ha conseguido dejar las claves o el estímulo para que el espectador o lector (en el caso de una obra literaria, por ejemplo, pero también en todo tipo de obras de arte) pueda ahondar más para encontrar eso que está oculto (en pintura, pienso en las obras de Salvador Dalí y en las de la pintora mexicana Remedios Varo, cuyas pinturas contienen una simbología muy compleja). Eso significa que debajo o detrás de su propuesta artística el autor quiere comunicar algo que la obra, por sí misma, no puede comunicar, sino que requiere de la interpretación del espectador o del lector. Hemingway decía que un cuento debe ser como la punta de un iceberg. En su teoría, en un cuento (pero esto mismo se puede emplear en cualquier obra de arte), se debe omitir algo y ese algo fortalecerá la historia. De tal manera que la forma artística de la obra y las complejidades matizadas en la misma, junto con su simbolismo, operen bajo la superficie. Es así como la profundidad de una obra no está en lo que se muestra, sino en lo que se omite.

“Desde el Renacimiento hasta nuestros días”, Remedios Varo.

Hay obras que suelen ser brillantes y terribles al mismo tiempo y que no nos producen una sensación de paz o felicidad, sino de un completo desconcierto. Pensemos en las tristes sonatas de Frederick Chopin o en las melancólicas piezas de Erik Satie. Hay otras obras que son horribles de ver, pero que ocultan, en medio de su horror, una particular belleza, como los cuadros de Goya, la novela “La carretera”, de Cormac McCarthy o el ensayo “Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes” de Thomas de Quincey (ésta última, obra de humor negro que buscaba la provocación, porque provocar es también uno de los fines que persigue el arte).

“Saturno devorando a su hijo”, Francisco de Goya.

El buen arte, aunque pude ser muy complejo, también puede ser muy sencillo y, al mismo tiempo, tener una enorme calidad. No siempre queremos mover tectónicamente nuestras fibras interiores, algunas veces estamos frágiles y otras sólo queremos un poco de paz. Pensemos en un haiku (poesía japonesa) o en los versos de Whitman:

“Creo que una hoja de hierba no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra (…).

“Hojas de hierba”, Walt Whitman.

El arte no siempre tiene que ser serio, el arte también es sobre creatividad y diversión. El arte puede ser físico y, en nuestro tiempo, puede ser digital.

¿Quién puede juzgar qué es arte y qué no lo es? ¿Sólo los críticos de arte? ¿Sólo los expertos? Antes, eran los gremios los que decidían qué era buen arte y qué no. Con frecuencia, los críticos creen ser los únicos capaces de valorar una obra de arte. La verdad es que el arte, cuando se convierte en un producto para las élites, pierde su parte esencial. El arte debe ser democrático. Cualquier persona puede acercarse a una obra de arte y decidir, por sí misma, si es una buena obra de arte o no. Si la obra le deja ver su corazón, siempre será buen arte para esa persona. El arte consiste también en la comunicación que se da entre el destinatario de la obra y el artista, sin que medien las palabras o las explicaciones, convirtiéndose ésta en una comunicación que se de en un plano más espiritual.

Ahora, conviene referirnos un poco a las obras maestras o las chefs-d’œuvre, que son las que ponen un fuerte énfasis en el virtuosismo de la obra. Una obra maestra no sólo posee calidad, sino que tiene una calidad extraordinaria que resiste a las modas y al paso del tiempo. Nadie puede pintar una obra que se asemeje a la “Monalisa” de Da Vinci o esculpir “La Piedad” de Miguel Ángel. Sólo hay un escultor como el mexicano Javier Marín y una pieza musical como el “Piano Concerto No.3” de Rachmaninoff.

“La Monalisa”, de Da Vinci.
“Cabeza”, bronce a la cera perdida, de Javier Marín
Partitura del “Piano Concerto No.3” de Rachmaninoff

V

Conclusión

El artista es un creador que siempre tiene una postura frente al tema de su creación. Es una persona que necesita compartir su visión sobre cualquier cosa. El arte puede surgir de cualquier persona que tenga la necesidad urgente de responder a una pregunta y, a partir de ésta, de expresar un sentimiento, una emoción o una idea. Una cosa es la vocación del artista y otra su talento. La vocación es un llamado para crear algo y el talento es la capacidad que tiene para hacerlo. El mejor artista es el que tiene vocación, talento y la férrea disposición para trabajar todo lo que sea necesario en una obra que, en principio, es inútil, pero que, al final de cuentas, es lo más útil que existe.

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Juan Francisco Hernández
Nació en la ciudad de México en 1971. Es tuxpeño por adopción. Sobrino-nieto de Enrique Rodríguez-Cano, durante su adolescencia, vivió en el puerto de Tuxpan, donde estudió parte de la secundaria y de la preparatoria, y donde también trabajó en los ranchos ganaderos, “Los Rodríguez” y “Los Higos”. Más adelante, estudió la licenciatura en administración, una maestría en administración pública y ciencias políticas y cursó, parcialmente, el doctorado en letras modernas. Tiene cursos y diplomados en economía, finanzas bursátiles, creación literaria y guion cinematográfico. Ha dividido su carrera profesional entre el sector bursátil, la literatura, la fotografía documental, la fotografía de retratos y la fotografía urbana, y la docencia. Entre 2005 y 2006 colaboró como promotor cultural en el gobierno municipal de Tuxpan. Ha publicado cinco novelas cortas y un libro de cuentos (con los pseudónimos Juan Saravia y Juan Rodríguez-Cano). Ha publicado más de treinta relatos cortos en diversas revistas especializadas y más de un centenar de artículos. Ha ganado diversos premios literarios, entre ellos, el «XIV Premio de Narrativa Tirant lo Blanc, 2014», del Orfeó Català de Mèxic. Su novela «Diario de un loco enfermo de cordura», publicada por Ediciones Felou, en 2003, recibió una crítica muy favorable por parte de la doctora Susana Arroyo-Furphy, de la Universidad de Queensland, Australia, y su novela «El tiempo suspendido» fue elogiada por la actriz mexicana, Diana Bracho. Su novela anterior y la novela «La sinfonía interior», publicada por Ediciones Scribere, en Alicante, fueron traducidas al francés y publicadas en Paris, Francia. Ha sido colaborador del diario Ruíz-Healy Times (México), El Diario de Galicia (España), Revista Praxis (Tuxpan, México), Diario Siglo XXI (Valencia, España), Revista Primera Página (México), El coloquio de los perros (Cartagena, España), Revista Nagari (España), Revue Traversees (Luxemburgo-Bélgica), y otros medios. Desde hace 11 años vive en Bélgica, donde es profesor de español (titular de la maestría, por parte del Departamento de Idiomas), orientado a estudiantes de ciencias políticas, ciencias de gestión y ciencias humanas, en la Universidad Católica de Lovaina.