Encaminas tus pasos al Taller de Crónica que aceptaste dar en ocho sesiones. Titubeas: ¿Qué vas a enseñarles cuando sientes un fracaso en tu profesión? Perdiste el tiempo en el oficio de escribir y leer, indistintamente. Eso que no se perdona. Llegaste tarde al género periodístico. La crónica no es un artificio de la rapidez, es un lento proceso de inquietudes diversas. Es un asunto de verdades sin medias tintas, con claroscuros, sí, pero siempre reveladores. Es un encuentro con lectores aviesos de historias donde la violencia, por ejemplo, ronda las nucas y la cotidianidad se convierte en vértigo en un mundo confuso, perdido en lo banal. Cronicar un fracaso es siempre más revelador que un éxito. Lo empezaste a comprender con 41 años de existencia en el oficio.

Son diez jóvenes entre 24 y 50 y más años que miran expectantes al profesor que eres tú. Llegas con una orden de los días en apenas tres cuartillas:

Un viaje a través de la crónica como un recorrido lento y veloz por el género periodístico que ha revolucionado a la literatura los últimos años. Sesiones para asimilar el estudio en un curso proactivo, con lecturas y trabajo práctico. No es  para aflojerados. El único requisito es interés por leer y escribir creativamente, sin importar oficio, profesión o carrera que cursen. Porque escribir es practicar el arte de la lectura, nunca al revés. Dos horas de clase intensa. El uso o abuso de la crónica depende del nivel cultural con que lleguen al taller. La crónica no tiene límite, pero sí método y atención en los detalles para abordar la realidad. Sí: eso es lo que aprenderemos.

       ¡Iniciamos!

        Desde el primer día de clase se rompe  el orden porque el grupo es avezado en letras. Jóvenes escrutadores que miran con atisbo y malicia al profesor. Tu propuesta era un garabato donde la idea se pierde con la realidad del colectivo: tienen hambre narrativa, de expresar movimientos sutiles del ser humano en sus contradicciones. Ninguno de ellos es un improvisado. Tu primer error: confundir a Virgilio Gonzaga como novato cuando ya tiene libros publicados y su prosa es apocalíptica, sin concesión a los sutiles y mediocres métodos de la enseñanza. Segundo error: calificar a Diana Meza de equivocada en su primer texto –le dijiste costumbrista–, de una mujer que adjetiva en su crónica de pueril, liosa y venenosa. No te lo perdonas porque Virgilio y Diana crecen en sus propuestas literarias como peces en tierra acuosa. Ni siquiera lo advertiste. No erraste con Genoveva Castro: la búsqueda de identidad la viene encontrando en un país extranjero, Estados Unidos, y la ha llevado al rescate y recuperación de mexicanos creativos, trabajadores sobrevivientes de su cultura, a golpes de nostalgia. Sus temas la llevarán –no dudas–, a la concreción de un libro sobre migraciones. Los laberintos de la soledad acompañan a los solitarios. Ser extranjero es un beneficio a la otredad que es el mundo.

¿De qué sirve tu introducción a la crónica desde Bernal Díaz del Castillo hasta las redes sociales? Ese repaso por las principales corrientes del periodismo y la literatura que ha dado a la crónica mayoría de edad. O  la crónica como género para abordar la novela testimonial, biográfica o el ensayo híbrido. Asumes que erraste en dar una mínima biografía y formas de trabajo de las sesiones que prosigan.  Sí, para la crónica se necesita enjundia y perseverancia, observación y conocimiento del lenguaje. Dime qué escribes y te diré el nivel de cronista en que te convertirás… Sí, pero los alumnos avezados saben eso. Son adelantados en sus causas del aprendizaje. No son los abajo oyentes. Son los arriba opinan…Y tuviste que cambiar tu método. Te asumiste  tutor y terminaste envuelto en el oropel del juego que terminó en afrentas contigo mismo, por tu inseguridad. Aun así, te incorporas sin culpa a la comprensión de la crónica donde la experiencia exige que las palabras duelan. Escribir con saña para entender con la razón fría, sin emociones edulcoradas que nada aportan.

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Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia

Era un placer y temor encaminarte a la calle Nuevo León, hacia el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia –la vieja casona que una de las participantes, Cecilia Rivadeneyra describe como estilo colonial tardío en uno de sus primeros abordajes de la tarea pedida–; el profesor que inicia su propio curso de aprendizaje, aquel que el colectivo impone con sus pasos firmes hacia sus conocimientos adquiridos a golpe de la tecla de la computadora. Dices golpes a la computadora porque dudas de sus lecturas. Notas cierta ausencia de libros clásicos que debieran conocer. Golpes, porque la escritura sin lectura no lleva a un final feliz, óptimo. Lo sabes porque al principio en tu trabajo eras un improvisado que oteabas libros con criterios lejos del máximo exponente del periodismo: la crónica. (Imposible abordarla porque eras un reportero incipiente al que dejaban redactar boletines o hacer coberturas sosas del suceso en turno. Fue hasta la mitad del camino que te enfocaste en el género mayor).

Sacar los chaneques que queremos descifrar no implica usar la palabra adecuada, la frase concisa, el texto arrollador a los ojos del lector. Entonces, ¿qué les propones? Romper tu diagrama de clases y arrancar de nuevo bajo la tutela de un escuela de compañerismo para que la tarea sea disfrutable. Con una sentencia: intentar salir del ostracismo de un taller de crónica e invitarlos a buscar medios de comunicación para dar a conocer su quehacer escritural. Nalleli Candiani, Genoveva Castro, Virgilio Gonzaga y Víctor Flores tienen arrestos para empujar sus trabajos a lectores potenciales. El resto de alumnos van al mismo sino…

Obviemos a Alma Guillermoprieto –finalmente ya ganó el Princesa de Asturias de Comunicación por sus temas de América Latina–, o Carlos Monsiváis, que ni siquiera vivo fue leído por sus clásicos en la crónica; su obra Salvador Novo. Lo marginal en el centro es cátedra del oficio de escribir y convierte al biografiado en el máximo exponente de la crónica del siglo XX. O Elena Poniatowska y La noche de Tlatelolco o las antologías sobre el género de Darío Jaramillo Agudelo y Jorge Carrión. No a las imposiciones del “nuevo periodismo” estadounidense en el libro antológico de Tom Wolfe. ¿Qué importa que la crónica empezó en México con Cristóbal Colón en su Diario de a bordo, o con Nezahualcóyotl en aquella conquista salvaje,  prehispánica, a la que nadie brinda los debidos créditos?


En tal año como éste/ se destruirá este templo que ahora se estrena,/¿quién se hallará presente?,/¿será mi hijo o mi nieto?/Entonces irá a disminución la tierra/y se acabarán los señores/de suerte que el maguey pequeño y sin razón será talado,/los árboles aún pequeños darán frutos/y la tierra defectuosa siempre irá a menos… 

(Era el año Ce ácatl: 1519).                     

Las 50 mejores frases de Nezahualcóyotl
Nezahualcóyotl

Ryszard Kapuściński

Escribe Ryszard Kapušcinski que Los cínicos no sirven para este oficio. No estoy seguro: hay desfachatados que indagan hasta el cansancio y se meten en  sábanas de famosos o políticos y consiguen bestsellers y buen dinero de sus regalías con base en el escándalo. No estoy seguro de la información de quienes se ocupan de la violencia y el narcotráfico, con libros dictados por las instituciones del ejército, los agentes norteamericanos o algún funcionario que busca lavar su imagen y la de presidentes en turno. El cinismo es hoy lo que a la ética de ayer. (Nada que ver con –desde  Manuel Buendía o Javier Valdez–, defensores de la real libertad de expresión y contra la narcoviolencia, asesinados).

Mejor te enfocas en el uso de la lógica  a los alumnos. La crónica es un sinfín de repeticiones y copia del lenguaje, mientras uno no encuentre su estilo. Alejandro Llamas –el más joven de la clase–, mira atento y apunta aquello que llama su atención, siempre sonriente, de mirada escrutadora. Tania Vargas quiere escribir de su barrio y ha sido fiel a su deseo. Su último trabajo es digno de la antología de las mujeres golpeadas o a punto de ser asesinadas. “Dona” corrió con suerte de las 18 puñaladas que le asestó su exesposo del que huyó pero él la reencontró y despertó la chismografía de los vecinos ante los charcos de sangre que dejaron las huellas del suceso (pienso en la obra de Frida Kahlo, “Unos cuantos piquetitos”). O Diana Meza, que desde niña hasta adulta narra las vejaciones de esas miradas de hombres,  adolescentes y viejos que miran a una púber pisar la calle inocentemente, desconociendo peligros: la desaparición de una niña es un nudo en la garganta; o el especialista en descubrir el cáncer de mama que aprovecha para “limpiar” los senos del gel de sus pacientes que no observan las aviesas intenciones del macho.

Nadie sabe de género si no conoce lo que desconoce. Víctor Flores narra el misterio de una chica alemana que llega a México con deseos de triunfar en la actuación y es maltratada por el novio y ella se avergüenza de perder su valentía y de repente desaparece del mapa cuando quería ser vista en la pantalla del cine y la televisión: no le fue como a Sasha Montenegro o Christian Martell, muchas más, esposas del poder político…Nalleli, gran bailarina, viene del mundo de la danza pero es una escritora con enorme  potencial que, creo, ella misma desconoce. Escribe con la garra de una leoparda que acecha a su presa y los lectores quedan consternados en esa forma oscura y luminosa con la que fulmina a pura letra. Bastaría con hacer caso de sus instintos antes que sus razones. Virgilio domina con  puntos de vista donde la pobreza se asoma en contrapeso de una nación donde los 300 mandan por sobre mayorías. Su crónica de Tlahuelilpan y el estallido de un acueducto de gasolina por huachicoleo provoca un incendio de dimensiones trágicas: 137 decesos. Parece que nadie lo narra como él y el texto aun no ha sido leído en los periódicos dizque atentos a la noticia. Víctor Flores es un ser que mira con malicia al grupo y después extirpa la experiencia y plasma con sus textos llenos de ironía, garra y lucidez. Un cazador cínico que atrapa la vida de los demás: un escritor nato. Alejandro Llamas hace la mejor descripción del supuesto maestro y el aludido observa su propio fracaso ante el joven que, con savia, descubre las aristas endebles del profesor. Profesor que no niega su ignorancia ante el joven que mira con la calidez característica del rebelde. Nos daría gusto verlo crecer y hacerla, ahí donde la simulación del absurdo se asoma como estilo: es un escritor en ciernes.

Luis Aragón abandona la clase en la tercer sesión sin aportar una crónica al taller. Luis participaba en clase, había intención en él para acercarse al tema pero algo no encajaba en sus deseos oscuros y abandonó el salón. Aun tienes comunicación con él y sus motivos revelan a una persona con capacidades creativas, de esas a las que la vida les pesa y no pueden con la realidad, la evaden y el peligro acecha. Buscar el sendero creativo no es para débiles. Carácter es destino…La inmersión en el universo de la crónica como si fuera un cuento–que es como la existencia. Te descubres, me descubro. Te retratas, me retrato. Escribir es un proceso sobre el desnudo del alma porque de otra manera la mentira se asoma en cada frase. “La letra (que) con sangre entra” es un dicho al servicio de la imaginación. El conocimiento del origen tiene mayor sentido cuando refrescamos la memoria de ayer y hoy. Si la crónica no habla de tu pasado entonces no conoces tu presente.

Eres profesor que se adecua a las circunstancias. Y las circunstancias es que en el Taller de Crónica hay quienes juegan a la ficción y no ficción. Asumes las consecuencias porque en el mundo de los escritores donde les cuesta la realidad y la inventan hay que pisar firme pero sutilmente. Hay que leer con pinzas. Hay que traducir las mentiras de  verdades sobre aquello que creemos es real pero se convierte en novela, relato, hasta poesía en prosa. Eso pasa con varios de ellos y eso es el peligro del maestro que se arrepiente del curso porque atraviesa sus propios temores ante el inminente fracaso de su enseñanza. (Admites que te formaste en la práctica y la teoría no es lo tuyo. Admites que algunos de ellos saben más de método escritural pero desconocen los entresijos de la profesión en los medios para darse a conocer. No dudas de lo hecho con tu vida de periodista, dudas de tu calidad docente ante un oficio que solo requiere de un ojo que cruce las paredes para narrar aquello que no se ve).

Se acerca el fin de las sesiones. Es hora de recapitular: ¿fue útil el taller para tu interés personal? No, contestas y titubeas en el empeño. ¿El maestro es barco o intransigente al que no le importan los intereses escolares y solo quiere cobrar por su trabajo? Tampoco: fuiste por curiosidad y el empeño por delante pero terminaste atrapado en un grupo solvente que asume los retos estilísticos de la escritura, cada quien con la prisa o lentitud que le otorga la narrativa. Andreé Chacón, por ejemplo: un ave rara en medio del conjunto: para él la gastronomía es un oficio digno de cronicarse y se esfuerza con rectitud en sus saberes culinarios. Sabe atrapar con las cebollas en medio de una discusión. Uno huele la pimienta con su descripción puntual. Y lo exótico de los mariscos menos conocidos antojan al paladar. El caso de Cecilia es particular, ella lo sabe. Viene del empeño en ser pero se perdió en el mundo laboral (no es novata). Ella sabe que puede y lo ha demostrado con sus crónicas sobre la colonia Condesa y sus alrededores. Pero tiene que forjarse un destino donde su habitación sea la escritura, única y exclusivamente, esa celosa amante que devora al resto de las artes. Va por buen camino.

 La conversación del fin de cursos deviene en la posibilidad de continuar por fuera como un “Encuentro de Creadores”. El maestro levanta la uniceja y no sabe cómo reaccionar a la invitación. ¿Me reciclo con ellos o me quedo como estoy, atorado en mis temores? Pensaba que allí concluía el suplicio. Escapas otorgando una bibliografía lo más amplia posible, en relación a los intereses de cada uno. Hasta libros obsequias como devolución de culpa por las torpezas infringidas. Porque al cronista lo califican los lectores, no un diplomado en el género. Si una crónica no sirve como mesa de conversación entonces no vale la pena escribirse. Asumes y aceptas trabajar fuera de un taller con los escritores a punto de reventar como una flor que despunta en las redacciones. Esa quizá sea la aceptación del fracaso para levantarse y seguir…El maestro perdió su calidad de profesor y se sumó al entusiasmo de jóvenes con intenciones de comerse al mundo antes que el mundo nos absorba como suele suceder…Veremos lo que dice el futuro.

Escríbelo como lo sientes y no como lo piensas. La crónica es un asunto donde las ideas rondan sobre aquello que llamamos verdad.

        Fin del acontecimiento.

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Braulio Peralta
Estudió las carreras de Periodismo y Literatura, en la UNAM, e Historia del Arte en el Museo del Prado, en Madrid, España. Ha trabajado por alrededor de 40 años el periodismo cultural, por el que ha obtenido algunos premios, entre ellos: “El Gallo Pitagórico”, en el marco del Festival Internacional Cervantino, en 1981. El “Homenaje de Premio Nacional de Periodismo Cultural ‘Fernando Benítez’”, en 2003, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. El Nacional de Testimonio Chihuahua, en 2005. Y un premio internacional: Pen Club a la “excelencia periodística”, en 2011, por sus artículos sobre los derechos humanos de las minorías. Fue director editorial de Random House Mondadori y editor del Grupo Editorial Planeta. Ha publicado los libros: De un mundo raro (editorial Conaculta, 1998). El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz (1998). El clóset de cristal (2016) y Otros nombres del arcoíris (2017) . Es coautor de varios libros colectivos y otro tanto de antologías. No ha renunciado a su oficio desde que empezó a escribir en los diarios, primero el Unomásuno, y después como fundador del diario La Jornada. Escribe actualmente en el diario Milenio y en la revista Praxis, que se edita en Tuxpan, Veracruz, donde nació un 26 de noviembre de 1953. Puedes contactarlo a su email: juanamoza@gmail.com