Ocios inéditos de una Zacatecana o el libro que Josefa Letechipía de González escribió para sí misma

Inspiración para otras autoras de su generación, como Guadalupe Calderón, Josefa Terán Peredo, Josefa Heraclia Badillo y Josefa Sierra González, que llegaron a dedicarle composiciones o a escribir en coautoría con la propia Letechipía, nuestra autora sembró también la semilla literaria en su hija predilecta, Josefa González Letechipía, quien, como su madre, llegó a publicar en las páginas de El Siglo XIX.

¡Venciste, patria mía!
¡triunfaste del tirano
que el nombre mexicano
indigno mancilló!

Josefa Letechipía de González / Himno a la patria

El 17 de noviembre de 1842 apareció en las páginas de El Siglo XIX un poema de Josefa Letechipía de González titulado “A la memoria de la Señora Da. María Leona Vicario de Quintana[1]”. De este canto patriótico, dividido en tres secciones, llaman particularmente la atención los dos versos del epígrafe: “Mi lira ha consagrado sus acentos / al amor, las virtudes y talentos”;y más aún que ellos la fuente de donde proceden: Ocios inéditos de una Zacatecana.

“Una Zacatecana” es el seudónimo literario que Josefa Letechipía de González (Zacatecas, 1802- Ibidem, 1854) usaba para firmar sus composiciones y, por tanto, el de la autora de aquel manuscrito que, de no haber sido referenciado por sí misma, no sería hoy ni siquiera una noticia. De los cuarenta y cuatro poemas de Letechipía que he logrado localizar en antologías y en diarios de la época solamente éste hace referencia a la obra en cuestión, y aún cuando resulta probable que este corpus —el más diverso y vigoroso de una autora mexicana publicado en la primera mitad del Siglo XIX—incluya parte del material anunciado en el epígrafe, la no correspondencia de los dos versos con ninguno de los otros poemas conservados hace pensar que una parte de aquel tomo, sino todo, permaneció tan inédito como la autora ya lo preveía al intitularlo.

Reposan mil insectos de esmeralda
en las pequeñas flores del romero,
y la yedra, abrasando al limonero,
de las suyas le ofrece una guirnalda.

Josefa Letechipía de González / Mi jardín y mis días [2]

Además de los poemas escritos por Josefa, —sonetos, himnos, traducciones, elegías, melancólicas descripciones de la geografía zacatecana, e inclusive un poema en prosa, poco común para su época, que pululan silenciosamente en las páginas de periódicos como El Siglo XIX, El Museo Mexicano, El Republicano y El Ensayo Literario, entre otros—, se han conservado una corona fúnebre[3] de veinte páginas compilada por Aurelio L. Gallardo y en la que participaron autores como José María Vigil, Ireneo Paz y Josefa Sierra y González. Gracias a los rasgos geográficos esbozados por el propio Gallardo en las páginas preliminares de la corona, sabemos más de la mujer tras la poeta.

Hija del español Juan Martín Letechipía y de la zacatecana María Iiriarte, quedó huérfana de ambos a los once años y fue educada por su abuelo materno, Bernardo Iriarte. Casada en primeras nupcias con el abogado Carlos Barron, tuvo dos hijos, de los que solamente uno sobrevivió hasta la adultez, y en el temprano año de 1825—esto no lo dice Gallardo quizás por ignorarlo— pronunció públicamente una marcha de su autoría para conmemorar la independencia de su patria.

No tan presto se inflama en la esfera
desprendiéndose el rayo veloz;
como el ansia de verse ya libres
en la patria al instante cundió:
Cuantos antes yacían sumergidos
en tristeza, barbarie o sopor;
corren ahora a vibrar las espadas,
y a tronar el horrendo cañón.

Josefa Letechipía de González / México, 8 de octubre [4]

Es este, sino el primero, uno de los poemas más tempranos publicados por una mujer en el México libre y constituye un hito, al haber sido pronunciado por su propia autora cuando, todavía varias décadas más tarde, las composiciones de la también zacatecana Guadalupe Calderón continuaban siendo recitados por varones[5]. La Dra. Celia del Palacio, que retrata brevemente a Josefa Letechipía de González en una de sus novelas[6], hace referencia a otra lectura pública del año 1852, llevada a cabo en nombre de la autora, con motivo del segundo aniversario de la Falange de Estudios, de la que tanto Letechipía como las enigmáticas Ignacita Cañedo y Josefa Sierra y González eran socias honorarias. 

Cantó en aquella ocasión, aunque por medio de otros labios, “A las poetisas jaliscienses” y las invitó a seguir sus pasos:
Celebrad de ese clima delicioso
la brisa embalsamada, la hermosura,
del búcaro oloroso
la agradable frescura
y los grupos brillantes
de árboles siempre verdes y fragantes;

Josefa Letechipía de González / A las poetisas jaliscienses [7]

Pero volvamos a los años mozos de aquella mujer, de genio campechano y elevado al mismo tiempo, que como diría el propio Gallardo, “jamás escribió lo que no sentía”. Habiendo enviudado de Carlos Barron y casada en segundas nupcias con el también abogado Marcos González Camacho cerca de 1830, ambos sentaron su  residencia oficial en la Casa Grande de la Hacienda Pabellón (actual museo de la insurgencia), edén y calvario personal en el que la autora escribiría algunas de sus mejores poesías pero habría de lamentar, a cambio, la muerte de dos hijos pequeños y de su amado Marcos, aquel Marcos que, a diferencia de Carlos, estuvo siempre presente en sus composiciones y la siguió inspirando aún después de transitar hacia otros planos:

Lloras, torcaz, del bosque en la espesura,
quizá en el árbol que abrigó tu nido
y tu lamento dice que has perdido
al que te dio ternura por ternura.
Más intenso es mi mal que tu amargura,
también se oye en el valle mi gemido;
murió de mi alma el ídolo querido,
el que llenó mi pecho de ventura.

Josefa Letechipía de González / A la memoria del Lic. Don Marcos González [8]

Inspiración para otras autoras de su generación, como Guadalupe Calderón, Josefa Terán Peredo, Josefa Heraclia Badillo y Josefa Sierra González, que llegaron a dedicarle composiciones o a escribir en coautoría con la propia Letechipía, nuestra autora sembró también la semilla literaria en su hija predilecta, Josefa González Letechipía, quien, como su madre, llegó a publicar en las páginas de El Siglo XIX.

¡Oh! Si el cielo me diera
De mi madre el acento,
¡cuán llena de contento
Pulsara mi laúd!

Josefa González Letechipía /A mi madre, la Sra. Da. Josefa Letechipía de González[9]

En un México que todavía no se llamaba México, en un agreste y rico oasis de cactus y venados, de poetas, de soldados, de Señoras con S mayúscula, las deidades de los bosques y desiertos hicieron peregrinación hace más de dos siglos para presenciar el nacimiento de una nueva hija de Calíope. Fundadora de una tradición, musa tanto para aquellas que, conociéndola, se vieron alcanzadas y transfiguradas por el rayo abrasador de su genialidad simplista como para las que, más al borde de su era, empezarían a apuntar con sus perfeccionadas plumas hacia el ojo tuerto de la diosa Iniquidad, Josefa Letechipía de González no escribió para la crítica sino para sí misma, para su círculo más cercano, para aquellas mujeres que la precedieron y para las que vendrían después de ella.


[1] Ibidem, noviembre 17 de 1842, p. 3.

[2] Ibidem, abril 13 de 1845, pp. 3-4.

[3] Gallardo. Aurelio L. Gallardo, Aurelio Luis. Corona fúnebre a la memoria de la célebre poetisa zacatecana Sra. Doña Josefa Letechipía de González, 1854. pp. 2-4. 

[4] La Águila Mexicana, octubre 09 de 1825, p. 1.

[5] Álvarez Máynez, Gabriela. Guadalupe Calderón, una poeta zacatecana del siglo XIX,, 2013, p. 106.

[6] Del Palacio, Celia. No me alcanzará la vida, 2007, s.p.

[7] El Monitor, mayo 29 de 1852, pp. 2-3.

[8] La semana de las señoritas mexicanas, Tomo IV, 1852, p. 244.

[9] El Siglo XIX, marzo 22 de 1854, p.1.

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