Según cuenta Hernán Cortés, los buques de su expedición anclaron en San Juan de Ulúa el 21 de abril de 1521, jueves santo. Poco después se acercaron grandes canoas. De alguna manera lograron comunicarse unos con otros ese día o al siguiente, iniciando ahí la labor de Malitzin como traductora e intérprete.
Al día siguiente los españoles establecieron su campamento en los médanos frente a la isla, en un punto llamado Chalchiucueyehcan, donde están hoy el centro de la ciudad y puerto de Veracruz. Dos o tres días después llegaron los embajadores de Moctezuma, encabezados por Teuhtilli y Cuitlalpitoc. Según las crónicas llevaban decenas de acompañantes, miles de tamemes y ricos presentes.
Según algunas fuentes, dos principales que venían con los embajadores hicieron señas a Malitzin y Jerónimo de Aguilar para hablar con ellos por separado. Al conseguirlo, declararon que no formaban parte de la embajada, sino que se habían unido a ella con el objeto de entregarle a quien mandara a los españoles “las pinturas y profecías del rey Camapichi que es el primero que gobernó en la dicha ciudad de México Tenoxtitlan” y que desde la llegada de Juan de Grijalba estaban dispuestos a enseñar, aunque cuando llegaron a la costa, aquel ya se había reembarcado.
“Tlamapatzin y Atonaletzin”, descendiente el uno de Acamapichtli y deudo el otro de Moctezuma, se negaban a reconocer el dominio tenochca. Según un polémico documento analizado por Luis Barjau, estos dos señores de pueblos otomíes del norte de la cuenca de México fueron quienes habrían comunicado a Cortés el mito del regreso de Quetzalcóatl.
Por su parte, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl escribe que su antepasado, el príncipe Ixtlilxóchitl, aspirante al trono de Texcoco, habría informado de primera mano los conflictos que dividían no sólo a los distintos altepemeh entre sí, sino al corazón mismo de la Excan Tlahtoloyan o Triple Alianza:
De que se holgó infinito Cortés saber las alteraciones y bandos que había entre estos señores, porque Moctezuma los tenia descontentos y como tiranizados, y vio luego abierto el camino para la felicidad, que después le sucedió, y que juntándose con uno de los bandos, se consumirían ellos entre sí, y él se haría seños de entrambos.
Después Cortés habría hecho un “alarde” para impresionar a la comitiva mexica y, según las fuentes, bien que los impresionó. Dice López de Gómara:
Los indios contemplaron mucho el traje, gesto y barbas de los españoles. Maravillábanse de ver comer y correr a los caballos. Temían del resplandor de las espadas. Caíanse en el suelo del golpe y estruendo que hacía la artillería, y pensaban que se hundía el cielo a truenos y rayos.
Versiones similares se repiten en varios de los cronistas de indias (los escritores españoles del siglo XVI) y las fuentes supuestamente indígenas (como el Códice Florentino). Y siguiéndolas, encontramos que los enviados trasmitieron a Moctezuma que los españoles traían armas devastadoras, invencibles, y que Cortés parecía ser el enviado de Quetzalcóatl. Esta versión que hace a los mexicas desmayarse ante lo “nunca vista” no se sostiene: los mesoamericanos habían tenido contacto directo con los españoles desde 1497 y ya los habían enfrentado con las armas en la mano en Champotón, en 1517 y en Centla, en 1519.
Habiendo asimilado la información recibida, Cortés decidió “quemar sus naves” (lo que es simbólico, pues los navíos no fueron quemados, aunque a algunos “se les dio de través”). Con ello, buscaba impedir que los partidarios del gobernador de Cuba, Diego Velázquez fueran a avisarle de los regalos que envió al Emperador Carlos, o que los descontentos o los pusilánimes (o realistas, o inteligentes) desertaran o regresaran a la seguridad de Cuba.
Como complemento, Cortés buscó un lugar menos hostil para asentar su campamento y “fundó” la Villa-Rica de la Vera-Cruz. El hecho tiene múltiples versiones y ha sido discutido hasta el cansancio, así que baste contar que con el apoyo del influyente Alonso Hernández Portocarrero, del adinerado Pedro de Alvarado y sus cuatro hermanos, de Cristóbal de Olid, Alonso de Ávila, Juan de Escalante y otros capitanes y soldados (entre los que Bernal Díaz se cuenta a sí mismo), Cortés “funda” una villa y hace que se elija un Ayuntamiento, todo conforme a la legislación medieval española (si ninguno de ellos llevaba un ejemplar de Las Siete Partidas de Alfonso el Sabio, las conocían muy bien). Hecho eso, Cortés hace que lo nombren Justicia Mayor y Capitán General.
Con esos actos jurídicos, Cortés buscaba independizarse de Diego Velázquez y rechazar los cargos de rebelión, así como decidir por sí mismo el carácter y los alcances de la expedición… lo cual sería válido sí y sólo sí funcionaban los planes de Cortés (el desmesurado propósito de “conquistar México”). Lo sintetiza muy bien el historiador Antonio García de León:
La génesis de la Villa Rica de la Veracruz, la primera fundación del puerto, es muy aleccionadora acerca de esta noción de soberanía y legalidad sobre la que se va a fundamentar la conquista del territorio íntegro de la nueva tierra.
Cortés tenía que sacudirse los cargos de rebelión y la inconformidad dentro de sus propias filas y, como dijimos, buscó inspiración en la tradición jurídica española:
Lo más importantes de esta fundación de la Villa Rica de la Veracruz y de la cesión de soberanía que esto significó, es que una vez que fuera elegido el cabildo por la “comunidad” de soldados convertidos en vecinos de ocasión y decidido el avance al Altiplano, Cortés renunció a todos los poderes delegados por el gobernador de Cuba
Para que el nuevo cabildo lo nombrase “Justicia y Alcalde Mayor y capitán de todos”. Y así, mediante una “argucia jurídica” Cortés se legitimó, se sacudió la autoridad de Velázquez y dejó plantada la semilla de un nuevo reino: el de la Nueva España, nacido en un cabildo fundado en unos arenales.
De ese modo, Hernán Cortés y sus 400 valientes quedaron a su suerte en los inhóspitos arenales de Chalchiucueyehcan, o en la Villa-Rica de la Vera-Cruz, trasladada unos cuarenta kilómetros al norte, asediados por el calor y los insectos, sin bastimentos, ni retaguardia, ni línea de abastecimientos. De esa situación y posición vinieron a salvarlo los enviados de Chicomecóatl, también llamado Xicomecóatl o Chicomácatl y que para los españoles sería simplemente “el cacique gordo de Cempoala”.
Cempoala era la principal ciudad y cabecera oficiosa de los totonacos. López de Gómara y Cervantes de Salazar diferenciaron a los cempoaltecas de los mexicas por su aspecto físico, sus atavíos y su idioma, que Malintzin no logró entender. Sin embargo, sometidos los cempoaltecas de una u otra manera a la Triple Alianza, el náhuatl era para ellos una lengua franca para la política y el comercio, y no tuvieron dificultades en darse a entender por los traductores de Cortés.
Según Alva Ixtlilxóchitl, Cempoala habría tenido compromisos y alianzas con Texcoco y le habría ayudado en su lucha contra Azcapotzalco. Al momento de la irrupción española, el altépetl era tributario de Tlacopan, aunque habría sido sometido por Tenochtitlan, más mediante las amenazas que por la guerra. Chicomecóatl le habría contado a Cortés que Axayácatl había invitado a Tlehuitzilin, señor de Cempoala, a los sangrientos festejos de Tlacaxipehualiztli. Esta fue una estrategia ideada por Tlacaélel, cihuacóatl del tlahtoani mexica, para probar si Cempoala reconocía la autoridad de Tenochtitlan sin la necesidad de una intervención militar. Tlehuitzilin aceptó la invitación, obsequió a los embajadores que lo contactaron y fue intimidado exitosamente:
Los señores y principales que fueron llamados para esta fiesta y sacrificio, estaban espantados y fuera de sí de ver matar y sacrificar tantos hombres, y tan atemorizados, que casi no osaban decir nada (Alva Ixtlilxóchitl)..
Aunque Cempoala era tributaria de Tlacopan, los informes de Chicomecóatl hablan del miedo a Tenochtitlan y a Moctezuma, y acusan su insoportable tiranía. Entre las quejas que el gobernante expuso a Cortés, sobresalía el despojo de sus joyas de oro, la entrega de gente de servicio y la entrega de víctimas para sacrificios. Así, Hernán Cortés dio por hecho que Cempoala era vasalla y tributaria inconforme de Tenochtitlan y con permiso o por invitación de su señor, se trasladó a esa ciudad con buena parte de sus hombres. Así los recibieron, según Bernal Díaz:
Salieron veinte indios principales a recibirnos […] y trajeron unas piñas de rosas de la tierra muy olorosas, y dieron a Cortés y a los de a caballo con gran amor, y le dijeron que su señor […] por ser hombre muy gordo y pesado no podía venir a recibirnos.
La obesidad de Chicomecóatl era tan llamativa que los españoles omitieron casi cualquier otro dato sobre su físico, su edad o su personalidad, aunque entre líneas se advierte la lucidez de su inteligencia y su capacidad política (dice López de Gómara: “y el señor no era nada nescio, aunque gordo”). Si la sucesión en Cempoala era hereditaria, debía ser continuador inmediato o casi inmediato de aquel Tlehuitzilin que aceptó someterse a Axayácatl en las fiestas de Xipe Topec.
El señor de Cempoala recibió a los españoles y los alimentó. Le dio a Cortés informes concretos y detallados sobre el poder de Tenochtitlan, la extensión de sus dominios y la multiplicidad de sus enemigos. En términos actuales, Chicomecóatl facilitó a Cortés inteligencia militar suficiente para iniciar su campaña contra la Triple Alianza, además de una base de operaciones. Dice López de Gómara:
Aquel cacique después de haber oído a Cortés comenzó muy de raíz una luenga plática, diciendo cómo sus antepasados habían vivido en gran quietud, paz y libertad; más que algunos años acá estaba aquel su pueblo y tierra tiranizado y perdido porque, porque los señores de México, Tenochtulan, con su gente de Culúa habían usurpado no solo aquella ciudad, pero aun toda la tierra por fuerza y armas […] mas empero si los contradices o resisten y toman armas contra ello, o se revelan después de una vez subjectos y entregados, castiganlos terriblemente, matando muchos y comiéndoselos después de haberlos sacrificado a sus dioses de la guerra Tezcatlipuca y Vitcilopuchtli. Y sirviéndose de los demás que quieren por esclavos, haciendo trabajar al padre y al hijo y a la mujer desde que el sol sale hasta que se pone.
Pedro Mártir de Anglería lo cuenta así:
Conocida la intención de Cortés por parte de los de Cempoal, limítrofes de Moctezuma y que sometidos a él por la fuerza eran sus enemigos, fueron al encuentro del capitán español […] así los cempoalenses se dolían y mucho más ante Cortés de que Moctezuma, además de pesados impuestos, que por sus productos nativos vida años le pagaban, les exigía parte de sus esclavos para inmolarlos a sus dioses, y en defecto de aquellos a sus propios hijos.
Algunas fuentes dicen que fue por consejo de Chicomecóatl que Cortés se trasladó a Quiahuistlan, ciudad con mejor ubicación estratégica que los médanos de la actual Veracruz. Y también por su consejo, poco después Cortés tomaría el camino de Tlaxcala. Sigue Gómara con su versión del primer encuentro entre ambos:
paró aquí enterneciéndosele los ojos y corazón, más tornando en sí encareció la fortaleza y asiento de México sobre agua, y engrandeció las riquezas, corte, grandeza, huestes y poderío de Moteczuma. Dijo así mesmo como Tlaxcallan, Huexocingo y otras provincias por allí, con más serranía de los totonaques, eran de opinión contraria a mejicanos y tenían alguna noticia de lo que había pasado en Tabasco, que si Cortés quería, que trataría con ellos una liga de todos que no bastase Moteczuma contra ella.
La alianza es también hermanamiento, como cuenta Bernal Díaz:
y que para que más fija sean las amistades trajeron ocho indias, todas hijas de caciques, y dieran a Cortés una de aquellas cacicas y era sobrina del mismo cacique gordo […] traíanlas vestidas a todas ocho con ricas camisas del tierra y bien ataviadas a la usanza, y cada una de ella con un collar de oro al cuello, y en las orejas zarcillos de oro […] y cuando el cacique gordo les presento, dijo a Cortés: Tecle (que quiere decir en su lengua señor), estas siete mujeres son para los capitanes; que tienes y esta, que es mi sobrina, es para ti, que es señora de pueblos y vasallos. Cortés las recibió con alegre semblante.
Para el siguiente siglo la narrativa cambia significativamente: veamos la versión del padre Torquemada:
Hubo opiniones que esta plática no nació del señor de Cempoalla, sino que como Fernando Cortés era hombre de admirable ingenio y sagacidad, habiendo conocido el descontento que él y toda aquella tierra tenían de la servidumbre en que el rey de México los tenía y opresiones que de sus ministros recibían, le propuso el salir de esta opresión y se les ofreció de ayudarles y que como el deseo de libertad en todos los hombres.
Y no solo en cuanto a la identificación del héroe: también de otros asuntos, llamémoslos de orden moral, que a los soldados cronistas como Bernal Díaz no les generan incomodidad, pero sí al franciscano:
El señor le presentó veinte doncellas (aunque Gómara dice que fueron ocho) todas hijas de hombres nobles. una de las cuales venía más aderezada y con algunas joyas de oro al cuello que era su sobrina y la más hermosa y señora de vasallos, la cual dijo, que le daba en señal perfecta de amistad y confederación. Recibió el presente Cortés con mucho amor por no disgustar al que se lo daba.
“Por no disgustar”, dice el buen franciscano.
Y la alianza empezó a funcionar: en Quiahuistlan, Cortés ordenó arrestar a los recaudadores de impuestos de Moctezuma, lo que provocó a unos veinte pueblos totonacos a declararse en rebeldía contra la Triple Alianza. Estos pueblos pidieron a Cortés que los encabezara y le ofrecieron miles de hombres de guerra. Al mismo tiempo, una embajada cempoalteca salió a Tlaxcala para iniciar las negociaciones en aras de construir esa “liga”. Por lo pronto, se construyó la liga totonaca, una liga por completo inserta en la tradición político-militar mesoamericana y que según algunas cuentas, proporcionaría 8,000 hombres para la marcha a Tlaxcala.
Chicomecóatl también proporcionó los guías que condujeron a los españoles hacia el Altiplano, 400 tamemes y 40 a 50 guerreros que irían como guías y consejeros: una contribución humana aparentemente menor, pero un aporte estratégico incomparable. También fueron los cempoaltecas quienes aportaron la mano de obra para la construcción de la Villa Rica de la Vera Cruz, base de operaciones de Hernán Cortés. Tlacochcálcatl o “el de la casa de las flechas” comandó a la hueste cempoalteca hasta Tenochtitlan (donde se pierde su rastro). Agustín García Márquez recuerda que varios testimonios lo mencionan. No está claro si así se llamaba o si era un título militar.
Chicomecóatl metió a Cortés (pensando hacerlo en provecho suyo y sin arriesgar gran cosa), a la dinámica de la guerra endémica mesoamericana. Ya se encargaría el extremeño de adaptarla en su beneficio. Y las epidemias, de barrer con el primer aliado de los españoles. Chicomecóatl pretende utilizar a los españoles en beneficio de sus propias políticas: en 1520 recibió y atendió a Pánfilo de Narváez, le informó de la posición y la situación de Cortés y lo previno sobre su astucia y capacidad. Durante la batalla contra Narváez, Chicomecóatl fue herido y las fuentes se contradicen: algunas parecen indicar que fue hecho preso por Cortés; otras, que celebró la victoria del extremeño, quien se hospedó una semana en casa de la sobrina que meses antes el cacique le había “dado” y que fue bautizada como doña Catalina.
Nada se sabe sobre el final de Chicomecóatl y no se sabe si conservó su señorío. En 1526 Cortés pasó por la ciudad y las fuentes ya no mencionan a su antiguo aliado Lo que sí sabemos es que Cempoala padeció muy duramente las epidemias iniciadas en 1520 y que hacia 1580 la ciudad estaba casi despoblada y sus tierras habían sido destinadas a la ganadería. Escribió Francisco de Aguilar en 1579, quizá exagerando: “La provincia de Sempoal, ya dicha, que en el casco de ella se hallaron veinte mil casas, y ahora tiene veinte casas.”
Pero eso sería después. Por lo pronto, Chicomecóatl le ha facilitado a Cortés los datos esenciales. Los totonacas le han brindado su mano. Ahora puede Cortés marchar a la “conquista” siguiendo la ruta (política) señalada por “el Cacique Gordo”. Dice Bernal:
Después de considerada la partida para México tomamos consejo sobre el camino que habíamos de llevar, y fue acordado por los principales de Cempoal que el mejor y mas conveniente era por la provincia de Tlaxcala, porque eran sus amigos y mortales enemigos de mexicanos y ya tenían aparejados cuarenta principales y, a todos los hombres de guerra, que fueron con nosotros y nos ayudaron mucho en aquella jornada y nos dieron doscientos tamemes para llevar el artillería […] Y partimos de Cempoal demediado de agosto de 1519 años y siempre con muy buena orden, y los corredores del campo, y ciertos soldados.
¿Por qué se lanza Cortés a la “conquista? Serge Gruzinsky lo resuelve: porque no tiene ningún otro lugar a dónde ir: declarado rebelde por el gobernador de Cuba en el contexto que precede a la rebelión de los comuneros de Castilla (junio 1520-abril de 1521), solo tiene como salida la fuga hacia adelante.
Hernán Cortés no duda en referir las palabras de sus compañeros, que lo tratan literalmente de loco; pero ese loco tiene su lógica Para conjurar las acusaciones de rebelión […] Cortés no tiene otro camino que apoderarse de los dominios de Moctezuma, dando a su iniciativa una fachada legal, irreprochable, imperial y cristiana. En esas circunstancias la conquista de México no parece ni una decisión maduramente sopesada ni la expresión de un proyecto político: es una cuestión de vida o muerte […]
La situación, aparentemente sin salida, lleva a la desmesura. Cortés promete cualquier cosa: “Estábamos en disposición de ganar para Vuestra Majestad los mayores reinos y señoríos que había en el mundo” […] Si la modernidad es claramente el salto a lo monstruoso que describe Peter Sloterdijk y la capacidad de asumir toda la responsabilidad por los crímenes cometidos o por cometer, Cortés es el portador de esa modernidad. Su programa es literalmente demencial.
Ese programa demencial está a caballo entre dos mundos: por un lado, en la acumulación originaria y el espíritu empresarial que augura el capitalismo; por el otro, en el sueño aristocrático y de cruzada que hunde sus raíces en el feudalismo. Pero que, como me comentó Paco Ignacio Taibo II, “no está exento de una lógica de poder y de rapiña que no es nueva para los españoles que han destruido Al Andalús, expulsado a los judíos, quemado, arrasado y torturado.” Versión adaptada del libro del autor, La batalla por Tenochtitlan (Fondo de Cultura Económica, 2021), donde se pueden encontrar las referencias precisas.