“Volvemos a 1938, ahora Irán es Alemania y (el presidente de Irán) es el nuevo Hitler. Debemos detener el desarrollo nuclear de Irán y estar al lado de Israel, la única democracia en Medio Oriente. Piensen en el potencial: 50 millones de evangélicos uniendo fuerzas con 5 millones de judíos en EUA, es la unión hecha en el Cielo”.
Pastor tele-evangélico John Hagee.
El citado pastor estadounidense Hagee, de 84 años, es el dirigente de la corporación “Televisión Global Evangélica” y figura prominente del cristianismo sionista. Uno de cada cuatro cristianos en el mundo, de cualquier denominación, es evangélico y dentro de esta rama protestante, que agrupa a varias “sub-iglesias”, prevalece la corriente del cristianismo sionista. Éste predica que la restauración de Israel en 1948 es el primer escalón hacia la Batalla Final, la III guerra mundial, y el retorno de Cristo para instaurar su reinado milenario de paz (a costa de la mayor parte de la humanidad). Este cristianismo sionista alardea de contar con un ejército de 80 mil pastores, 100 mil estaciones de radio y 100 de televisión. Predominan en E.U.A. y en América Latina, especialmente en Brasil y América Central.
Semejante visión apocalíptica, sanguinaria e irracional, campea en Estados Unidos, país supuestamente laico pero en el que casi todo acto oficial se juramenta sobre la Biblia. Estas creencias permean a los republicanos pero los demócratas no quedan atrás. El expresidente Carter señalaba: “El (re)establecimiento de Israel es el cumplimiento de la profecía bíblica y su esencia misma”. La educación básica decae en Estados Unidos: se refleja en creencias como el terraplanismo, el rechazo al darwinismo y similares y se proyecta en Hollywood al igual que en la política exterior de ese país. Solo así se entiende la ronda interminable de aplausos de la mitad de los extáticos congresistas estadounidenses (la otra mitad no se apersonó) en la sesión del 24 de julio en honor del indiciado/imputado, bajo legislación internacional, Netanyahu. En su discurso mesiánico éste no dudó en llamar “idiotas útiles pagados por Irán” a los jóvenes universitarios, ciudadanos americanos educados que “democráticamente” manifiestan masivamente contra el exterminio en Gaza. Son los mismos congresistas que apoyan “borrar del mapa” a Irán o a Rusia con armas nucleares y son los que autografían misiles estadounidenses “con dedicatoria para los gazatíes”.
Esta peligrosa tendencia fundamentalista, retrógrada se originó en la Inglaterra protestante, alejándose del luteranismo alemán original, rabiosamente antijudío. Oliver Cromwell, con su revolución teocrática del siglo XVII, contrariando las creencias cristianas que decía representar se apropió junto con los calvinistas puritanos de la noción de la “restauración de Sion” en Palestina (revivir el reino destruido de Israel en tiempos romanos). Su tergiversada interpretación bíblica señalaba que, una vez restablecidos los judíos de la diáspora en Palestina, precipitarían mágicamente la sangrienta segunda venida de Jesucristo pero también la conversión de esos mismos judíos. La noción se apagó tras la derrota de Cromwell, pero sus partidarios fanáticos huyeron a las colonias americanas para ahí revivir estas ideas apocalípticas que en parte alimentaron la independencia estadounidense a pesar de su supuesta inspiración masónica, racionalista de los “padres fundadores”.
Esta creencia anglosajona a favor de la “restauración de Israel”, por un lado, fue hábilmente utilizada por el sionismo moderno del siglo XX, laico y ateo, pero, paradójicamente, fue rechazada con vehemencia por el judaísmo rabínico auténtico, histórico, que interpreta que la destrucción de su patria original por Roma fue un castigo de Jehová. No obstante, estos judíos ortodoxos tradicionalistas —con sus característicos atuendos negros y tirabuzones en el cabello—, aceptaron mayoritariamente instalarse en el moderno Israel (10% de la población actual) aunque sólo bajo la condición de no reconocer la legitimidad de dicho Estado y de no servir en el ejército sionista. Para ellos el Estado de Israel, a los ojos de su dios Jehová, es “artificial” y “blasfematorio” (aunque no desdeñan los generosos subsidios de ese gobierno “sionista” que desprecian bajo la justificación dedicarse exclusivamente a rezar, estudiar sus sagradas escrituras y procrear según los mandamientos bíblicos).
Cualquiera puede ver que hay una incompatibilidad básica entre el cristianismo evangélico-sionista y el judaísmo auténtico. El primero, a nombre del judaísmo pero sin su consentimiento, apoyó la refundación de Israel en 1948 sobre Palestina esperando precipitar ese anhelado retorno de Jesucristo. De paso, los gobiernos británico y estadounidense, vieron en ello la oportunidad de contar de paso con una base militar aliada dentro del Medio Oriente. Para los segundos, esta idea sigue siendo abominable en términos del judaísmo auténtico ya que consideran al Jesús del cristianismo como un despreciable hereje renegado y un “falso mesías” a quien por supuesto nunca coadyuvarían a resucitar.
Para ellos el verdadero mesías judío, su libertador prometido, descendiente del mítico rey David, nunca apareció en el siglo I, en tiempos de Roma, y no se llamaba Jesús. Cuando aparezca será porque su dios Jehová los ha redimido para que le construyan un Tercer Templo donde aposentarse y donde le rindan sacrificios, justo encima de la Mezquita del Domo en Jerusalén, lugar sagrado para musulmanes y palestinos. Así se saldará un nuevo “pacto de la Alianza”, exclusivo entre Jehová y su único pueblo elegido.
En las creencias cristianas tradicionales, el propio Jesucristo se proclamó no solo el mesías esperado, sino hijo de Jehová y su cuerpo, el cuerpo de Cristo, se convirtió en el nuevo Templo, inmaterial y espiritual. No hay pues necesidad de un tercer templo. Los sacrificios de sangre que antes los judíos ofrecían en el segundo Templo destruido por los romanos, se harían desde entonces, simbólicamente, a través de la ceremonia de la Eucaristía, la comunión espiritual con Cristo.
Lo que los evangélicos-sionistas han hecho no sólo desafía las creencias teológicas cristianas, sustentadas durante 2000 años, sino la lógica de las mismas. Ellos en el fondo ven a los judíos como ovejas sacrificiales para precipitar ese Armagedón final que tanto ansían y, contradiciendo al cristianismo, reúnen fondos multimillonarios para construir físicamente ese Tercer Templo material que niega la función asumida por Jesucristo.
Cuando Netanyahu dice que los cristianos sionistas “son los mejores aliados de Israel” lo hace siempre con una mueca de burla. ¿Quién utiliza a quién? Cuando los judíos rabínicos ortodoxos protestan en Jerusalén, NuevaYork o Washington contra Netanyahu y lo que representa, lo hacen con conocimiento de causa. La inmensa mayoría de cristianos, protestantes o católicos, ni siquiera se da por enterado de la irreconciliable disputa teológica que está en juego ni del riesgo de un auténtico Armagedón nuclear.