Escribo esta memoria como sobreviviente directo de un desastre nuclear que se vivió en el corazón de Japón en marzo de 2011, cuando la central nuclear de Fukushima, en la costa este del país, estuvo a punto de provocar un desastre ecológico de proporciones globales, y las personas que vivíamos en la capital teníamos que decidir si quedarnos o huir.
La Embajada de México organizó dos vuelos de emergencia para evacuar en forma gratuita a todos los connacionales que quisieran dejar ese país, ante el riesgo de un derrame nuclear que afectaría a otras ciudades. Una nube radioactiva cargada de cesio-137, uranio-238, potasio-40 y otros elementos peligrosos llegaría a Tokio en cualquier momento y nadie podía anticipar los efectos que esto podría tener. Se calcula que en total Chernobyl causó una derrama de unos 100 peta-becquerelios (1015 becquerelios) de radiación al aire tan sólo de cesio-137. Se dice que Fukushima soltó a la atmósfera una tercera parte de eso; pero una cantidad bastante mayor al mar, que a diferencia de Ucrania, estaba a un costado de la planta. La explosión del tercero y cuarto reactor era inminente y podría lanzar a otras ciudades de Japón sustancias contaminantes que penetrarían el agua, el subsuelo, los árboles, la tierra cultivable, y todos los alimentos, especialmente el pescado.
Recuerdo el rostro de la gente alrededor de Otsuka, el barrio donde yo vivía en Tokio. Más que de angustia, era de incredulidad. El ser humano tiene un instinto de supervivencia y otro de practicidad: cuando no ve alternativas, elige ignorar las amenazas e inventarse historias. En este caso, la historia era que TEPCO, la compañía paraestatal encargada del manejo de la planta nuclear, tenía la situación controlada. El autoengaño no era exclusivo de los ciudadanos: el gobierno contribuía activamente a propagarlo para evitar el pandemónium colectivo, difundiendo en la prensa historias más digeribles que la verdadera. Lo mismo pasó en la Segunda Guerra Mundial, cuando en los periódicos no apareció el bombardeo nuclear en Hiroshima y Nagasaki, excepto en forma muy marginal, y las víctimas del holocausto (hibakusha) fueron sistemáticamente silenciadas y discriminadas por años. En todo esto pensaba yo mientras hacía mis compras en el supermercado, intentando no caer en el pánico, pero intuyendo al mismo tiempo que era una situación muy grave de la que no se hablaba.
Esto me recuerda lo que deben estar viviendo los ucranianos desde los primeros días de la guerra. Muchos sabían que el conflicto podía escalar y que su ventana de oportunidad para salir del país se iría disminuyendo. Pero no es fácil abandonar un hogar sin saber lo que a uno le espera.
La misma noche del terremoto, el 11 de marzo de 2011, envié un mensaje a mi familia que describía bien la situación:
RESEÑA DEL TEMBLOR QUE DESTRUYO BUENA PARTE DE JAPON EL DIA DE HOY
Familia, no es por alarmarlos, pero sí estuvo terrible. A mí me tocó adentro de un restaurante que, afortunadamente, no es nada grande. Una simple casita de dos pisos, y me agarró en medio de un delicioso estofado de res horneada con salsa de ciruela. Al instante comenzaron a caerse las copas, algunos vinos se estrellaron… pero lo peor fue mirar por la ventana y ver los faros de un pequeño estadio de prácticas de béisbol moverse como si estuvieran a punto de caernos encima… los postes parecían como los pinos de Tuxpan moviéndose con el viento. Los coches brincaban sobre sus propias ruedas. Lo más cercano en mi experiencia a lo que viví hoy solo lo he visto en las películas, Armageddon, Inception o Independence Day. Nada más estaba tratando de anticipar dónde se iba a abrir el suelo en dos para evitar caer en la grieta.
Corrimos afuera del restaurante y nos quedamos parados en un estacionamiento. Al rato vino el remate, y después otro, ya menos fuerte. Para añadir un toque dramático, las bocinas de emergencia sonaban con una voz diciendo “se aproxima un tsunami de enormes dimensiones a las costas de Japón, todos los que vivan cerca del mar deben desalojar de inmediato”. Hasta este momento, en que pude regresar a pie hasta la casa, caminando más de dos horas entre ríos de gente, todavía traigo la adrenalina un poco alta. Hay bombas de gas que explotaron en varias ciudades, incendios tremendos, bastantes gentes murieron y muchas desaparecieron en todas las zonas costeras, en especial de Miyagi. Se dice que el temblor es comparable al que ocurrió en Chile. Este fue de 8.8 grados Richter dentro del mar, con epicentro algunos kilómetros hacia el Este de la costa centro-norte, y en Tokio pegó con intensidad de 5.
Los que más sufrieron son los que viven en la costa, porque ocurrieron tsunamis de 10 metros de alto, lo cual ocasionó sobre todo muchos incendios. Bueno, eso es lo que se sabe hasta ahora que estamos viendo la televisión. Aquí dentro de la casa se cayeron y rompieron varios muebles, hay libros en el suelo, trastes, etc. Bueno, solo los quería tranquilizar porque el internet sí sirve, pero los teléfonos no, así que cuando se despierten y vean las noticias a lo mejor van a querer llamarme pero no van a poder. Estoy bien.
—Carta a mi familia el 11 de marzo de 2011
No obstante, la realidad la supe mucho después, en una cena a la que fui invitado, donde estuvo presente el ex-Primer Ministro de Japón, Naoto Kan. Éramos un grupo de no más de 50 personas, en aquellos días en que el gobierno había vuelto a manos del Partido Liberal Democrático, después de un breve interregnum del Partido Democrático, que cayó a causa precisamente del mal manejo de la crisis nuclear. Esa noche el ex-dirigente explicaba, en forma dramática y personal, cómo había vivido la situación. Aquella no era una plática convocada para ese propósito, sino una fiesta privada para celebrar la inauguración de un espacio cultural al interior de la Torre de Tokio (Tokyo Tower), y casualmente al ex-Mandatario le pasaron el micrófono para dar unas palabras, cuando la conversación tomó ese giro. El recuerdo estaba todavía muy fresco en su memoria y debe haberse sentido compelido a hablar, pues se podía sentir la agitación en su voz, que yo escuchaba a unos metros de distancia, cuando describía su angustia al tener en sus manos una situación que —según sus propias palabras— estuvo a punto de borrar a Japón de la faz de la tierra.
Lo que Naoto Kan dijo en aquella ocasión fue que, al igual que lo sucedido en Chernobyl 25 años atrás, fue un milagro lo que evitó que aquel 11 de marzo la central nuclear de Fukushima estallara en mil pedazos, lanzando a la atmósfera una nube radioactiva tan grande que ningún ser humano en Japón habría podido sobrevivir y buena parte del globo se habría enfermado. Recuerdo que el ex-Primer Ministro se limpiaba las lágrimas de la cara al describir su horror cuando al llegar al sitio de la catástrofe vieron que no había ningún residuo de agua disponible para enfriar el reactor averiado y que los bomberos tardarían todavía varias horas en llegar. En ese momento, cuando todo parecía perdido, un error humano —a la postre, providencial— salvó al mundo del abismo: un tanque de agua, que normalmente debía permanecer vacío, se había quedado lleno, permitiendo que el sistema de enfriamiento funcionara por unas horas más, a pesar de que las bombas de enfriamiento que succionaban agua del mar, se habían averiado.
Por muchos años he recordado ese testimonio como una prueba de que la energía nuclear es un recurso demasiado peligroso. Y siendo Veracruz el único lugar en México que tiene una planta nuclear (Laguna Verde), vale la pena hacernos más conscientes de los peligros que entraña. No hay mejor solución a este riesgo que cambiar nuestros hábitos hacia un consumo más bajo de energía en nuestra vida cotidiana. Usar más la bicicleta y menos el auto; evitar usar aparatos eléctricos de alta potencia, no quemar basura, etc. Al igual que las abejas, los humanos somos propensos a imitar los comportamientos colectivos y si actuamos con conciencia podremos ser agentes de cambio en nuestro entorno inmediato, sin importar nuestro nivel de influencia o popularidad.
Esta experiencia también me hizo entender que a veces la intuición es una herramienta más poderosa que la prensa. En aquella ocasión, varios extranjeros tomamos la costosa decisión de salir del país, desconfiando de las noticias locales. Varios meses después, visité la zona del desastre y pude comprobar a primera vista la magnitud de un tsunami; pero la verdad sólo la supe al escuchar en viva voz al ex-funcionario antes citado. Entonces supe que los gobiernos —incluso en una potencia como Japón— son demasiado débiles para frenar este tipo de crisis.
Ojalá que esto nos sirva de ejemplo para pensar que un ataque con misil a una central nuclear, como el que llevó a cabo la Federación Rusa contra la central de Zaporiyia en Ucrania, hace unos días, es un acto suicida que pone en peligro a todo el planeta, incluida la propia Rusia. Parece increíble que un error totalmente evitable, como fue la explosión nuclear de 1986 en Chernobyl, provocado por la imprudencia de los dirigentes rusos de la ex-Unión Soviética, haya sido olvidado tan pronto y que hoy no cause vergüenza a quienes ponen nuevamente a Ucrania al borde de una crisis nuclear.
Si bien desde México no podemos hacer mucho por ayudar a un pueblo amenazado, sí podemos entender que el uso de energías no renovables como la gasolina, el gas, el combustóleo y la electricidad que de ellas proviene, es una ruta que conlleva a la confrontación entre potencias, o bien al autoengaño de las falsas bondades de la energía nuclear, que una y otra vez la historia nos demuestra su lado oscuro.