La indignación a flor de piel

Crónicas de banqueta Volumen 1, de Manuel Vásquez

El transeúnte contemporáneo está vacunado para observar su entorno, hoy, por cierto, tan precario como hacinado. El ciudadano, inoculado, no advierte la cantidad de historias que se cruzan, chocan y hasta se bifurcan en una fracción del tiempo. Por desgracia, está naturalizada la indolencia: la solidaridad con el otro o, cuando menos, la conmiseración visual, están vetadas de la órbita del interés común por culpa de las prisas y neurosis de atender el reloj; sí, el tiempo, se ha consumido como valor para erigirse en requisito de subsistencia donde se le pierden, literalmente, sus atributos.

Extrañamos y anhelamos el vagabundeo de Oliveira en París en busca de la Maga de la Rayuela de Julio Cortázar.

Manuel Vásquez no comulga con esa inercia reforzada por la globalización y sus tiempos líquidos. Manuel sí vagabundea en Crónicas de banqueta, libro editado por el Colegio de Veracruz, se detiene en esta peculiaridad del espacio y toma una fotografía, fija, para recorrer con calma y proceder a describir esos detalles de las personas que carecen de voz: ya sea esos tipos que no merecen la primera plana de los periódicos, por no declarar como políticos; o, por no pertenecer tampoco, al jet set local.

La banqueta para Manuel se vuelve gesta, es el nuevo coliseo de la competencia, los feroces gladiadores tienen claro su objetivo: el otro, insiste Manuel, no existe, por lo menos momentáneamente, porque el triunfo diario es un asiento de sardina en la Combi, el convencimiento de un incauto para venderle un ventilador portátil o la pacientísima y estoica espera del camión que vadeará por el Bronx de Plaza Crystal.

Las Crónicas de banqueta de Manuel nos plantan en esta fugacidad de cemento: la banqueta no es banal ni pasajera a ojos de la dinámica cotidiana. Para Manuel es, al contrario: la oportunidad de registrar instantáneas en blanco y negro para reflexionar en ese espejo llamado otredad.

Pensándolo bien, la banqueta podría ser eso que define Marc Augé como los no lugares donde la confluencia es anónima, donde son inútiles los pasaportes. Tierra de nadie, dice Manuel, en la banqueta ser de izquierda o derecha poco trasciende.

Crónicas de banqueta es la reunión de textos que podemos interpretar como una larga conversación que Manuel sostiene con sus fantasmas, apariciones y revelaciones (inclusive el dedicado a Chacalapa), cuando el narrador pasea por las calles de una ciudad a la que le han expropiado hasta la neblina, la fina ornamenta del pedigrí ateniense que presumía el siglo pasado.

A veces parece que a la capital le han quitado su nostalgia y el autor insiste en hallar esa magia extirpada con base en un capitalismo rascuache, emblematizado en esa selva donde las bestias más peligrosas son los OXXOs, los Fastis y los X24. A Manuel le queda como saco a la medida aquella frase atribuida a Carlos Monsiváis: “O ya no entiendo lo que pasa o ya pasó lo que entendía”.

Nos aclara Manuel: las banquetas son altar de todo y de nada. Se trata de una paradoja actual: es sitio donde lo mismo se escuchan serenatas que balazos; se mira, recalca Manuel, para reír, soñar, sentarse, grabar, llorar, comer y hasta saludar a un desconocido como Don Salomón, Isaías, Jaime o hasta ese peripatético teporocho que era un mensajero de Dios para platicar un rato con Manuelito.

El género de marras, adivinaron, se llama crónica. Así como el ensayo dispensa la ocasión académica de los maestros que piden a sus estudiantes a diestra y siniestra un ensayo (“¿Qué es eso maestro?, Pues un texto libre”) y así abofetean la creación de Montaigne; la crónica es un modo de escritura en medio de la literatura y el periodismo.

La crónica también es un género centauro, como el ensayo. Agregaría que también se le puede comparar con el alebrije. Es un ente que conjunta otros seres para dar un tercero: un ser fantástico. La crónica escuda el subjetivismo, es parte y juez de la trama, ampara la confidencia biográfica, da confianza al Octavio Paz que llevamos dentro para enumerar los monstruos de nuestro El laberinto de la soledad, otorga licencia para la filosofía de bolsillo y hasta se disculpan las tentaciones sociológicas, y acuna de vez en vez las anécdotas alambicadas y los chistes por enésima ocasión contados cada vez más distorsionados.

Un cronista es un prestidigitador: preconiza males del corazón, sana almas y hasta formula sugerencias de diván psicoanalítico. La crónica en este sentido es noble y permite todo tipo de desliz. Manuel aprovecha todas esas licencias con inteligencia, sensibilidad y pulcritud, y su prosa se instala reposada, precisa y la disquisición se enrumba a un segundo plano y en cambio los personajes son lo más importante por contar de parte de Manuel.

Desde niño, confiesa Manuel, practicó la crónica: a través de un juego muy simple, adivinar qué viene pensando cada persona con solo ver cómo camina o cómo está vestido. La multidisciplinaria formación de Manuel Vásquez va en consonancia con el género para publicar este libro que presentamos. Es innegable que Manuel tiene oído en ambos sentidos. Oye su rededor para redactar sus textos y oye también por su gusto y estudio de la música.

Característica fundamental de cualquier cronista que se jacte, es el oído. Oído que, por supuesto, hay que recalcar en Manuel, se afina con el oficio de productor y locutor radiofónico, oficio que desarrolla hace lustros en los medios públicos de información. Aunque supongo que ocurre en cualquier lugar del mundo, Xalapa obliga a desarrollar otro sentido para ser cronista. El olfato. Metafóricamente el olor es asimismo fundamental para captar desde sensaciones hasta atmósferas. Y, en este caso, Manuel lo tiene bien aguzado para captar las delicias gastronómicas que son parte de este escenario que Manuel propone como el teatro mismo de la vida contemporánea: la banqueta.

Para Manuel, la banqueta es un crisol de encuentros y desencuentros, y en cuyos periplos por esa cosmovisión xalapeña se disfrutan los aromas de las fritangas, esa masa que se vuelve realidad gracias al aceite reciclado por una semana.

Parodiemos al manco de Lepanto, para felicitar a nuestro amigo, al ser humano que es Manuel: en un lugar de Xalapa, de cuyo nombre no quiere acordarme, no ha mucho tiempo vivía un cronista que encontró a sus modernos molinos de viento, como lo son las tiendas de conveniencia. Contra esos, lo que simbolizan, se bate Manuel. Crónicas de banqueta es un libro ideal para quienes llevan la indignación a flor de piel, aquí hallarán el compromiso de dar voz a quienes carecen de ella con sabiduría y amor por el prójimo.

Raciel Damón Martínez Gómez
Raciel Damón Martínez Gómez
Doctor en Sociedades Multiculturales y Estudios Interculturales por la Universidad de Granada, España. Investigador en la Universidad Veracruzana y en la Universidad Veracruzana Intercultural. Docente en la Especialización en Estudios de Cine y en la Maestría en Cultura y Comunicación. Crítico de cine desde hace 35 años. Ha publicado en revistas de Estados Unidos, Brasil, España e Inglaterra, así como en medios académicos nacionales. Colabora en La palabra y el hombre de la UV y Criticismo. Tiene premios en el género de Crónica y en la categoría de Ensayo Editorial. Entre sus libros más recientes: Arráncame la iguana: Desafíos de la identidad en el cine mexicano (2009), Cine de géneros: entre Adán y guerras (2012), Cine contexto (2018) y Xalapa sin Variedades (2020). Actualmente su adscripción es como investigador del Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la UV.
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