Orfandad de Federico Reyes Heroles: Escribir desde la oquedad

Aunque Federico escribe desde la oquedad evidente por el tamaño público del padre, el ensayista mantiene ese tenor que lo caracteriza: no elogia ni denosta artero, sino cumple con un proceso dialógico que busca el entendimiento antes que la versión unilateral a través de la combinación entre teoría y praxis -como la línea paterna.

Para sumarnos a la conmemoración del centenario del nacimiento de Jesús Reyes Heroles, político e intelectual tuxpeño, cuyo valioso aporte a la historia y la vida política del país es innegable, creemos pertinente una reflexión en torno a Orfandad, libro escrito por Federico Reyes Heroles. Y es que, deliberado álbum de familia, Orfandad ensaya una heterodoxa semblanza: incluye el mito del hombre tan prestigiado por liar acción y pensamiento, pero agrega la silueta desconocida de un personaje del que, se insiste, quede esculpido en piedra de partidos. Para llegar a ese puerto, la pregunta principal de Federico en Orfandad es: cómo le hizo su padre para combinar ambos mundos con inteligencia y picardía, pasión y goce por la vida -cuya respuesta, por cierto, no encontraremos.

Empecemos por lo obvio. La reputación de Reyes Heroles ha crecido con el tiempo, lo reconoce Federico, y no sin razón. Ese armario de renombre -solidez ética, calidad humana, seriedad y entrega-, “contrasta con la fragilidad de los nuevos dirigentes” a los que les queda el saco de la kakistocracia. Coincidimos con Federico que en la actualidad es imposible evitar la comparación: “La sociedad mexicana ha visto un desfile de desfiguros que parecen no tener fin”.

Se antoja calificar la narración de elíptica, la precisión de relojero basta para la conversación sustanciosa en Orfandad: cortado el tiempo por un sastre que le sobra tela y decide por un buen traje. Orfandad ofrece una serie de claves para entender al hombre de ideas y método; al mismo tiempo hay pluma sensible para revelar detalles poéticos, como eso de que nuestra celebridad, impostada en un cigarro, temía al mar. Federico pondera la imagen con viñetas de cincel fino, con un entorno familiar mundano sin drama o estridencia alguna que manche el monumento. 

Aunque Federico escribe desde la oquedad evidente por el tamaño público del padre, el ensayista mantiene ese tenor que lo caracteriza: no elogia ni denosta artero, sino cumple con un proceso dialógico que busca el entendimiento antes que la versión unilateral a través de la combinación entre teoría y praxis -como la línea paterna. De sólida formación epistémica, principios que gran parte heredó de un riguroso maestro en casa que lo mismo leía a Heller que a los griegos, Federico también acude constantemente a los clásicos para conocer la entraña del discurso político, lo hace hurgando nuevos paradigmas como esa ilustración tecnocrática a la que impugna en Transfiguraciones del estado mexicano.

El desdén a los desfiguros y fragilidad existentes es de reojo. Dicha controversia no se impulsa desde la estadolatría, Federico jamás enseña esa idealización. La tecnocracia, engendro de la globalización, está envuelta entre un “sofisticado” aparato burocrático y necesidades macro que requieren de esos cuadros que, en la época de Reyes Heroles, eran inimaginables para un apenas modernizado nacionalismo mexicano todavía sin remedios pacíficos para los conflictos. Por ello es cada vez más significativa la acción civilizatoria de Reyes Heroles: la reforma electoral mandó un mensaje determinante al esquema postrevolucionario de plata o plomo, y así dio origen al México de las instituciones.

En Memorial del mañana, pero podríamos acudir a cualquier otro de sus libros como Alterados: Preguntas para el Siglo XXI, Federico deja entrever su papel de politólogo de centro, constructor de puentes de entendimiento y consensos entre políticas, entre géneros literarios (ha publicado seis novelas), entre su escritura misma donde combina tersamente lo subjetivo y lo objetivo, la estética y el  pensamiento (con trece libros de filosofía política en su haber). Lector de Isaiah Berlin, Federico ha sido muy crítico de esas identidades culturales que parten de visiones únicas. Duda por supuesto de esos sistemas democráticos en donde se pretende administrar la diferencia subsumiendo al otro en un código imperante. Verdades únicas no existen, y eso se trasluce en el tono siempre distante de Federico en Orfandad donde no desmitifica propiamente al padre: lo matiza. Tampoco desprecia a aquellos que se codean en la imaginaria con la efigie de Reyes Heroles, aunque sí los pone en su sitio. De alguna forma, parafraseando la descripción que hace de su padre, Federico tiene los pies en ambos mundos.

En Memorial descansa su postura en Jorge Luis Borges para establecer la paradoja que sostiene el título: memoria que es pasado y mañana que es futuro. A decir de Borges, cita, lo venidero nunca se anima a ser presente del todo sin ensayarse. Así, exactamente, es el tamiz que Federico tiende sobre Orfandad, libro con una pretensión subyacente: no ser biografía definitiva, menos lineal (del 1 al 100), no rendir tributo ni apología pero tampoco sostenerse en la anécdota por la anécdota y, aún así, consigue un mural con escenas de una alameda llamada Reyes Heroles padre, con personajes que llevan aristas y desembocan en eso, siempre en una persona, una silueta humanizada, con excelso sentido del humor. Orfandad, según este aserto, nos parece también un ensayo del estilo que Federico se ha dedicado a refinar en toda su extensa y variada producción libresca. Seguro fue difícil tomar esa decisión por el tamaño de deuda que tenía con el personaje: no era la democracia como entelequia, era sencillamente el padre, el mismo ser al que siguió besando con cariño hasta siendo adulto.

Ahora bien: todo menos que Orfandad sea un reproche en contra de esa kakistocracia que gobierna en todo el mundo, en donde creemos que cuando alguien es el más inepto de la historia en el poder, solo hay que asomarse a la próxima elección para, sí, hallar a otro más peor. Esto de la kakistocracia en verdad es un tobogán que Federico siempre ha mirado desde la realpolitik y no desde la nostalgia, válida, que lamentaría la pérdida de una generación de políticos, como su padre, forjados entre la práctica y el estudio. La incompetencia no concluye y, por desgracia, en vez de pozo parece hoyo negro. Los saltimbanquis están a la orden de cualquier congreso y prevalece la fugaz y huera popularidad gestada en redes o en marketing. Personalidad y personaje de Don Jesús son suficientes para barrer hacia delante -lo que sería un ensayo moralista. Pero el memorial de Federico tiene en Orfandad un diálogo con el mañana de una forma más prudente.

En entrevistas he visto y escuchado con atención las preguntas que le hacen a Federico en torno a si su padre se hubiera adaptado a los tiempos actuales. Federico, sin ser catequista, primero endecha la voraz ambición material del político contemporáneo que cosifica su actividad para acumular sin sentido. Distingue al padre, al reverso de lo que vemos en las pasarelas actuales: por supuesto cero modas, una persona con un modo de vida austero. También resulta interesante especular con relación a la época mediática del presente que, según Federico, no hubiera sido cómoda para Don Jesús.

Y eso no quiere decir que Federico desdore al padre político. No, tiene la suficiente sustancia su prosa para bosquejar el perfil del hombre de pensamiento. Asimismo, se aprecia en Orfandad lo que destaca Miguel Basáñez Ebergenyi: Reyes Heroles era un intelectual y político con una simbiosis formidable y su pensamiento estuvo dominado por dos ideas, el impacto del liberalismo social en México y la separación de iglesia y estado.

Orfandad inclusive subraya el ser político de Don Jesús, como eso que le pidió de tarea a Federico: ¿Qué es el estado? El estado es cultura, sentenció al hijo. Este concepto se apega a lo que dice Basáñez: de cómo entendía el poder transformador de la cultura, de cómo escudriñar el sentido de la historia y descubrir el juego dialéctico de los opuestos, imaginando, como lo hizo con su reforma, los posibles caminos de la síntesis. Estaría de acuerdo Orfandad con Sara Ladrón de Guevara, quien recordó que Reyes Heroles “perteneció a esa rara, más bien escasa, pero real y tangible estirpe presente y actuante a lo largo de nuestra historia de hombres de ideas que son, al mismo tiempo, hombres de acción. Y de esa afortunada combinación de ideas y acción es de donde surgen las instituciones”.

Sin ser necesariamente Orfandad un parricidio simbólico, el propósito alcanza visos iconoclastas, quiere moderar a la figura, mitigar al estereotipo que han querido ensalzar como una maquinaria política, un tipo ideal de zoon politikón, y que, como lo plantea Federico, se compensa con detalles personales que lo vuelven a la tierra. Federico confiesa que con los años descubrió que le ha costado establecer vínculos entre el hombre público y el personaje de sus recuerdos. Los estereotipos, escribe Federico, son muy pesados. Pero les garantizo, agrega, que era el mismo.

Me atrevo a señalar que Reyes Heroles fue lo más cercano a la definición aristotélica porque tuvo la enorme capacidad de crear alianzas, hizo política en un México postrevolucionario todavía con fuertes cacicazgos como el de Gonzalo N. Santos, negoció entre el azufre de la nefasta represión estudiantil y sopesó frente a intereses de una nueva élite política que bien se entiende en el libro de Basáñez, La lucha por la hegemonía en México. 1968-1990.

Gustavo Díaz Ordaz caló a Reyes Heroles con la modificación del Artículo 82, pero Don Jesús no escuchó el canto de las sirenas de la sucesión presidencial. Orfandad reconoce su inteligencia, por supuesto, pero habla también de su tenacidad. Reyes Heroles era un workaholic. Descansaba haciendo adobes, dice el hijo. Era subdirector del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), daba clases a las siete de la mañana y le sobraba tiempo para leer el pensamiento del siglo XIX, leer teoría política o filosofía, o literatura.

Reyes Heroles fue, en muchos sentidos, ruizcortinista, y no solo nos referimos a la imagen austera del ex gobernador de Veracruz y ex presidente de México. Don Adolfo era supersticioso y siempre tocaba madera. A Don Jesús le recomendó siempre traer un palillo de dientes en la bolsa del saco, cuestión que adoptó de inmediato. Años después, relata Orfandad, Reyes Heroles cambió a algo más elegante: unos lapiceros forrados de madera, que después compró varios juegos para su tranquilidad. “Y lo peor es que es contagioso. Yo también toco madera”.

Federico ensaya: deambula por el puerto tuxpeño, extraña con jacarandas, recuerda los zapatos Clark`s que renegaba Don Jesús y terminó siendo fan, no cuestiona la veracidad de los pasajes que le platican, y así, entre niño y maduro, ensaya. Magnífico libro es Orfandad sobre un personaje que, en efecto, “camina solo”.

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Doctor en Sociedades Multiculturales y Estudios Interculturales por la Universidad de Granada, España. Investigador en la Universidad Veracruzana y en la Universidad Veracruzana Intercultural. Docente en la Especialización en Estudios de Cine y en la Maestría en Cultura y Comunicación. Crítico de cine desde hace 35 años. Ha publicado en revistas de Estados Unidos, Brasil, España e Inglaterra, así como en medios académicos nacionales. Colabora en La palabra y el hombre de la UV y Criticismo. Tiene premios en el género de Crónica y en la categoría de Ensayo Editorial. Entre sus libros más recientes: Arráncame la iguana: Desafíos de la identidad en el cine mexicano (2009), Cine de géneros: entre Adán y guerras (2012), Cine contexto (2018) y Xalapa sin Variedades (2020). Actualmente su adscripción es como investigador del Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la UV.