El lunes 16 se vieron surgir unas naves en Punta Gorda, y por la tarde dos navíos que se dirigían a la Veracruz vieja, que se confundieron con fragatas de cacao. Nada sospechaba la población, y algunas advertencias se tomaron a chanza, sin salir el vigía a su reconocimiento acostumbrado.
Eran seis navíos, dos fragatas y tres balandras, trayendo como almirante a Lorenzo Jácome, mulato holandés de las islas, Nicolao Bronon, y Monsieur Agramont. Lorencillo conocía muy bien la tierra, pues había sido por tres años artillero en la Armada de Barlovento y había morado en Veracruz. Echaron en tierra por la noche a 800 hombres, dejando 300 en los navíos. Al amanecer del martes se apoderaron de la plaza, y los que se asomaron al ruido pagaron con su vida a boca de mosquete. Abrieron los convent y las casas, y sacaron a sus habitantes medio desnudos, haciéndoles cargar su hacienda en bultos, y metiéndolos en la iglesia mayor.
Quedaron encerrados en la iglesia más de seis mil personas, hombres, mujeres, sacerdotes y religiosos, mientras que los piratas, valiéndose de las carretas de la ciudad, así como de los negros y mulatos, cargaban la plata a la isla de Sacrificios. Metieron barriles de pólvora a la iglesia con amenaza de volarla, y enviaron a dos portadores con cartas pidiendo un rescate de 150,000 pesos, con término de doce días.
Hicieron que el cura subiese al púlpito a la fuerza y dijese a todos que manifestaran lo que habían ocultado y diesen las joyas que portaban so pena de la vida, con lo que en dos cestillos se recogieron anillos y arracadas, y otros manifestaron lo oculto en sus casas.
Lo que en esos días soportaron los veracruzanos en la iglesia, sólo el que lo vivió podría describirlo. El calor y la apretura los llenó de sarpullido, volviéndose insoportable; el hambre y la sed los agobiaban, así como la hediondez de los cuerpos muertos que estaban enterrados en la superficie de la tierra (como se acostumbraba antaño en las iglesias), los excrementos de todos, y la zozobra de perder la vida. Algunos perdieron el juicio, y otros expiraron.
Los piratas sacaban a las mujeres que les parecía para que les hiciesen de comer, o para sus antojos; a la mujer de un doctor recién casado la sacaban, cuando a éste, queriéndola defender, le quitaron con una carabina la vida y a la mujer a un tiempo.
El jueves por la noche doblaron las guardias, y pusieron cuidado de que ninguno levantase la cabeza, porque entraban y salían de la sacristía, donde habían retirado a las mujeres, violando sacrílegamente el templo. El viernes asaltaron los sagrarios, y un mulato de la ciudad derramó las formas consagradas de un copón, usándolo para beber vino, pero pagó cara su osadía, pues por una riña lo mató Lorenzo Jácome 24 horas después.
La mañana del sábado dejaron libres y desnudas a las mujeres, y cargando con el botín a los hombres, se llevaron 1500 españoles y 2000 negros y mulatos a bordo a la isla de Sacrificios. Allí hicieron 175 ranchos o chozas de 25 hombres cada uno, dándoles apenas de comer y de beber cada 24 horas. Estos, afligidos, esperaban la muerte si no llegaba a tiempo el rescate. Mientras tanto, los piratas pidieron a las bodegas 24 zurrones de grana, 3000 botijas de vino y mil de aceite; ese día se descuidaron de los rehenes, quienes por fortuna mataron una tortuga, la que se comieron cruda.
Los piratas peleaban entre sí, y hubo un pleito entre Nicolás Bronon y Jácome, pues el primero quería degollar a los rehenes porque aún no llegaba el rescate, y Jácome le dio una estocada.
El viernes 27 se vio que llegaba la flota de la Armada Española, la que no se animó a pelear, y se retiró mar adentro; el enemigo cobró alientos, pues ya tenían dispuestos tres navíos ligeros para huir con lo que pudieran. Por fin se recibió el rescate el domingo, y cuando contaban el dinero, volvió a aparecer la flota española, entrando por el puerto. A su vista, los piratas se hicieron a la vela con gran regocijo y algazara.
Se sacó en los barcos a la gente de regreso a la ciudad, que hallaron destrozada y robada por segunda vez por gente del país, ya que el sábado había entrado una escuadra de mulatos a caballo, gritando que el enemigo volvía, por lo que las mujeres salieron huyendo hacia los médanos, muriendo dos de ellas por el calor de la arena, y otras del susto.
En abril del año siguiente, Lorencillo atacaba Tampico.