Narradora, poeta, dramaturga, ensayista y diplomática, Rosario Castellanos (1925-1974), ha sido, dentro de lo cabe, una de las pocas escritoras mexicanas y latinoamericanas que pudo gozar en vida de por lo menos una parte del reconocimiento que su particular ingenio y que su perdurable trayectoria le merecen. Multifacética y multipremiada, tiene en su haber algunos de los ensayos y textos narrativos más redondos y mejor logrados de su siglo, textos que siguen vigentes hasta ahora y que, en el marco de su aniversario luctuoso número cincuenta, vale la pena redescubrir desde nuevos ángulos y perspectivas.
Basta una primera lectura de Álbum de familia (1971), último volumen de narrativa breve de Rosario Castellanos, para entrever en los cuatro textos que lo componen una lectura múltiple de la mujer con respecto a la sociedad heteropatriarcal en la que la propia autora tuvo que desenvolverse. Cada cuento encierra, en este sentido, un arquetipo femenino que rebasa a la propia protagonista y que adquiere unos tintes más o menos “generalizables.” Este tema, del que valdría la pena hacer una actualización tomando en cuenta los nuevos roles de la mujer dentro de la sociedad contemporánea, ya había sido desarrollado, aunque dentro de un contexto distinto, por la pedagoga de vuelta de siglo Dolores Correa Zapata (1853-1924), cuyo poemario Estelas y Bosquejos (1886) menciona de forma explícita aquellos tipos sociales de mujer que Castellanos volvería a examinar casi un siglo más tarde y de forma mucho más sutil. Esta equivalencia, casi matemática, llega a manifestarse en una especie de patrón:
Si ignoramos el orden en el que aparecen los diversos textos dentro de ambas obras y posicionamos a las protagonistas en una escala de acuerdo con su nivel de emancipación con respecto a los cánones heteropatriarcales, el primer tipo, es decir la mujer con menor grado de libertad, es aquella denominada como “El ángel del hogar”. Ésta, de la que en palabras de Correa Zapata existe una “doble aureola que revela a un tiempo / la misión de la madre y de la esposa”, es descrita por la poeta como una suerte de santa —de mártir, para ser exactos—, que relegada en el fondo de su alcoba reza y se lamenta en silencio, para no incomodar, por los males propios y por los ajenos. En “Cabecita de algodón”, Castellanos nos presenta, paralelamente, a un ángel del hogar, la señora Justina, que sufre en silencio las vejaciones del marido y pretende ignorar la doble vida del hijo varón, ensañándose en cambio con las dos hijas que, por poner al descubierto lo que ella insiste en encubrir, representan una amenaza para el único universo que conoce: el de los hombres.
El segundo lugar en la escala lo ocupa la mujer “Romántica”, un incomprendido espíritu de contradicción al que Correa Zapata nos retrata en los siguientes versos: “Que si a la faz del mundo mostrara yo mi duelo, / el mundo, por locura tomara mi pesar, / y en vez de prodigarme palabras de consuelo, /estúpido reiría con bárbara crueldad.” Es esta una mujer de inteligencia aguda, como la que nos presenta Castellanos en “Lección de cocina”, pero que, por distintas circunstancias, ha sido reducida a la mínima expresión de su ser. En el caso de Correa Zapata, la poeta anhela dedicarse a la escritura y se aísla por un instante en la naturaleza para gozar de la libertad creativa que solo a los hombres se les concede; en el caso de Castellanos, la joven recién casada, que estudió y se preparó hasta entonces tanto o más que su marido, reniega, aunque de forma velada, por verse limitada ahora a ser para siempre una “buena” o una “mala” cocinera.
Cierta libertad, aunque condicionada, tiene “La mujer de gran mundo”, o nuestro tercer tipo. “La sombra del llanto, no quiero llorar. Por eso en el ruido de alegres festines, dejé del recuerdo ahogada la voz.” Esto nos dice de sí misma la voz lírica del poema de Correa Zapata cuyo tipo social da nombre a la pieza. Sabiéndose cosificada y sospechando que lleva, a ojos de los hombres, una fecha de caducidad sobre la frente, se la vive entre bailes y cocteles, de los que no es, sin embargo, mucho más que un elemento ornamental. En “Domingo”, de Castellanos, vemos también a una mujer alienada y solo aparentemente liberal, en cuya casa desfilan diariamente las excéntricas amistades del marido. Ella, que ha tenido tiempo suficiente para encantarse y desencantarse de cada una de las mismas, flota ahora en una especie de limbo del que, como “la mujer de gran mundo”, se verá por igual relegada en un momento.
El cuarto y último tipo lo constituye “La mujer científica”, aquella que, para volverse dueña de su propio destino, ha tenido que verse privada de su femineidad y que, por consiguiente, ha sido expulsada de todos los círculos sociales por no encajar estereotípicamente con ninguno de los sexos. Si Correa Zapata nos presenta a su protagonista como un ser asexuado, como un “algo” al que miran “las mujeres con sarcasmo y los hombres con desdén”, Castellanos nos pone ante una joven de provincia que, rompiendo con las expectativas familiares, decide estudiar letras y se enfrenta a un reducido grupo de mujeres letradas, enemistadas entre sí por ser conscientes de que en la sociedad en la que viven solo hay y solo habrá —tras la muerte de la actual—lugar para una única poeta de renombre.
Cecilia, que además de protagonizar el relato que da nombre a Álbum de familia, es el eje articulador de la novela Rito de iniciación (1996), es quizás el personaje más autobiográfico de Castellanos, como “La mujer científica” fue probablemente la misma Correa Zapata o una conocida suya; y se encuentra en el último nivel de la escala porque, a pesar de haber pagado por ello un precio muy alto, ha venido a romper una cadena generacional y constituirse en el primer eslabón de aquellos otros tipos sociales que con el tiempo habrán ido y seguirán surgiendo.
Castellanos establece, aunque probablemente de forma involuntaria, un diálogo con Correa Zapata y viene a enriquecer el estudio que ya esta última, en sus limitadas condiciones contextuales, pudo hacer no solamente de la mujer ante el mundo sino del mundo ante la mujer, de los desafíos que enfrenta aquella dependiendo del rumbo que decide darle a algo tan íntimo como su propio plan de vida y de los “premios” o “castigos” que por ello ha de conferirle el otro, el hombre, que, de un modo u otro, busca la forma de imponerse sobre su destino. Por otra parte, y de forma paradójica, la mujer se libera por medio del estudio de sí misma y puede migrar, como lo dejan dilucidar ambas autoras, de un peldaño a otro dentro de la escala, construyendo y deconstruyendo los arquetipos que son solamente en apariencia los “únicos” o los “fatales.”
Bibliografía
Castellanos, Rosario. (1971). Álbum de familia. México. Joaquín Mórtiz.
—. (1996) Rito de iniciación. México. Alfaguara.
Correa Zapata, Dolores. (1886). Estelas y Bosquejos. México. Eduardo Dubla y Comp. Impresores