Teodoro Cano, sus orígenes y sus anhelos

Su primera herencia como artista la abrevó de la hermosa ciudad milenaria conocida como el Tajín, donde la delicadeza de las líneas arquitectónicas y las ondulaciones de los relieves escultóricos, mostraban el temperamento de las antiguas civilizaciones.

Julio César Martínez

A lo lejos sabemos que se trata de un totonaca. Por sus rasgos fenotípicos, así como por la suavidad de su mirada profunda y de sonrisa evocativa, reconocemos de inmediato que Teodoro Cano García fue y sigue siendo un totonaco de esencia originaria. Con ese silencio que siempre lo caracterizó, habría de contemplar el futuro añorando el pasado de sus ancestros, porque ahí en sus pupilas brotaban las imágenes que se habían detenido durante muchas décadas, como una herencia del imaginario del pueblo que lo vio nacer el 29 de mayo de 1932, en El Zapote, barrio de Papantla, Veracruz.

Su primera herencia como artista la abrevó de la hermosa ciudad milenaria conocida como El Tajín, donde la delicadeza de las líneas arquitectónicas y las ondulaciones de los relieves escultóricos, mostraban el temperamento de las antiguas civilizaciones que sabían unir la prudencia y la fortaleza como forma propia de la cultura que levantó a la gran metrópoli del Totonacapan. El segundo legado, a ojos vistas de esencia pragmática, fueron las enseñanzas de su padre don Luciano Cano, ya que el oficio de su tutor se concentró en la pintura, el grabado, la escultura y en la enseñanza del dibujo.

Por último y lo más reciente, es que don Teodoro Cano García, siendo niño tuvo la oportunidad de ser discípulo de dos grandes pintores que impulsaron el muralismo mexicano a un horizonte universal: Diego Rivera y José Chávez Morado. Rivera, fundador del muralismo nacionalista revolucionario, buscador de la identidad mexicana a través de sus dibujos, pinturas de caballete y de su obra monumental; y Chávez Morado, cuya obra revolucionaria y de esencia crítica al imperialismo yanqui, también supo reconocer, a través de los formatos pequeños la importancia de la vida de las culturas indígenas en la consolidación de la identidad nacional.

Estos tres universos que en su naturaleza interna se diversifican en múltiples escenarios, fueron la esencia que nutrieron el imaginario de Teodoro Cano, pese a ello, más que un muralismo nacionalista que reprodujera la visión del estado mexicano que se reduce a la apología de la mitología nahua (o más bien azteca), él encuentra en el ser del totonaca el principal elemento identitario que habrá de configurar durante toda su vida la obra que forjó con diferentes y diversas técnicas: pintura mural, relieves de cemento, cuadros al óleo, acrílicos sobre madera, dibujos en grafito y grabados en xilografía y linoleografia. Teodoro Cano, antes de intervenir el espacio de su elección o de su devoción, primero bocetaba en silencio aquellas imágenes que le permitían articular su discurso pictórico, sin embargo, siempre habría de aparecer el totonaca como su principal personaje, siendo así como lo retrataba en diferentes contextos que lo llevaron a reinterpretar desde las leyendas de El Tajín hasta los retratos de costumbres, transitando por la exegesis donde el pasado y el presente de los totonacas se convierten, más que en una realidad en un anhelo, pero solamente tangible en la escena pictórica.

Fue así como en su obra, tanto de caballete como monumental, se manifiesta ese afán que lo lleva a la configuración de una república idílica totonaca, un Edén virtuoso donde todo el pueblo viva en armonía y con la bondad de la trascendencia espiritual. Al parecer muchos no entendieron su mensaje, claramente idílico y utópico, pero siempre contrastante con la realidad de los totonacas que desde hace muchos siglos han vivido el despojo violento de su vida material y espiritual.   

En toda la obra de Teodoro Cano, sea un grafito, una acuarela, un grabado o un relieve, destaca el dibujo por su precisión y por su fidelidad con el modelo. Se puede afirmar con acierto, que es el dibujo el sustento y guía de toda su obra, porque el dibujo es el que define, muchas veces junto con el color, las emociones de sus personajes. Por ejemplo, la imagen de la mujer en grises que estamos reproduciendo en nuestras páginas, es una muestra paradigmática donde el artista une dibujo, color y gesto para representar a la madre protectora. Ahí las tres imágenes destacan porque logra una sensación de volumetría visual, y que rompe con la condición bidimensional de la superficie, creando la ilusión de un altorrelieve, sutil y delicado.

Contrario a esta expresión de índole dramática, tenemos la imagen de una pareja colmada de pigmentos primarios que hacen énfasis en la carcajada del totonaco enamorado, y con ella inunda de luz toda la escena que envuelve a la mujer. Escenas costumbristas de la vida totonaca captadas por el imaginario de un artista que quiso representar todos los acontecimientos de su pueblo.

Si decidiéramos estudiar la trayectoria de los murales de Teodoro Cano, en sí misma una tarea difícil y complicada, observaríamos un proceso de evolución donde la composición, el dibujo y el color, así como sus conceptos, cada vez fueron adquiriendo mayor precisión y coherencia. Por eso mismo, es muy difícil elegir, en la vasta obra del muralista, una que sea ejemplo o modelo representativo del estilo de Teodoro Cano; pero insisto, el altorrelieve de la Plaza de Papantla, ubicado en el muro de contención del atrio de la iglesia y cuyo título es «Homenaje a la Cultura Totonaca», donde narra la historia de su comunidad de origen, tiene una fuerza expresiva impresionante, quizá porque se trata del impacto visual que nos proporcionan las volumetrías y las ondulaciones del relieve y, así mismo, por su temática sustentada en buena medida en las leyendas ancestrales de la región y en los anhelos del artista para que los totonacas sean los principales beneficiarios de la tecnología y la modernidad.

Pero cabe recordar que uno de sus primeros murales, si no es que el primero que pintó a los 24 años Teodoro Cano, fue el que se titula:

Historia de Tuxpan

En el interior de la escuela primaria Enrique C. Rebsamen que se fundó en 1956. En este mural que narra el avasallamiento de los huastecos y totonacas por la invasión de los españoles, es notable la influencia de sus maestros Diego Rivera, pero, sobre todo, se observa la pincelada de José Chávez Morado que hace presencia en estos trazos que denuncian las condiciones de vida de un pueblo que ha sabido superar sus adversidades. Otro mural en Tuxpan es el que está basado en los códices huastecos, mismo que pintó en el Museo de Arqueología de Tuxpan, y donde se aprecia la fusión de las culturas totonaca y huasteca, obra de enorme colorido donde ya define su propio estilo pictórico el artista papanteco. 

Mural en la Escuela Primaria Enrique C. Rebsamen, 1956.

Museo de Arqueología de Tuxpan.

Otro mural es el que ejecutó en Poza Rica durante el 2003 con el tema de la explotación industrial de la riqueza petrolera.  En esta obra decorativa predominan los grises, los blancos, los amarillos, las tierras de sombra, los sienas y los negros, que le permiten crear los contrastes entre las luces y sombras que simbolizan la industria moderna y el conocimiento ancestral. Pero, además, aunado al color, observamos la yuxtaposición de las líneas rectas de las máquinas al fondo y las líneas onduladas de los obreros totonacas que con un gesto de nobleza operan lo que se supone es el futuro de la clase trabajadora. Este mural, «El Petróleo y su Historia Regional», representa el trabajo y auge de la industria petrolera en esta región. Se encuentra en la Sala de Visualización del Subsuelo Amado Govela Salvador del Activo Integral de Producción Bloque No. 02 en Poza Rica, Veracruz.

Frente a una imagen de Teodoro Cano debemos recordar que una pintura mural, como también una escultura o una fotografía, no solamente aspiran a ser una obra de arte, sino que son en sí mismas un documento donde el artista vierte su mirada que contempla e interpreta o reinterpreta el acontecer social, político, económico o religioso de una comunidad.

Entonces podríamos afirmar que Teodoro Cano, desde muy pequeño tenía pegado al cuerpo el alma de su ser totonaca y, apoyado con las técnicas que aprendió de sus ancestros, así como de sus maestros impulsores del arte nacionalista, construyó su propio universo.

FOTO: MIGUEL ÁNGEL CARMONA/FOTOVER

Siendo así como en su obra podemos contemplar al artista, pero también al estudioso de su pasado y de su presente, porque la relación entre la obra de arte y la vida cotidiana no es puramente estética, incluye, sin duda alguna, todos los procesos históricos del mundo que interpretó, pero, sobre todo, Teodoro Cano García, con sutiliza reclama a través de su obra pictórica justicia y reconocimiento para las culturas originarias, en especial para los totonacos.

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Lic. en Antropología Social por la Universidad Veracruzana con maestría en Literatura Mexicana por el Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la UNAM y estudios de posgrado en Arte Mexicano por la Universidad Iberoamericana. Premio Nacional de Periodismo Cultural (1987) como parte del consejo editorial de El Istmo en la Cultura; y Premio Estatal de Periodismo Cultural (1989) como fundador y editor del suplemento cultural Caligrama del semanario La Crónica. Catedrático de Historia y Filosofía del Arte en la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana. Profesor de Iconografía Prehispánica e Iconografía Novohispana en la Maestría en Arquitectura y Restauración de Bienes Culturales de la Universidad Veracruzana. Editor de Antología de Arte Latinoamericano y Arte Mexicano (2017) y Antología de Arte Contemporáneo (2018). Autor de Entre la tragedia y la comedia siempre la máscara (Ed. Tinta Indeleble, 2018), y Memoria gráfica de una vanguardia en Jalapa: el estridentismo (Ed. Tinta Indeleble, 2018). Q.E.P.D.