De un escritor como Fédor Mijáilovich Dostoievski sólo se puede esperar leer obras maestras. Este provocador de la duda y de la angustia, sabía tanto o más de la condición humana que Shakespeare. Explorador de la psicología, la conducta y el alma, en medio de contextos adversos, logró ver, mejor que nadie, los problemas políticos, sociales y espirituales de su época. Pero, sobre todo, de su país, Rusia. El mundo ruso, entre oriente y occidente, nos resulta tan complejo como apasionante. Dostoievski y Shakespeare son, muy probablemente, los dos escritores que más obras capitales lograron escribir. Dostoievski ejerció una influencia notable en autores como Herman Hesse, Jean-Paul Sartre, Marcel Proust, Thomas Mann, Albert Camus, Jorge Luis Borges, Philip K. Dick, Franz Kafka y Gabriel García Márquez, entre muchos otros. Nietzsche (que encontró un ejemplar de «Crimen y castigo» en una librería de viejo en Niza), afirmó que Dostoievski era el único psicólogo al que le había aprendido algo.
Dostoievski (1821-1881) no sólo fue el renovador de la novela rusa y el principal rival literario de Tolstoi («Crimen y castigo», de Dostoievski, se publicó el mismo año que «Guerra y paz», de Tolstoi), sino que fue el profeta de la resurrección espiritual de Rusia y Europa.
En la época que descubrí a Dostoievski, yo también estaba interesado en la historia contrafactual (ese dudoso género de la historia que, buscando construir una historia más humana y compleja, basa su método en la especulación: ¿qué habría sucedido si en lugar de X, hubiese sucedido Y?), de manera que, después de leer un pasaje de la vida de este titán de la literatura rusa, y según el cuál, Dostoievski estuvo a punto de ser fusilado antes de haber escrito la gran mayoría de sus obras literarias, no pude evitar preguntarme qué habría ocurrido de haber sucedido así. ¿Habrían escrito los mismos libros todos los escritores que estuvieron fuertemente influenciados por él? ¿Habría cambiado en algo la historia de Rusia y del mundo? Sabemos que, de acuerdo a la teoría del caos y, en particular, a la del efecto mariposa, el aleteo de una mariposa puede desencadenar un tifón en algún lugar del mundo.
Tres incidentes minúsculos (o tres «causalidades»), pueden desencadenar una tragedia mayúscula: recordemos que el archiduque Francisco Fernando de Austria, desobedeció a su guardia personal y decidió ir al hospital a ver a los heridos después de que fallase un plan para asesinarlo. Uno de los conspiradores se detuvo a comer un sándwich en un bar, antes de huir de la ciudad. Y el chofer del archiduque se equivocó de calle camino al hospital, dando como resultado que su coche y el conspirador se encontrasen, frente a frente. El conspirador pudo así asesinar al archiduque provocando, a partir de esta cadena de sucesos fortuitos, la Primera Guerra Mundial.
La primera vez que leí acerca del importante suceso que ocurrió en la vida de Dostoievski, no había leído todavía ni uno solo de sus libros. Lo leí en un relato histórico, escrito por Stefan Zweig, que encontré en un libro que había sido de mi abuelo materno, con este largo título:
«Dostoievski, San Petersburgo, Plaza Smenovsk, 22 de diciembre de 1849».
En la fecha citada anteriormente, Dostoievski, junto con otros anarquistas (el grupo de Nicolás Spechnev), una organización clandestina que impulsaba una revolución campesina en Rusia, estuvo a punto de ser ejecutado. A los conspiradores ya les habían leído la sentencia; un sacerdote ortodoxo les había dado una cruz de palta para que la besaran (Dostoievski, aterrado, se colgó de la cruz); los soldados les habían entregado unas capuchas blancas para que se las colocasen sobre las cabezas y se disponían a fusilarlos. Pero de último momento, se les informó que el Zar, Nicolás I, en un acto de infinita clemencia, había decidido conmutarles la pena de muerte y cambiarla por una pena de cinco años en una prisión de Siberia.
La lejana y solitaria Siberia hervía en verano y helaba en invierno. Las condiciones de la prisión eran lamentables, por decir lo menos. En esa época se intensificaron los ataques de epilepsia que Dostoievski sufría. Más adelante conseguiría imprimir los estados febriles de aquellas experiencias psíquicas, con sus visiones (decía ver destellos y tener visiones místicas antes de cada crisis) en sus obras literarias, dotándolas de mayor profundidad. En aquellos pabellones, Dostoievski debió de pensar mucho en su infancia. En la severidad de su padre y en el amor incondicional de su madre. En el día en que los siervos de su padre lo lincharon, por haber infringido un fuerte castigo corporal a uno de ellos. Los compañeros de cautiverio de Dostoievski eran de la peor calaña. Ningún escritor o intelectual ruso de aquella época tuvo una experiencia semejante (Aleksandr Solzhenitsyn, autor de «Archipiélago Gulag» y Premio Nobel de literatura ruso, en 1970, experimentó la prisión en los campos del Gulag de Siberia, de la Unión Soviética, algunos años después). Esta experiencia fue fundamental en la vida y en la obra de Dostoievski. La utilizó como el laboratorio que germinaría más tarde en sus novelas. Después de todo, ya había decidido abandonar la carrera de ingeniería militar, para la que había estudiado, para dedicarse de lleno a la escritura. Durante sus años de cautiverio, descubrió que aquellos personajes del pueblo con los que convivía eran miserables, abusadores y viciosos.
Lo impactaron los horrores que vio en ese lugar. Sin embargo, también encontró que, en el fondo, esos criminales tenían remordimientos y conservaban la dignidad. Para Dostoievski, existía la esperanza de que ellos se reformasen. Era una esperanza que le surgía de la religión cristiana. Pudo constatar que, a pesar de haber robado y asesinado, esos hombres se consideraban a sí mismos todavía cristianos. Germinaba en Dostoievski la idea de que era posible construir una sociedad ética que estuviese vinculada a la religión, es decir, a la creencia espiritual.
Si en la obra de Nietzsche surge un nuevo hombre, uno que está más allá del bien y del mal, un nihilista que no cree en Dios y que ve en el poder una forma de configurar al mundo, en Dostoievski surge también un nuevo hombre, pero un hombre que siente culpa y se reivindica a través de la conciencia cristiana que se tiene del bien y del mal.
Los personajes de Dostoievski poseen una honda y compleja psicología. En sus novelas abundan los criminales, los parias, los maniáticos, y los pervertidos. A pesar de ello, sus personajes nos fascinan. Y nos fascinan porque nos hablan de nosotros mismos; son, por decirlo así, el espejo de nuestra alma. Tienen, en mayor o menor medida, muchas de nuestras carencias y de nuestras virtudes. Y sin embargo, son brutalmente vitales. Están dotados de una rara y poderosa intensidad.
Toda la problemática religiosa rusa con su gran variedad de elementos, cristianos y paganos, está dentro de la obra del célebre escritor ruso. El origen de la religión rusa no proviene, como en Occidente, de Grecia y Roma, sino del Bizancio.
Al salir de Siberia, Dostoievski se convirtió en el escritor que cambiaría la literatura costumbrista rusa por una literatura más social, más psicológica, más realista, pero también por una literatura más crítica y reivindicativa. Dostoievski es a la literatura lo que Beethoven a la música: un género inclasificable o un género en sí mismo. Introdujo, por primera vez en su país, la novela polifónica. Dostoievski era visto entre los rusos como un ex miembro de la baja aristocracia, pero que a su vez era un ex revolucionario (que ahora se pronunciaba en contra de la revolución, pues la percibía como un fenómeno amoral y nihilista). Y, paralelamente, tenía una postura anti-zarista. Dostoievski era, en ese sentido, una especie de Victor Hugo en la Rusia imperial.
Empero, mientras que como escritor Dostoievski era admirado, en lo personal era un hombre intratable. Rudo con todos, incluyendo con los miembros de su propia familia, justificaba a su enfermedad como la causante de los violentos cambios de humor que manifestaba. Constantemente tenía que disculparse con su hermano por las insolencias que hacía a él y a su cuñada. Se cuenta con una interesante correspondencia al respecto. Dostoievski era irónico, sarcástico, hiriente con sus palabras. Despreciaba a los escritores de la aristocracia rusa (que eran la mayoría), y criticaba su vida de lujos y excesos. No podía concebir que escribieran en la comodidad de sus palacios, con sus caballos y sus carruajes, en medio de banquetes y sirvientes. Eso criticó siempre de Tolstoi, pero también de otros escritores que antes había admirado. Él escribía siempre a contra corriente, con deudas de juego y enfermo. En sus últimos años (murió a los sesenta años), además de la epilepsia, padecía de enfisema pulmonar. Sus constates crisis epilépticas lo postraban tres días en cama, agotado, desesperanzado, sin poder trabajar. Y sólo la sublimación del arte lo salvaba de la aniquilación y la locura.
Después de pensar en Dostoievski, vuelvo a recordar aquel suceso que narra, de manera brillante, Stefan Zweig, en «Momentos estelares de la humanidad», y me pregunto qué sería de nosotros, los lectores de Dostoievski, si el pelotón de fusilamiento hubiese disparado antes de que llegara la conmutación de la pena de muerte.
He vuelto a releer fragmentos de algunas de sus novelas: «Pobres gentes», «Noches blancas», «El jugador», «Crimen y castigo» y «Los hermanos Karamazov» (novela que nunca logré terminar, pero que sigue en mi estante de libros pendientes). Dostoievski tiene la capacidad de angustiarme y de emocionarme por igual. De provocar en mi la sensación de estar siendo tocado por las palabras de un genio. Pero, también, de llevarme a percibir un sentimiento de grandeza y plenitud espiritual.
Y me pregunto, por última vez: ¿qué habría sido diferente en un mundo sin Dostoievski? Lo mismo que sin Elvis Presley, sin los Beatles( el rock habría evolucionado de modo distinto). Tal vez, después de todo, no nos habría hecho falta Dostoievski, pero qué afortunados somos de tenerlo entre nosotros.