El día más largo del Conde Potocki

El 2 de diciembre de 1815 el Conde Potocki se suicidó metiéndose una bala en la cabeza. Había dejado a la posteridad ese libro único, por aquello que, de antemano, juzgamos como maravilloso a algo sin par: "Manuscrito encontrado en Zaragoza".

Consideraciones en torno a “Manuscrito hallado en Zaragoza”


“Durante la dominación de los árabes llamaban a este lugar Afrit-hamami o el baño de los demonios. Hoy lo llamamos “La Fita”. Los habitantes de Sierra Morena no se atreven a acercarse, y por las noches cuentan cosas extrañas que aquí pasan”

Fragmento de “Manuscrito encontrado en Zaragoza”

El sentido de asombro o, mejor dicho, de admiración, que tal es el significado que encierra la palabra “maravilla”, se encuentra en la complejísima narración del “Manuscrito encontrado en Zaragoza”, escrita a lo largo de varios años por el conde polaco Jan Potocki (1761-1815), iniciada en 1797, publicada en San Petersburgo en 1804, y que ha tenido diversas ediciones (la primera en una limitada edición de cien ejemplares), versiones, estudios y análisis, así como una excepcional adaptación al cine, que comprueban que aún se está lejos de darnos una edición definitiva de sus mil páginas, en las que se narra una historia fantástica de viajes, que implica a gitanos, bandidos, ejecuciones, ahorcados, transmutaciones corporales, erotismo (incluyendo el lesbianismo incestuoso por parte de dos hermanas gemelas), cabalistas y hasta al judío errante, y todo en el más amplio marco que sólo puede darnos el mejor horror gótico, que encierra –en su aparente inabarcabilidad- el todavía más inestable concepto de “obra inacabada”.

La edición de 1810 (reeditada por Acantilado en Barcelona, en 2009), narra las peripecias (nunca mejor dicho, si nos atenemos a la etimología de tal palabra: una aventura que corre tanto hacia delante, como hacia atrás, y de la que ya se ocupó Aristóteles en la “Poética”) del capitán Alfonso van Worden, de la guardia valona, en su viaje a Madrid, atravesando la Sierra Morena –definida como una geografía de lo prodigioso constante-, en tiempos del primer Borbón, el rey Felipe V.

La película que rodara Wojciech J. Has en 1965 (Rekopis znaleziony w Saragossie), adaptaba la traducción al francés que Roger Caillois hiciera del libro en 1958 (que sólo presentaba la primera parte de la obra), para la cual Krzysztof Penderecki escribió la partitura musical. En su total duración original -180 minutos-, logró ser estrenada en Polonia pero, una vez fuera del país para su exhibición, sufrió cortes en su metraje, hasta quedar en 125 para su pase, ya una vez en Londres. Jerry García, músico de la banda Grateful Dead, expresó el deseo de restaurar –de su propio bolsillo-, la cinta, a la que consideraba su favorita, cuando la viera una vez en North Beach, en San Francisco, pero la muerte le alcanzó antes que pudiera realizarlo. En su relevo, Martin Scorsese y Francis Ford Coppola se ocuparon de la tarea, devolviéndole sus esplendorosas tres horas de encantamiento y fascinación a la película.

El argumento recoge la historia de Alfonse Van Worden, interpretado por el actor Zbigniew Cybulski, denominado “el James Dean polaco”, acosado constantemente por las hermanas musulmanas Emina (Iga Cembrzynska) y Zibelda (Joanna Jedryka), que culmina con la escena del patíbulo, del que cuelgan dos bandidos que, comprendemos, se transforman en las dos hermanas a capricho. El conocimiento del mundo oriental por parte de Potocki, representado por la “puesta en abismo” de “Las mil noches y una noches” (narraciones dentro de narraciones), es evidente en la novela, y se mantiene en el filme en la red que entretejen sus numerosos flashbacks, y puntos de vista de los varios personajes. La película es una especie de logro épico del director, que también se recuerda por “El sanatorio de la clepsidra” (Sanatorium pod klepsydrą), ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes en 1973, aunque a veces se perciba como un territorio inestable, en el cual el mismo guion –por momentos- no sabe dónde se encuentra parado, pero que se resuelve con destreza, y al que le viene bien una paráfrasis que escribiera el crítico literario y editor David Pringle, sobre la extensa primera novela “Dune”, de Frank Herbert, “un mundo en el que el lector –y el espectador- se perderá”.     

Para celebrar no la muerte, sino el comienzo de la larga andadura de la obra excepcional de Potocki, escritor ilustrado y patriota, escribí una recreación de su suicidio, que bien pudiera valer para aprehender no sólo el momento en que el conde muere, sino el comienzo de lo que sería, más de un siglo después, una novela de culto –a la que su autor volvería, obsesivo, una y otra vez-, extensa como sus tantas versiones (estas mismas una “mise en abyme”, por derecho propio), que daría, por excepción, una película, también, de estricto culto:

El 2 de diciembre de 1815 el Conde Potocki se suicidó metiéndose una bala en la cabeza. Había dejado a la posteridad ese libro único, por aquello que, de antemano, juzgamos como maravilloso a algo sin par: “Manuscrito encontrado en Zaragoza”.

No puede haber artificio en la muerte, advenimiento inherente a lo vivo, como no sea por voluntad humana, en y por sus maneras de precipitarla o adelantarla. Jan Potocki toma un arma y se suicida. Las crónicas advierten que “por causa de fiebres malignas” que, inevitablemente, le conducirían al borde de la locura. Yo tengo para mí que Potocki muere por una fiebre tan artificial como su suicidio: el sentimiento patrio o de lo patriótico. Su amada Polonia se ve sojuzgada por el Imperio ruso, tras la caída del Imperio napoleónico, en el que los polacos habían confiado para liberar su país.

Imaginemos a Potocki. Horas largas ha pasado, encerrado en su biblioteca, puliendo a mano, ayudándose ora de un cuchillo, ora de una lezna, el asa de una preciosista azucarera de plata. Por momentos se corta las yemas de los dedos, por momentos se lastima las palmas. Se afana, los ojos se le saltan en las órbitas. Es la viva imagen del ser pánico. Por fin, la bala está terminada. Toma su pistola. Prueba a que la bala entre en el cargador. Y entra. Piensa en la luna y piensa en la plata. ¿Habría que subrayar una frase tan manida “metal lunar”, para equiparar un medio -una bala “en” una pistola-, bajo la luna, de noche, en una biblioteca, para alcanzar la absolución que sólo cabía en su cabeza?

El Conde Potocki se sienta ante su escritorio cubierto de libros, cubierto de mapas. Un gesto melodramático: los ojos se le van sobre el mapa de Polonia. Levanta el brazo, apunta y dispara. Es la noche del 2 de diciembre. El día más largo para la obra de Potocki, apenas comienza.

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Novelista, cuentista, ensayista y crítico de cine, nacido en Tuxpan, Veracruz, México, en 1973. Tiene una licenciatura en biología terrestre. Su trabajo se ha publicado en México, Argentina, Colombia, Venezuela, España y Francia. Algunas de sus publicaciones figuran en: Tecknochtitlán: 30 visiones de la Ciencia-ficción Mexicana, antología de Federico Schaffler (Edo. de Tamaulipas, 2014); en la antología Futuros por cruzar: Cuentos de ciencia ficción de la frontera México-Estados Unidos (New Borders / Nuevas Fronteras nº 2, Universidad Autónoma de Baja California y University of Colorado, Colorado Springs, 2014) del antologador Gabriel Trujillo Muñoz; un ensayo sobre el teatro del Grand Guignol en Dos Amantes Furtivos, Cine y Teatro Mexicanos, libro coordinado por el investigador y director de cine Hugo Lara (Editorial Paralelo 21, 2015), la novela Weird Western y Steampunk Señor de las máscaras y la novela de terror post apocalíptica Una cierta hecatombe (Camelot América, 2018 y 2019). Fue nominado al Premio Ignotus 2015, de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror(AEFCFT), por su cuento El paisaje desde el parapeto; ha ganado dos veces el premio Tirant lo Blanc por parte del Orfeó Catalán de la Cd. de México y el premio Miguel Barnet que otorga por la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana