La revoltosa más coquette: Elena Garro sin censura. Obra inédita, de Patricia Rosas Lopátegui

Por Elena Garro sabemos que la imaginación es poderosa, y que durante milenios se han imaginado y materializado mecanismos para delinear los destinos de las mujeres, pero también para que seamos más libres, poderosas y gozantes.

Quienes estamos a la moda, sabemos que el 2024 lleva el sonido épico de los corridos y un estilo très coquette, es decir, tiene la apariencia de aquello que es mignon et raffiné (tierno y refinado), pero guerrero y campirano. Por ello, no podemos perdernos el festín de Elena Garro sin censura. Obra inédita, la publicación más reciente de Patricia Rosas Lopátegui, sobre la escritora mexicana más coquette: Elena Garro, quien siempre iba guapísima, aunque fuera en bicicleta, o en su faceta de generala zapatista, contra el despojo de los campesinos.

Elena Garro no deja de sorprendernos y fascinarnos todavía a estas alturas, porque contiene todo y su contrario. Llega al siglo XXI más lozana y revoltosa que nunca: vestida de Balenciaga, con su “piel de durazno norteño”, y su perfume Carnet de bal, Revillon, que huele a manzanilla, jazmín, violeta persa, azucena, pachuli y vainilla. Un perfume que apareció en 1937, y cuyo nombre significa “carné de baile”, un cuadernillo que servía a las asistentes a bailes aristocráticos, donde se señalaba el programa de la velada.

Una vida parece no alcanzar para abarcarla, como nos muestra su biógrafa, quien mantiene una voz apasionada y curiosa para seguir contándonos el que ha sido su más grande reto investigativo, y por quien ha escrito miles de páginas durante décadas. Tal vez porque “la Garro” era una gran hechicera de caminos, como la autora se describe, proyectada en uno de sus alter ego en el relato: “El festín de Helena”,[1] que aparece en el volumen.

Me apresuré a dibujarla como la imaginé cuando leí el cuento. Aunque soy neófita en la acuarela, y no dispongo del mejor material, leer a Garro ayuda contra el autosabotaje y el “mal du pays”, la nostalgia por el país de origen. Leerla puede doler, pero también ayuda a reconfortarse y divertirse porque, como gran escritora, tuvo mucha simpatía por sus personajes, tanto protagónicos, como secundarios. Por ejemplo: las heroínas que fungen como su alter ego, o Juan Cariño, de Los recuerdos del Porvenir (1963), que en 2024 podríamos llamar “un loquito del centro”. Además de loquito, fue activista frente a la ocupación territorial y los crímenes contra el pueblo de Ixtepec, eso sí: con diccionario en mano.

Elena también retrató a las “queridas” de los militares, los hombres poderosos de su tiempo. Las “queridas” de Ixtepec fueron raptadas siendo prácticamente unas niñas. De adultas se volvieron mujeres empoderadas que montaban a caballo, eran capaces de decir majaderías o usar ropa impúdica, pero no eran libres porque vivían amenazadas por sus amos y amantes, quienes, ante cualquier amenaza de ser abandonado, rechazado, o traicionado, las golpeaban o desaparecían. Las “queridas” eran tan “malas” y poderosas, que con cualquier desplante podían activar las heridas de la infancia de aquellos machos bragados, que entrados en cólera, y porque pueden, realizan masacres contra los más vulnerables, que aparecían colgados en las trancas de Cocula, todo para seguir ejerciendo el poder y quedar bien con sus patrones de la capital.

En los años veinte, época en la que se sitúa su novela, no había “jeepeta” o trocón”, su equivalente era el caballo. Ya después, cuando Elena se mudó a la ciudad de México, como buena joven moderna, se desplazaba en bici para ir a estudiar, o para ir a tomarse unos pulques con su hermana Deva, o su comadre, la actriz Isabella Corona, antes de que ambas se convirtieran en las villanas favoritas de la memoria cultural mexicana.

Por eso, este 2024, dibujemos a Elena Garro en bicicleta, como comenzó a hacerlo Paz Ferrer, y después lo he hecho también, a falta de una pulquería en mi petite ville magique, o sea, mi pueblito mágico francés, donde, aunque suene muy coquette, hasta hace unos meses no tenía “habitación propia”, ni para dibujar, ni para escribir. Así comienza Elena Garro sin censura, con un poema de Patricia, su más entusiasta y enterada “sustituta en el tiempo”, quien comprendió “su enojo” hace mucho tiempo, y se convenció de que aquella “villana”, que escribía en Madrid y en París, no era la persona “diabólica” y fantasmagórica que le habían contado.

En aquellos años, Garro era más bien una escritora y veterana no reconocida, ya no digamos sin cuarto propio: sin domicilio fijo, ni máquina de escribir, huida, espiada, con el pelito blanco, “como de fantasma”, como la Helena mendiga, quien también aparece en el cuento “El festín de Helena”, preocupada por cómo va a pagar la cuenta de su consumo eléctrico, pero también, apurada por entregar nuevas obras, para ganar algún premio y poder pagar el alquiler y darle de comer a sus gatitos, porque Garro era una mamá precaria y desesperada, no sólo por su hija, sino también por sus “bestias”, como le dice a sus gatos la escritora Dahlia de la Cerda, quien en su libro Desde los zulos (2023), nos explica cómo son los feminismos sin cuarto propio, y por qué las mujeres precarias están enojadas.

“El festín de Helena” sintetiza, mitifica y desmitifica a la Garro, de quien ahora puedo afirmar que, aunque era muy coquette, no le hacía falta “barrio”, como dice Dahlia. Otra cosa era que, desde joven, escondía frente a su tías y primas catrinas, las “suelas de sus zapatos, pues sabía que ambas tenían unos agujeros ovalados como huevos de paloma”[2]. Ella no quería preocupar más a su papá, que no encontraba trabajo. La joven salía de su casa muy elegante, con su hermana, a buscar chamba en bici, pero como las veían muy “artistas”, no encontraron más que de extras en el filme de un vals, que no se bailaba por los regaños del director, el verdadero aguafiestas que interrumpió durante horas para al final mandarles a pie y sin pago a su casa.

En “El festín de Helena”, aparecen las dos Helenas: la joven coquette, ligera, creativa, y la anciana clochard que ha sobrevivido a varias guerras. ¿Serán la misma persona? Son las “Helenas”, del “catastrófico nombre”, que le intentó imponer a Elena Garro, otro personaje similar al director que aparece en “El primer vals”, y que le escribía cartas violentas y sostenía que “los nombres eran metáforas del origen perdido”, capaz de citar de memoria autores de la Antigua Grecia, o a los románticos alemanes. Tales cartas se han publicado también, compiladas por un investigador que nos propone imaginar a su autor como un “escritor en bata” y sin “corona de laurel”, con complejo “pigmaliónico”[3]. Aunque también es una edición muy elegante y tiene algunas referencias chistosas, como las antes mencionadas, recomiendo más el libro de Patricia, sobre todo a las mujeres. Tal vez es porque la Garro tenía mucha chispa y, aunque tuvo algunas malas frecuentaciones, no le faltaron amigas de la talla de Judith Reyes, autora de corridos, quien por cierto este año celebra su centenario, con la reedición de su biografía[4].

Así, parece que en 2024 volverá a arder “Troya”, pero ya estamos en la plaza, llegamos en bici, entonces, como buenas villanas, vámonos a bailar o a beber un pulque, pero juntas, porque ya no son tiempos para andar aisladas y propensas a la anulación o humillación por tener un origen rural, porque ahora eso está de moda. Lo de “Helena” con h, fue una interpretación que se hizo de ella, inspirada en la Antigua Grecia, en la mujer seductora, que devora hombres y riquezas y provoca guerras, que ha alimentado las fantasías masculinas durante mucho tiempo, temiendo su poder, y por ello ha intentado abstraerla, someterle, imaginarse que es indefensa y similar a un animal doméstico, o “mascotita”, como decía el “escritor en bata”, o como mostraba a las mujeres el sátiro Semónides.[5]

Por Elena Garro sabemos que la imaginación es poderosa, y que durante milenios se han imaginado y materializado mecanismos para delinear los destinos de las mujeres, pero también para que seamos más libres, poderosas y gozantes, por eso, la “yegua de la larga melena”,[6] como describía Sémonides a una de las mujeres de sus pesadillas, me ha inspirado el retrato de Elena, sin h y en bici. Retrato que espero incomode, para que intenten dibujarla mejor.

En el estudio introductorio, Rosas Lopátegui nos explica por qué Garro, quien al parecer nunca amó realmente a su marido, no quería divorciarse de él, pues en aquellos años ¿a qué mujer le podía convenir estar divorciada?, no sólo en México, recordemos que, apenas hasta 1965, las mujeres francesas pudieron abrir una cuenta de banco e ir a la universidad sin la aprobación de sus esposos.

La Elena de la acuarela es una transición entre la Elena con Carnet de bal, yla del pelito blanco sin cuarto propio, tal vez se parezca a la señora Ceci, la viuda de su cuento “La primera vez que me vi”, que aparece en: Andamos huyendo Lola (1980)[7], quien, a través de la voz de Dimas, un sapito mexicano que acompaña y lleva la esperanza, nos explica que: “Ahora suele decirse que aquellos tiempos eran otros tiempos, que eran tiempos mejores. Eso es un decir, no hay tiempos mejores ni peores, todos los tiempos son el mismo tiempo, aunque las apariencias nos traten de engañar con su espejeo”.[8]

Y este año, en el que todo vuelve a ocurrir, y se renuevan las partículas del universo, no falta “la partícula revoltosa”: el festín, la bicicleta, la pulquería y los pétalos de flores caídos, sea en París, en Ahuatepec, en la Ciudad de México, o en Puebla, junto a su estatua. Elena sigue inspirándonos a tener una existencia cultural, y a identificar los mecanismos que intentan aniquilar la escritura de las mujeres, referidos por Joanna Russ y Carmen Medina.

“Cuando una mujer escribe, muere”, decía Elena Garro. Sí, muere, pero también nace su leyenda negra, su trascendencia, como lo demuestra también la artista Bárbara Lázara con las exposiciones y performances sobre su bisabuela: Olivia Zúñiga: “Sonora en el silencio”,[9] quien, por cierto, era amiga de Devaki Garro, y la acompañó a sacar a unos campesinos de la cárcel, a quienes, no conformes con despojarlos, también se les habían destruido su milpa, como contó Elena en: “Breve historia de Ahuatepec” (1959).

Podrán decir misa sobre Elena Garro, pero no que era una tibia. Fue una “insurrecta”, y me parece que en 2024 lo sigue siendo, sobre todo contra el despojo, la deshumanización y el exterminio racista, porque alzó la voz y la tinta contra el uso de bombas de napalm, el exterminio antisemita de los nazis, pero también la hipocresía de las potencias capitalistas y colonialistas que utilizan la retórica de los derechos humanos para cometer crímenes de guerra, como los que ocurren actualmente en Gaza, por ello debemos recordar que los palestinos son semitas, y que sobre todo, son seres humanos, como nosotros, y si tengo una oportunidad para levez l’encre contra el genocidio y el exterminio hoy, sin censura, lo haré en diálogo con Elena Garro, quien, a propósito sobre la deshumanización dijo:

Considero que el papel de las personas no es destacar; las gentes destacan accidentalmente. El mundo moderno ha establecido la competencia entre el hombre y la mujer. Es la cultura de la burguesía la que nos convirtió en objetos. Le quitó el alma al hombre, la trascendencia… por eso los nazis pudieron convertir a los judíos en jabón porque para ellos eran sólo entes biológicos[10].

Queda el deseo de continuar haciéndonos cargo de nuestros fantasmas, como ha hecho Patricia Rosas, pero que nunca nos falten los momentos de gozo, celebración y buen humor, sea en la pulquería “El Porvenir”, o en un apéro con crémant de Bordeaux, porque el champagne está muy caro. Ciao, gros bisous ! O como se dice en mexicano moderno y coquette: chaito!

Escritora Patricia Rosas Lopátegui.

[1] Elena Garro. “El primer vals” en Patricia Rosas Lopátegui, Elena Garro sin censura. Obra inédita, México: Gedisa, 2023, pp. 255-260.

[2] Elena Garro. “El primer vals” en Patricia Rosas Lopátegui, Elena Garro sin censura. Obra inédita, México: Gedisa, 2023, p. 540.

[3] Octavio Paz. Odi et amo: las cartas a Helena. Edición de Guillermo Sheridan. México: Siglo XXI Editores, 2021, pp. 7-37.

[4] Liliana García Sánchez. Judith Reyes. Una mujer de canto revolucionario, 1924-1988, estemos pendientes. Recomiendo también el álbum: “Alas para un canto libre. Tributo a Judith Reyes”.

[5] Pierre Brulé. « Intermezzo: aux origines de la misogyne grecque ».  Les femmes grecques a l’époque classique, Paris, Hachette, 2001, pp. 45-57.

[6] « fière cavale à la longue crinière »Ibid. p.46.

[7] Elena Garro. “La primera vez que me vi”. Andamos huyendo Lola, México: Joaquín Mortiz, 1980, pp. 33-54.

[8] Elena Garro. “La primera vez que me vi”. Andamos huyendo Lola, México: Joaquín Mortiz, 1980, pp. 33-54.

[9] “El misterio de Olivia Zúñiga: la historia de una artista que nadie recuerda contada por su bisnieta”, El País, 1 de enero de 2024. https://elpais.com/mexico/2024-01-01/el-misterio-de-olivia-zuniga-la-historia-de-una-artista-que-nadie-recuerda-contada-por-su-bisnieta.html .

[10] Entrevista con Jorge Ruíz Dueñas, publicada en el diario Novedades, en 1965, apud. Rosas Lopátegui, Diálogos con Elena Garro, 2020, Gedisa, p. 214.

Alejandra Díaz
Alejandra Díaz
Es historiadora cultural en formación. Se especializa en historia de la literatura escrita por mujeres en México, y en el estudio de los procesos de memoria y reconocimiento. Es estudiante doctoral en la Université Bordeaux Montaigne. Ha publicado: "Lola Vidrio al encuentro de su propia voz. Biografía a través del 'Prisma' (1907-1997)" (Universidad de Guadalajara, 2022).
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