La cultura en un pueblo de demonios

Estamos en una crisis civilizatoria, donde en sus estertores el capitalismo salvaje, está imponiendo su lógica de mercado, sustentado en la ganancia a cualquier precio, el humano y ambiental, también.

Asistimos a un momentum donde caminamos aprisa, no volteamos a ver al de atrás, ni al de los lados, en una carrera loca hacia nuestro abismo, vamos como en completo autismo social, como modernos zombies, vivos, pero muertos

Estamos en una crisis civilizatoria, donde en sus estertores el capitalismo salvaje, está imponiendo su lógica de mercado, sustentado en la ganancia a cualquier precio, el humano y ambiental, también.

Una racionalidad que nos está despojando del último humanismo que nos queda. Una nueva normalidad donde lo normal es ser anti-natura, ir contra los valores que nos significan como seres humanos, para degradarnos, no a lo animal, a lo bestial.

El placer extremo, como la violencia, y el dolor, son como la maldad, ya parte de nuestra gramática.

Se trata de escapar de la reclusión de lo moral, de lo correcto, porque nos ata nuestros instintos, nuestros apetitos salvajes, hay que liberarse, derribar todos los códigos de conducta, ser nosotros mismos, se piensa.

La bondad, la compasión, la solidaridad, pensar o sentir por la otredad es signo de debilidad, lenguaje del fracaso, porque son los malos los que tienen éxito en la vida, en las noticias, en los negocios, en el cine, hasta en el cancionero popular.

Es ese el mensaje que nos deja la realidad construida por el marketing, jugando con los impulsos de nuestra naturaleza humana, inhibiendo y atrofiando nuestros sentidos, nuestro pensamiento crítico, adormeciendo nuestra alma y nuestro espíritu.

El marketing está llevando a la sociedad a una regresión primitiva, instintiva, a parajes dionisiacos, donde reina el placer efímero, pasajero, donde es la cultura de la muerte y no la de la vida la que marca pautas y arquetipos de posmodernidad.

El hecho que millones de personas compartan los mismos vicios, no convierte esos vicios en virtud, el equilibrio emocional está roto, nuestro estatus no creció, somos simples esquizoides, pero no lo advertimos.

La crueldad cotidiana, más que un acto que consideramos violento, o destructivo, es parte ya de nuestra forma de ver, pensar y sentir la vida.

La maldad nos ha desconectado de la conciencia moral, los otros han perdido ante nuestra vista su humanidad, los consideramos solo como objetos materiales animados, no como seres humanos.

El marketing ha penetrado y dominado nuestro campo neuronal, los modernos medios de comunicación, la propia inteligencia artificial nos ha bloqueado nuestros elementos cognoscitivos, sentimentales, para sumergirnos en un mundo sub-humano.

Hay que unirse al coro de maldad, porque afuera estamos expuestos, ser malo es estar a la última moda, la ética es anticuada, cursi.

En la nueva normalidad ser más malo, es distinción, clase, aunque huela a putrefacción.

Entramos en la lógica sadista, para poder vivir es necesario no ser víctima del dolor de los demás, porque los que no están aptos para la ley de la selva, versión pos-moderna, no tienen derecho a existir.

La estupidez humana se celebra como virtud, las puertas están abiertas para el festín de las bestias, como nuestros instintos, nuestro canibalismo primitivo, está exacerbado, potencializado en la caza de los diferentes, si los hay todavía.

Arderán en el lago de fuego, pero están narcotizados, idiotizados, viven el momento, no les interesa si existe o no el futuro, mucho menos la otra vida.

El dinero ha estrangulado la inocencia, corrompido hasta santidades. Huele a azufre, la maldad parece reinar, los demonios andan sueltos.

Nuestros sentidos ya no obedecen el aparato sensorial humano, son moldeados como plastilina por el discurso imperante, no por el raciocinio, sino por la propaganda y el marketing, nuestra última defensa de inteligibilidad ha caído, nuestra fortaleza está ya en manos del enemigo.

Se piensa que el mal es transitorio, transitoria, es nuestra existencia, se ha dejado de soñar, hemos agotado nuestra posibilidad creativa, atado nuestra imaginación, cerrado el paso a otras dimensiones de existencia superior.

Es la decadencia sistémica, el final de una era, en el proceso dialéctico a la luz del conocimiento.

En un mundo de tinieblas, de ruido ensordecedor, de desesperanza, de terror, la cultura es la única que puede mantener la llama de lo humano prendida, si le cerramos los últimos espacios, se apagará.

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