Esther Seligson: El ímpetu, la fisura o la inocencia

La exploración del vivir en el tiempo significa para Seligson vivir sin ataduras físicas ni espirituales y el símbolo que une ambos planos es el del maná que se recibía diariamente. Así también lo señala Angelina Muñiz Huberman cuando se refiere a La morada en el tiempo como “un largo poema”.

Amo las paradojas, la turbulencia del anhelo, de la libertad, de los desafíos del Absoluto, y preñada voy de esa sed que me consume y que cuántas veces no me han reprochado sólo pasa en tu cabeza” escribe Esther Seligson en: Todo aquí es polvo, su transitar entre la retrospección y la introspección, evoca los movimientos de una danza: viva, vertiginosa o vulnerable, de igual modo que su espíritu siempre evocó un entramado de sinuosos nervios, e ímpetus diversos, -frente al umbral de su fuerza y de su espiritualidad-, pero también podía existir en lo flexible y ondulante de sus frases largas, tan tortuosas como las serpientes de Cioran. Mujer enérgica, tenaz y libre defendió su existencia con autonomía y siguió la exploración de un camino propio, por eso hoy 8 de marzo —día internacional de la mujer— la recordamos.

            Seligson caminaba libremente en la literatura, como en las ideas, no temía explorar en el eclecticismo intelectual o religioso. Lo mismo cita en sus textos la Torah que los sabios tibetanos, los evangelios o los signos astrológicos. Maestra del Tarot, tenía señas de bruja y de adivina; y como poeta, poco le preocupaba tomar la dirección necesaria que la condujera a ver más allá de las cosas o al otro lado de la realidad.

            No le temía tampoco a la muerte sino, a lo que muere, a la neutralidad afectiva, al insidioso silencio, al vivir en el disimulo. La muerte para ella era entrar en un mar infinitamente permeable o translúcido, ese existir sin dejar rastro, divagaciones donde la muerte es la gran protagonista en muchos de sus textos. En su etapa final se desprende de cosas terrenales y escoge la soledad errante y dice: hay que  irse quitando quereres,  porque sólo quien sí sabe, sabe lo que de soledad y de silencio implica la manifestación de la Palabra, el tejido de las sombras fugitivas, el arribo de ese estado de gracia que a veces es anuncio y otras mero sobresalto de lo demasiado intenso, como escribiría San Juan de la Cruz.

            El aliento reflexivo está muy presente en sus ensayos, en sus novelas y cuentos, en la poesía Esther no piensa, no analiza la idea, sino que se muestra, se quiere pura evidencia, y cuando narra lo hace como si el leyente la hubiera custodiado muy de cerca en aquello que relata, en la prosa, la escritura conserva una condición pensante y analítica, que la relaciona vívidamente con el mundo, mientras que en el poema no relaciona sino que es el mundo, no hay intermediación, y por eso es una escritura sin adverbios, de una clara esencialidad, ella no nombra al universo en su poesía, ella es el universo y por eso resulta tan concreta, tan inmediata a la vivencia y a la vida.

            Sólo desde esa vivencia potente o poderosa, donde la vida la permea enérgicamente, es posible mirar toda la luz. Ese primer respeto señalado por Seligson ante la poesía provenía de que, para ella, la poesía es la escritura más próxima a la persona y a su alma, su condición primigenia la hace ser una especie de piel espiritual, piel de íntima resonancia, y por lo tanto es la que está más cerca de la divinidad. Seligson trató de vivir con naturalidad la condición religiosa, de aceptarla en donde y como fuera, por eso se interesó en las disciplinas místicas, no pocas de ellas esotéricas, por ello su tránsito poético acontece a partir de esta cercanía espiritual de confección íntima, al igual que María Zambrano quien ya había reflexionado sobre la confesión y el rescoldo y sobre la culpa que en ella existe. Y la culpa, después de 2000 años de cristianismo suele ser suficientemente perturbadora para los verdaderos creadores. Pero la poesía transforma la culpa, la revierte en no culpa, sino compromiso, materia íntima del ser y búsqueda de la existencia misma. Esto  podemos percibirlo cuando escribe en oración de retorno:

No me basta lo que alcanzo toco miro / me queda siempre un dejo de carencia / por más plena que sea la entrega / del creciente invoco ya a la luna llena / del mañana que será menguante retengo / lo fugaz lo tardío lo mendrugo / centinela de gestos y detalles coleccioné / miniaturas nimiedades entusiasmos / la tristeza en ánforas de barro mal cocido
los sueños en páginas sin quicio /celebré todo vuelo toda caída / y pedí perdón por mi indigencia mi sordera / el ciego ímpetu de inflamar a las palabras.

            La exploración del vivir en el tiempo significa para Seligson vivir sin ataduras físicas ni espirituales y el símbolo que une ambos planos es el del maná que se recibía diariamente. Así también lo señala Angelina Muñiz Huberman cuando se refiere a La morada en el tiempo como “un largo poema”. La suntuosidad del lenguaje, el gran número de imágenes que permean la prosa de aliento dilatado, interminable, el entablado de los fragmentos que no permite la continuidad de las tramas, la inclinación por la expresión interior, la ensoñación irrefutable por el tiempo histórico en bien del lenguaje mítico prensil, son las propiedades propias de la poesía, que sin duda centellean en toda la obra de Seligson.


¿Por dónde has entrado Amor / por dónde has entrado Vida? / Las puertas están cerradas   / ventanas y celosías.  / No soy el amor Amante, / soy la Muerte, Dios me envía. (La morada del tiempo)


            De las preguntas que provienen del dolor, del miedo o el vacío, de la desesperanza incluso, cuando la respuesta anterior, si la había, ya no existe, la respuesta aparece a ordenar el caos. Tratar con la realidad poéticamente es hacerlo en forma de delirio y, en el principio, era el delirio, la alucinación o el ensueño.  La realidad se presenta plenamente perceptible en sí misma, Seligson tiene la capacidad de mirar a su alrededor e  integrar de manera tangible la existencia.

            La realidad está entonces llena de dioses diversos, como decía Tales de Mileto, es sagrada, y puede poseerle. Detrás de lo ominoso hay algo o alguien que puede poseerle. El temor y la esperanza son los dos estados propios del delirio, consecuencia de la persecución y de la gracia, de ese algo que mira sin ser visto. Seligson penetra en los ínferos más profundos del alma para descubrir lo sagrado y lo revela poéticamente.

            Entonces la poesía es entendida como el reencuentro con la palabra esencial, como el restablecimiento del nexo fundamental que nos une a las cosas y a nosotros mismos. Crítica, profunda, arriesgada, así para Esther Seligson la conciencia de búsqueda preside a la escritura.


Bibliografía

Angelina Muñiz, “Exilio y memoria en la literatura judeolatinoamericana” en El siglo del desencanto, México: Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 165-179.

Esther Seligson, A campo traviesa. Antología (ensayos), México: Fondo de Cultura Económica, 2005.

_____, “De la memoria y la identidad” en Noaj. Revista literaria, 6. Jerusalem (agosto 1991): 34-36.

_____, Escritura y el enigma de la otredad, México: Juan Pablos Editor / Ediciones Sin Nombre, 2000.

_____, La morada en el tiempo, México: Ediciones Sin Nombre, 3ª ed., 2004.

_____, Sed de mar, México: Artífice Ediciones, 1987.

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