I
Adriana Malvido se lanzó a mitad de los años 90 a investigar la existencia de las redes sociales cuando aun no aparecían Facebook, Twitter, whatsapp o el tik tok, y lo que siga. Su libro Por la vereda digital es historia de aquellos principios, que hoy, Elon Musk tiene nerviosos a los que tienen como aliados a los boots, esas cuentas falsas de personas falsas que hará que caigan máscaras y mentiras sobre la fama de aquellos que se dicen exitosos porque tienen más de un millón de seguidores, pero no siempre es cierto. Las redes sociales son una falacia y nosotros hemos alimentado ese fantasma inasible. El libro Por la vereda digital advirtió el porvenir de estos tiempos…
Adriana Malvido escribió Nahui Olin, la mujer del sol cuando era casi un secreto que esa mujer fue una víctima del machismo, sexismo y misoginia del siglo XX. Cuando la mujer poeta, pintora y modelo de fotógrafos tuvo la osadía de enfrentar a una sociedad mocha. La periodista escribió su libro cuando apenas era noticia la existencia de esa mujer que hoy es novela, cine, cuento y lo que se acumule junto a Frida Kahlo o Tina Modotti, sus contemporáneas que igual padecieron en su época el desdén a su persona y obra. A Nahui le fue peor que a ellas, porque Modotti murió asesinada por las ideologías y Kahlo en su cama, sin haber conocido la fama de la que hoy goza. Pero Nahui conoció la locura y la pobreza, sin ningún reconocimiento, mendingando amor en la Alameda de la Ciudad de México. El libro de la periodista fue la vital impulsora de su actual reconocimiento.
Adriana Malvido corrió con su grabadora en mano a la zona arqueológica de Palenque, en Chiapas, para abrir la tumba que resguardaba a la Reina Roja, sepultada mil 300 años. Era el año de 1994. En aquel descubrimiento conoceríamos el verdadero significado del año 2012 en la gran civilización maya y, aunque las profecías de la desaparición del mundo aun no terminan por concretarse, su libro La noche de la reina Roja llegó a nuestra existencia para nunca más abandonarnos.
Escribió más libros: Los náufragos de San Blas, aquellos mexicanos que el 9 de agosto de 2006 rescataron perdidos en el Océano Pacífico durante 9 meses y nueve días. Por el libro, Gabriel García Márquez diría: “si yo hubiera escrito esta historia, nadie me lo hubiera creído”. O El joven Orozco. Cartas de amor a una niña. Un libro donde el muralista se enamora de una niña de apenas 12 años de edad. 465 cartas que el pintor le escribió, con dibujos incluidos, a Refugio Castillo, entre 1909 y 1921. Cartas ilustradas que dan fe de un amor que jamás se concretó. Que bueno porque hoy serían materia de denuncia en los tiempos del nuevo feminismo radical.
II
Cuando mi padre y mi madre cumplían 50 años de casados, le pregunté a don Francisco si todavía amaba a su esposa. Su respuesta fue:
–Hijo, esa es una pregunta difícil de responder…Tu mamá ha sido mi compañera de vida. Ha sido mi mujer, mi hermana, mi cómplice, mi amistad más plena. He sentido por ella deseo; algunas veces asco; otras, no quiero hablar con ella porque me cuestiona siempre y temo enrabiarme. Y hay momentos dulces y tiernos que saben a una primavera frente al mar de Tuxpan. Yo creo que todas esas sensaciones son la verdadera expresión del amor de un hombre a una mujer. Entonces, sí, te contesto: la sigo amando…”
Nunca se lo pregunté a mi madre porque nunca dudé de su amor por él. En su mirada, en su sentir día a día, en su compromiso con él hombre que a sus hijos nos constaba le era infiel. Le quedaba a la perfección la frase de Oscar Wilde en una de sus obras teatrales: “como si no fuera suficiente su desgracia, se enamoró”. Sí: enamorarse es una desgracia y es una aventura llena de alegría. Es un don de las personas que creen en la esperanza. Es parte de la ilusión por vivir. Es un regalo de disfraces para aprender del otro la experiencia de lo que la filósofa española María Zambrano me decía en una entrevista, en Madrid:
–No, el amor no se mueve; me mueve a mi; como dice Dante en La divina comedia: “yo soy la vida por el amor”. Un ejemplo: mire usted ese crepúsculo: yo lo estoy viendo de diversas luces desde hace cinco años y puedo decirle que es distinto y es el mismo. No somos nosotros los que cambiamos, es el amor el que nos cambia…Toda la vida me ha movido el amor: y aunque el amor no es para mi, yo soy para el amor.
Adriana Malvido es una llama encendida en el amor a toda prueba, por encima de las tempestades que son el transcurrir de su existencia. Está encriptada en un capelo donde solo da entrada a la alegría, la persistencia en el anhelo de vida, a plenitud. Sale pronto de las tristezas porque sabe que hay que volver a encender la tea y seguir corriendo en el aprendizaje: con la Reina Roja de Palenque, con la Nahui Olin del Doctor Átl, con la Refugio Castillo de José Clemente Orozco: esas mujeres que han llenado de luz su trabajo de periodista. Sus libros son obras para esclarecer las zonas oscuras del ser humano y acaso dar el guiño al lector de que valió la pena vivir. Para adelante. Para atrás, nunca.
Intimidades. Más allá del amor: encuentros con parejas del arte y la cultura de México –su libro con fotografías de Christa Cowrie–, es el más arriesgado que ha escrito la periodista. Arriesgado porque corazón y razón no siempre llevan la mismo ruta. Es algo que queda claro en varias de las entrevistas en el libro. Pregúntenle sino a Carla Hernández Esquivel, la pareja del famoso pintor, Rafael Cauduro. Ella dice: “Sí, siempre he esperado que Rafael me diga que soy estupenda artista y que es como artista que he colaborado con él. Pero ya me quedó claro que eso no va a suceder. Y más me vale procesarlo, ya sé que es mi problema”. Carla se llevó el conflicto a la tumba porque el reconocimiento por parte de Cauduro nunca llegó: ella murió en 2016. Una de sus piezas escultóricas es una mujer saliendo de una tubería del drenaje: no vendió nada de su primera exposición. Ellos terminaron separados en matrimonio pero fueron cómplices trabajando juntos, hasta su muerte.
Hay un libro que leí recientemente, de Javier Marías, Vidas escritas. A partir de otros libros Marías se mete en la vida íntima de los escritores. Los descolones de Djuna Barnes a las escritoras Anaïs Nin y Carson McCullers, que pretendían ser sus amantes sin que ella las aceptara. Cuando Margerie Bonner, mujer de Malcolm Lowry salvó del fuego el manuscrito de Bajo el volcán. El gran amor de Ivan Turgueniev fue una mujer casada, la cantante Pauline Viardot, “La García”, una gitana española a la que siempre le escribía operetas en la que él mismo actuaba. Una frase escrita por Marías, lo dice todo sobre Oscar Wilde: “el bisexualismo es cosa probada, aunque por culpa del escándalo de sus procesos tiende a pensarse en él como en el puro apóstol y protomártir moderno de la homosexualidad”. Tuvo amores con su esposa y una puta que, dicen, le pegó la sífilis; o por la joven irlandesa que después terminó en los brazos del autor de Drácula, Bram Stoker. Para Wilde no solo existió Bosie, el que destruyó su carrera literaria y su vida entera.
En Intimidades de Adriana Malvido apreció mucho la conversación con Angeles Mastretta y Héctor Aguilar Camín, a mi parecer la más sincera relación de las que en el libro nos presenta Malvido. Declaran: “sobrevivimos al salinismo”. “Yo creo que los dos hemos sido muy buenos para respetar la libertad del otro”. “Nadie mantiene a nadie”. “Llevamos más de 30 años platicando”. Uno quisiera de Intimidades –porque el título lo exige–, más sinceridad sobre las diferencias entre la pareja, las infidelidades, los problemas con los hijos. Pláticas de carne y hueso, que laceren y curen: porque lo que no se dice, se pudre. Por ejemplo: cuando mueren el hijo y la hija de Carlos Fuentes y su esposa, Silvia Lemus: el corrillo cultural contaba todas las historias del matrimonio y los hijos, muertos por adicciones. ¿Será cierto? Por ejemplo: la separación entre Octavio Paz y Elena Garro y el chismerío en torno a sus desavenencias literarias y por su hija Helena Paz, que han sido pasto de ensayistas e investigadores y ya no sabemos a quién creer. Sabemos más chisme y menos verdad. Creo que hay que ponerle fin a la hipocresía mexicana y pasar al papel las memorias que nos faltan sobre las parejas en México. El libro de Adriana Malvido –de una prosa escritural impecable–, ya es pionero en el tema.
Malvido es una amiga cómplice en mi vida profesional y personal. Desde aquellos tiempos del diario Unomásuno en que salíamos por las mañanas a comprar un licuado de fresa, cuando no pasábamos de los 21 años ella y 25 años yo; hasta hoy en la actualidad, ya maduritos, en que nos vamos por un tequila y una buena comida con una gran conversación sobre los sucesos de México; o los nuestros, los más íntimos. Hemos reporteado juntos y siempre anhelo encontrarme con ella porque su diplomacia salva mi salvaje decir lo que pienso, sin matices. Repasamos a la cultura del país y lo acontecido en la política nacional, con irrestricto respeto a toda divergencia que hubiera entre nosotros. Ella sabe mis comentarios sobre la idea de este libro y me permití decírselo. Su invitación a presentarlo fue claro: “di lo que quieras”. Intimidades lo leí de un tirón pero me percaté que no siento admiración por varios de los entrevistados. Tampoco animadversión. Pero creo que los entrevistados nos deben más sobre ellos y sus relaciones de pareja. Tiene más autopromoción de su obra, que de su vida. Brindaría por el momento en que ellos sean capaces de decir algo más que frases hechas sobre su íntima relación.
Termino como empecé. Mis padres eran de escasa educación. No estudiaron más allá de la primaria. Los entrevistados de Adriana Malvido son personajes cultos de la vida pública que uno esperaría que civilmente asumieran una verdad más plena y más compleja, que no fueran solo sus logros artísticos. Porque los que conocemos pareja sabemos que el amor está riñendo siempre con la realidad del otro: no es gratuito que exista la palabra odio. Que el disfrute y aburrimiento forman parte de dos. Que el sexo termina por cansar si uno no pone innovación al erotismo. Y que el amor triunfa siempre por encima de toda diferencia, cuando la inteligencia y el corazón van de la mano. El amor es una construcción mental y emocional. No hubiera estado mal que los entrevistados se soltaran un poco el pelo al estilo de Gloria Trevi.
Eso creo, eso escribo.