“[…] Soy el que no conoce otro consuelo
que recordar el tiempo de la dicha.
Soy a veces la dicha inmerecida.
Soy el que sabe que no es más que un eco.
El que quiere morir enteramente.
Soy acaso el que eres en el sueño.
Soy la cosa que soy. Lo dijo Shakespeare […]”
Jorge Luis Borges, (The thing I am)

“Todo el mundo es un escenario
y todos los hombres y mujeres son simplemente jugadores.
Tienen sus salidas y sus entradas.
Y un hombre en su tiempo juega muchas partes (roles)”.
William Shakespeare

Arriesgada y compleja es la tarea de escribir sobre El Bardo de Avon, como también se le conoce a William Shakespeare, el autor dramático y poeta más influyente de todos los tiempos y, sin embargo, también una de las figuras literarias menos conocidas. Hace más de cuatrocientos años, El Bardo de Avon estableció un punto de referencia extremadamente alto para el teatro y la poesía, tanto en la época del teatro isabelino (1578-1642), como en todas las épocas que le siguieron, incluyendo la época actual.

En la antigüedad, los bardos (del galés, bardd) eran aquellos contadores de historias que narraban crónicas y recitaban poesías. Su función fue crucial para mantener la historia viva y transmitirla en el tiempo y el espacio. Un importante bardo fue Homero, poeta griego al que se atribuyen la autoría de los dos grandes poemas épicos de la antigua Grecia, La Ilíada y La Odisea. Durante la época de Shakespeare se comenzó a decir bardos a todos los poetas (de todos los bardos del Reino Unido, legendarios fueron los bardos de Irlanda) y ese es el motivo de que a Shakespeare se le conozca como El Bardo de Avon.

El importante crítico y profesor universitario de la Universidad de Yale (New Haven, Connecticut), Harold Bloom (1930-2019), que dedicó décadas al estudio, análisis y enseñanza de la vida y obra de William Shakespeare, escribió un libro en cuyo título se podría abreviar (si es que eso fuese posible) la mayor importancia de la obra del Bardo de Avon. El título del libro es: Shakespeare, el inventor de lo humano (un libro que tiene sus críticas debido a algunas inconsistencias y a las hipérboles de las que Bloom, según sus detractores, hacía uso constantemente). Lo apropiado del título tiene que ver con el hecho de que la obra de Shakespeare puede enseñarnos mucho sobre cómo abordar las grandes preguntas de la humanidad. Los temas prominentes de la obra de Shakespeare son universales y atemporales. Por eso Shakespeare sigue hoy tan vigente como lo estuvo en los siglos anteriores. Bloom consideraba a Shakespeare el autor de una “Biblia” secular. Pensaba que sus  obras (37 obras teatrales: tragedias, comedias, comedias tardías novelescas, fantasías; 154 sonetos y 4 obras líricas) eran más influyentes que las obras de Homero y Platón. Llamó a la idolatría que se tiene en todo el mundo por el Bardo como la «bardolatría» (de la misma manera en que la adoración por los Beatles es conocida como la «Beatlemanía»).

Aunque el lenguaje que utilizó Shakespeare ahora nos podría resultar arcaico, alumnos de todos los colegios del Reino Unido y de otros países lo continúan estudiando con fervor. Sumado a la profundidad de pensamiento y sentimiento de su obra, el lenguaje es manipulado por el bardo de manera brillante y hermosa, por decir lo menos. Por otra parte, su obra constituye uno de los temas de mayor importancia para los estudiantes de letras inglesas en universidades de todo el mundo. Las obras del bardo se siguen leyendo e interpretando con entusiasmo por todas partes. El idioma inglés moderno debe a Shakespeare la creación de más de 3,000 palabras y frases. Sus obras han sido traducidas a más de 100 idiomas, entre los que se cuentan el klingon (lengua vernácula creada en el universo de Star Treck)  y el esperanto (la lengua internacional planificada, más difundida y hablada en el mundo). En el cine el bardo cuenta con créditos en más de 1,140 películas (el cine, además suele tomar las obras del bardo y transformarlas en historias contemporáneas). En 2012, con motivo del Festival Mundial de Shakespeare, se representaron más de 50 obras suyas en 38 idiomas en el Global Theatre de Londres. Todas las anteriores representan prodigiosas hazañas para un hombre que vivió hace más de 400 años.

Mientras que para comprender las obras de grandes dramaturgos británicos, clásicos, (más cercanos a nuestra época), como el excepcional irlandés George Bernard Shaw (1856-1950), deben ser contextualizadas en la época y lugar en la que fueron creadas, el Bardo de Avon, en cambio, puede ser comprendido en cualquier momento y geografía.

En un breve ensayo escrito y publicado en 1993 en la ciudad de Xalapa, por Sergio Pitol (1933-2018), el escritor poblano se preguntaba si grandes autores como Chejov, Joyce, Mann, Kafka o el mismo Cervantes, mientras escribían sus obras, se imaginaban que llegarían a convertirse en escritores inmortales. Pitol pensaba que todo escritor debe ser, en un principio, fiel a sus posibilidades y, con el tiempo, conforme se da cuenta de las exigencias del oficio de contar historias, debía de ir afinando su narrativa hasta encontrar un estilo personal. Ponía como ejemplo al gran cuentista y dramaturgo ruso, Anton Chejov (sobre el que trata el ensayo). El caso de Shakespeare es extraordinario. Resulta incomprensible que el bardo creara sus obras para el entretenimiento popular de su tiempo y no para la inmortalidad. No tomó ninguna previsión para que sus obras llegaran hasta nosotros. Afortunadamente, sus espectadores y, especialmente, sus amigos, sí lo hicieron. Harold Bloom, que además de haber escrito sobre Shakespeare, escribió el célebre Canon literario, lo consideraba el hombre más inteligente que ha vivido sobre la Tierra. El escritor Vladimir Nabokov, por su parte, escribió: «El genio de un africano es que sueña con la nieve. Creo que eso describe el don de Shakespeare». La realidad es que Shakespeare alcanzó alturas que ningún otro dramaturgo rozó jamás.

Ante todo, El bardo de Avon era un gran observador del ser humano. Desarrolló amplios conocimientos de psicología, 300 años antes del surgimiento de esa ciencia. El soliloquio de Hamlet puede leerse como un profundo estudio de psicología y de filosofía. La escena del balcón de Romeo y Julieta es una representación perfecta del amor puro y sucinto. Fascinado, Sigmund Freud comenzó a leer de manera intensa y amplia a Shakespeare desde los ocho años y llegó a citarlo más de cien veces en sus obras y epístolas. Bloom pensaba que Hamlet era mentor de Freud. De todas las obras de Shakespeare, para Bloom, Hamlet es la joya de la corona. La que mejor explora la condición humana, cuestionando la moralidad, la simulación, la autenticidad de las relaciones, la reflexión y la realización del individuo. Shakespeare tenía una comprensión extraordinariamente profunda de cómo funcionan las emociones. Llegó a conocer mejor que muchos la naturaleza y la condición humana. Qué impulsa a los seres humanos a hacer lo que hacen, que hacen con esos impulsos y cómo se relacionan con sus semejantes. Qué los hace luchar entre ellos y cómo es el mundo que, para bien y para mal, los rodea.

Dostoievski, otro profundo estudioso del alma humana, recalcó que las obras de Shakespeare no abordaban la condición humana desde el punto de vista cristiano (como las obras del mismo Dostoievski), pero tampoco desde el punto de vista de los escritores ateos. Su cosmovisión del ser humano era más amplia y más personal.

El estudio de la condición humana podría resumirse como la experiencia total que implica nuestra existencia como seres humanos y mortales, obligados a coexistir dentro de un tiempo y un espacio específicos, viviendo una vida humana y siendo determinados por una serie de aspectos biológicos y emocionales, con sus inevitables reacciones y con toda la complejidad del laberinto sentimental que nos es común. Shakespeare consiguió crear un mundo en el cuál explorar los sentimientos de las personas y, más allá de las restricciones de la época, presentar sus preocupaciones morales. Unas inquietudes que siguen siendo tan vigentes como entonces. La manera de exteriorizar esos sentimientos y dilemas consiguieron que sus obras fueran vigentes independientemente del contexto histórico en el que se presenten.  

Shakespeare vivió en una época muy diferente a la actual. El Estado tenía una presencia todavía más preponderante. Se trataba de un Estado al que era imposible cuestionar y que imponía reglas estrictas para la sociedad. El pueblo era plebeyo, es decir, una clase social marginada con obligaciones para con el Estado y sin privilegios. Las leyes establecían normas de qué colores podían vestir las personas de acuerdo a su clase social. Por otra parte, era un tiempo convulso y violento, donde las guerras y las ejecuciones estaban a la orden del día.    

La fuerza de las obras de Shakespeare está no sólo en la actualidad y en la originalidad de sus tramas, sino en la creación de toda una plétora de más de 100 personajes convincentes y dotados, cada uno, de un carácter único y perfectamente distinguible, inspirados, con toda seguridad, en personas que el autor conoció. Inclusive los personajes secundarios o los personajes portavoces tienen una personalidad propia. Sus personajes no sólo conversan entre ellos sino que tienen soliloquios que nos permiten ver cómo piensan y sienten. Personajes que siguen teniendo mucho en común con las personas que vivimos en la actualidad debido a que, aunque la tecnología y el progreso del mundo se hayan modificado por completo, nosotros, los seres humanos del siglo XXI, en nuestros instintos primarios, seguimos siendo los mismos que las personas que vivieron en la época de Shakespeare. En el fondo, tenemos sus mismas motivaciones, emociones, debilidades, fortalezas, defectos y virtudes. Todo actor desea interpretar a un personaje de Shakespeare alguna vez en su vida. Nadie dotó a sus personajes de la manera que lo hizo el bardo. Los creó desde afuera hacia dentro y los hizo transparentes. Nos cuentan su vida interior y todo lo que necesitamos saber sobre ellos. En lo anterior radica la fascinación que sentimos por sus personajes: asumen su humanidad, aunque les resulte doloroso. Abordan, sin ambages, las preguntas más importantes que nos hemos planteado a lo largo de la historia. Aman. Odian. Engañan. Sienten rencor. Son débiles moralmente. Buscan venganza. Son codiciosos y ambiciosos. Son corruptos. Crueles. Incapaces. Actúan de manera irracional. Son víctimas de sus deseos y de sus impulsos. Viven constantemente sujetos a elecciones morales. Son ingenuos. Son buenos. Son puros. A veces se destruyen y, en medio de su destrucción, se llevan consigo a sus semejantes. Algunos son nobles y tienen buenas intenciones, pero algunas veces son arruinados por la maldad que los asedia (Romeo, Julieta, Otelo, Macbeth, King Lear, Bruto).

Y por lo anterior nos atraen sus personajes. Son ambiguos, como nosotros. Se equivocan, como nosotros. No son ni buenos ni malos, como nosotros. Atrae su singular magnetismo.  Nos gustan porque nos identificamos con ellos. Y lo hacemos porque pertenecemos a la misma especie: compartimos, a pesar del tiempo y del lugar que nos separa, algunas de sus mismas emociones, contradicciones, tensiones, sueños y deseos. Formamos parte de su misma condición humana

En Romeo y Julieta, asistimos a la destrucción de un amor inocente y puro, debido a la lucha de dos familias antagonistas. Hamlet quiere vengar el asesinato de su padre pero, al mismo tiempo, quiere evitar la pérdida eterna de su alma. Bruto traiciona a César y Shakespeare cuestiona un dilema presente en la época isabelina: ¿Es lícito, ético y moral destituir o asesinar a un gobernante, cuando se ha convertido en una amenaza para el pueblo que gobierna? Las hermanas de Macbeth juegan con la mente de su hermana, la manipulan, llevándola a sacrificar su alma, y Hécate, motivada tan sólo por la maldad,  quiere destruir a Macbeth. No importa que los personajes de Shakespeare sean personas del pueblo o de la nobleza, todos son profundamente humanos. Los puso a todos en el mismo plano.

La obra de William Shakespeare seguirá siendo una de las más importantes, no sólo debido a la complejidad y vigencia de sus tramas, a la perfección con la que fueron creados sus personajes y a lo cercanos y reales que nos resultan, sino a que posee un extraordinario compendio de moralejas y lecciones que pueden ser aplicadas en todas las épocas y contextos individuales, históricos, sociales y políticos. Shakespeare no solo es un autor genial, sino que está dotado de una fuerza vital sin paralelo y de un sentido profundamente espiritual de la existencia.

Breve biografía de William Shakespeare

Se sabe más de la obra que de la vida de El Bardo de Avon. Lo más probable es que haya nacido el 23 de abril de 1564 (en aquella época no se llevaba el registro de todos los bebés que nacían). Se cree que murió en la misma fecha en que nació, pero del año 1616. Nació en Stratford-Upon-Avon, Inglaterra. Sus padres fueron John y Mary Shakespeare. Se casó a los 18 años con Anne Hathaway, ella era mayor que él, tenía 26 años. Ella estaba embarazada durante la ceremonia. Tuvieron tres hijas: Susanna y dos gemelas. Una de las gemelas murió con 11 años. El Bardo de Avon tuvo siete hermanos, pero sus dos hermanas mayores murieron cuando eran bebés y él pasó a ser el mayor. Su padre, John, era fabricante de guantes y ocupó importantes cargos cívicos en la ciudad, inclusive obtuvo un escudo de armas. William asistió a la primaria local y no se tiene información de que haya cursado la universidad. No se sabe nada de la vida de Shakespeare entre 1585 y 1592, pero en ese último año estableció su reputación en Londres. En la capital inglesa se convirtió en miembro fundador de The Lord Chamberlain’s Men, una compañía de actores. Esta compañía se convirtió, en 1603, en The King’s Men, y fue patrocinada por el rey James I. Shakespeare dividía su tiempo entre su ciudad natal y Londres (un viaje de dos o tres días en aquella época). A diferencia de muchos grandes genios de la literatura, El Bardo de Avon obtuvo un enorme reconocimiento en vida. Murió a los 53 años. La causa de su muerte es un misterio, aunque existen dos hipótesis: un problema con el alcohol (la noche que murió había estado bebiendo con amigos) y el cáncer. Seguramente, nunca lo sabremos.  

El extraordinario soliloquio de Hamlet, príncipe de Dinamarca:

¡Ser, o no ser, es la cuestión! –¿Qué debe
más dignamente optar el alma noble
entre sufrir de la fortuna impía
el porfiador rigor, o rebelarse
contra un mar de desdichas, y afrontándolo
desaparecer con ellas?

Morir, dormir, no despertar más nunca,
poder decir todo acabó; en un sueño
sepultar para siempre los dolores
del corazón, los mil y mil quebrantos
que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara
concluir así!
¡Morir… quedar dormidos…
Dormir… tal vez soñar!
-¡Ay! allí hay algo
que detiene al mejor. Cuando del mundo
no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños
vendrán en ese sueño de la muerte!
Eso es, eso es lo que hace el infortunio
planta de larga vida. ¿Quién querría
sufrir del tiempo el implacable azote,
del fuerte la injusticia, del soberbio
el áspero desdén, las amarguras
del amor despreciado, las demoras
de la ley, del empleado la insolencia,
la hostilidad que los mezquinos juran
al mérito pacífico, pudiendo
de tanto mal librarse él mismo, alzando
una punta de acero? ¿quién querría
seguir cargando en la cansada vida
su fardo abrumador?…
Pero hay espanto
¡allá del otro lado de la tumba!
La muerte, aquel país que todavía
está por descubrirse,
país de cuya lóbrega frontera
ningún viajero regresó, perturba
la voluntad, y a todos nos decide
a soportar los males que sabemos
más bien que ir a buscar lo que ignoramos.
Así, ¡oh conciencia!, de nosotros todos
haces unos cobardes, y la ardiente
resolución original decae
al pálido mirar del pensamiento.
Así también enérgicas empresas,
de trascendencia inmensa, a esa mirada
torcieron rumbo, y sin acción murieron.

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Nació en la ciudad de México en 1971. Es tuxpeño por adopción. Sobrino-nieto de Enrique Rodríguez-Cano, durante su adolescencia, vivió en el puerto de Tuxpan, donde estudió parte de la secundaria y de la preparatoria, y donde también trabajó en los ranchos ganaderos, “Los Rodríguez” y “Los Higos”. Más adelante, estudió la licenciatura en administración, una maestría en administración pública y ciencias políticas y cursó, parcialmente, el doctorado en letras modernas. Tiene cursos y diplomados en economía, finanzas bursátiles, creación literaria y guion cinematográfico. Ha dividido su carrera profesional entre el sector bursátil, la literatura, la fotografía documental, la fotografía de retratos y la fotografía urbana, y la docencia. Entre 2005 y 2006 colaboró como promotor cultural en el gobierno municipal de Tuxpan. Ha publicado cinco novelas cortas y un libro de cuentos (con los pseudónimos Juan Saravia y Juan Rodríguez-Cano). Ha publicado más de treinta relatos cortos en diversas revistas especializadas y más de un centenar de artículos. Ha ganado diversos premios literarios, entre ellos, el «XIV Premio de Narrativa Tirant lo Blanc, 2014», del Orfeó Català de Mèxic. Su novela «Diario de un loco enfermo de cordura», publicada por Ediciones Felou, en 2003, recibió una crítica muy favorable por parte de la doctora Susana Arroyo-Furphy, de la Universidad de Queensland, Australia, y su novela «El tiempo suspendido» fue elogiada por la actriz mexicana, Diana Bracho. Su novela anterior y la novela «La sinfonía interior», publicada por Ediciones Scribere, en Alicante, fueron traducidas al francés y publicadas en Paris, Francia. Ha sido colaborador del diario Ruíz-Healy Times (México), El Diario de Galicia (España), Revista Praxis (Tuxpan, México), Diario Siglo XXI (Valencia, España), Revista Primera Página (México), El coloquio de los perros (Cartagena, España), Revista Nagari (España), Revue Traversees (Luxemburgo-Bélgica), y otros medios. Desde hace 11 años vive en Bélgica, donde es profesor de español (titular de la maestría, por parte del Departamento de Idiomas), orientado a estudiantes de ciencias políticas, ciencias de gestión y ciencias humanas, en la Universidad Católica de Lovaina.