Los nazis y el saqueo de arte en Europa

La idea de Hitler era crear el “Museo del Führer” en su ciudad natal de Linz, un sueño con el cual se obsesionó hasta la muerte y, de paso, organizó su colección privada con obras maestras invaluables.

El saqueo siempre ha sido parte de las guerras, pero la magnitud de las operaciones que llevaron a cabo los nazis para adueñarse del 20 por ciento del arte europeo no tiene precedente.

Adolf Hitler siempre pensó en sí mismo como un artista. Cuando tenía 18 años, después de la muerte de su madre, dejó su pueblo natal de Linz y se mudó a Viena, la glamurosa capital del imperio Austro Húngaro. Hitler veía a Viena como el lugar ideal para hacer realidad su sueño de convertirse en artista, pero antes de mudarse, ya había sido rechazado por la Academia de Bellas Artes de esta ciudad. Aunque había pasado el primer examen en 1907, el comité de admisiones, que contaba entre sus miembros con algunos judíos, decidió que sus habilidades de dibujo no eran suficientes.

Drawing from Adolf Hitler's sketchbook
Un dibujo de Adolf Hitler de 1906 | Laski Diffusion

En su libro Mein Kampf, Hitler dijo que dicho rechazo le pegó como “un relámpago inesperado”. En otoño de 1908, volvió a aplicar a la Academia de Bellas Artes y, una vez más, fue rechazado. Ante la falta de opciones, se mudó del cuarto que rentaba y tuvo que pasar a un refugio para indigentes. En 1909, finalmente comenzó a ganar dinero haciendo pequeñas pinturas de aceite y de agua, la mayoría sobre edificios y monumentos en Viena que copiaba de postales. Con lo ganado de la venta de estas pinturas, pudo mudarse a una casa de huéspedes, donde pintaba de día y estudiaba de noche en forma autodidacta. Ese tiempo en Viena le sirvió para formarse una idea del mundo e interesarse en la política. Además de la vida cultural, lo que más lo influyó de esa ciudad fue la retórica antisemita del alcalde Karl Lueger.

Hitler continuó con su arte al mudarse a Munich en mayo de 1913 y, aunque eventualmente encontró algunos clientes que le encargaban pinturas —la mayoría de ellos judíos—, tuvo que poner un alto a su carrera cuando la policía lo contactó por no haberse registrado para el servicio militar.

Hitler reprobó su examen físico militar y lo declararon “insostenible para combate o trabajo de apoyo”. Era demasiado débil e incapaz de disparar armas. Aun así, a los 25 años se enlistó como voluntario para la Primera Guerra Mundial en el Regimiento de Bavaria, dando por terminado su difícil intento de ser artista. Después de años de pobreza e incertidumbre, por fin tenía un propósito y un sentido de pertenencia.

Tan pronto tomó posesión como Presidente de Alemania en 1934, cuando la depresión económica y la fragilidad democrática del país agravada por la crisis de Wall Street de 1929 había llevado a los nazis al poder, Hitler declaró que cualquier pieza de arte que no fuera de arte clásico germánico sería destruida.

La idea de Hitler era crear el “Museo del Führer” en su ciudad natal de Linz, un sueño con el cual se obsesionó hasta la muerte y, de paso, organizó su colección privada con obras maestras invaluables. Otros líderes nazis también abusaron del poder sobre sus habitantes y naciones vecinas para formar sus propias colecciones. Entre ellos, Hermann Göring fue el que más obras de arte coleccionó; pero a diferencia de Hitler, él tenía conocimiento del valor estético de las obras, y no se dejaba guiar sólo por su ideología. Así comenzó lo que sería una operación sistemática para adquirir las obras de arte más valiosas de todo Europa, incluyendo Austria y Alemania, sin importar que fueran propiedad pública o privada.

Hitler observando la maqueta de Linz

Durante el Tercer Reich, el Führer dictaba los estándares de lo que debía ser considerado arte y lo que no. El arte moderno, por ejemplo, fue llamado “degenerado” por amenazar la identidad nacional y ser producto de judíos y bolcheviques. El cubismo, el surrealismo y el dadaísmo, por ejemplo, debían ser erradicados en nombre de la purificación cultural. Los artistas considerados “degenerados” eran casi todos inmigrantes, extranjeros y judíos, como Pablo Picasso, Henri Matisse, Wassily Kandinsnky, Marc Chagall, Amedeo Modigliani, Piet Mondrian, Max Beckmann y, más tarde también, Vincent Van Gogh, Paul Gaugin y Edgar Degas, pero la lista incluía, irónicamente, también a los máximos exponentes del surrealismo y del expresionismo austriaco y alemán, como Oskar Kokoschka, Egon Schiele, Max Ernst y Wolfgang Paalen.

Para Hitler, las figuras distorsionadas y los colores llamativos sólo podían ser el producto de mentes enfermas y de una raza inferior. El “verdadero arte” debía mostrar paisajes, escenas de la vida cotidiana y valores morales propios del Tercer Reich. En su visión, pintores del siglo XIX como Ferdinand Georg Waldmüller, Franz von Lenbach y Wilhelm Liebl promovían el ideal de la unión familiar entre la gente de raza aria.

Hitler creía que tener una importante colección de arte le traería reconocimiento personal, por lo que pidió al Director de Museos de Berlín que le hiciera un reporte de todas las obras perdidas en la guerra durante los pasados 400 años. El Director le entregó un documento de 319 páginas con información de piezas localizadas en Europa Occidental, Rusia y Estados Unidos. De este modo, pudo identificar el lugar exacto de cada una. Eventualmente, aquella se convirtió en una “lista de compra” que ayudó a los nazis a reclamar ciertas obras de arte a diferentes personas, museos e iglesias en el transcurso de la ocupación. Por ejemplo, el altar de la Basílica de Santa María en Cracovia, del escultor Veit Stoss, fue removido y llevado a Nuremberg, Alemania bajo el argumento de que el artista era originario de ahí. No importa que hubiera nacido en el siglo XV.

En 1937 se implementaron nuevos métodos. Munich fue sede de dos infames exposiciones que pretendían hacerle saber al público cuál era el arte aceptable para los nazis. El 18 de julio se inauguró la llamada “Exhibición del Gran Arte Alemán” en la Casa del Arte Alemán, un edificio público construido por los nazis. El Fuhrer participó en la selección de los cuadros y para la inauguración hubo grandes desfiles y festivales. En la ceremonia de clausura, Hitler ridiculizó al arte moderno y a sus artistas y galeristas, y para no dejar lugar a dudas, abrió al día siguiente otra exposición llamada “Arte Degenerado”, en la cual se degradaba y humillaba explícitamente a los artistas. Los cuadros estaban mal colgados, algunos en el piso, encimados unos con otros, para crear un efecto visual caótico. A lo largo de la exposición había paneles con citas de Hitler y Joseph Goebbels, su jefe de propaganda, ridiculizando y condenando los trabajos. En contraste con las 400,000 personas que fueron a la primera exposición, la de “Arte Degenerado” atrajo a 2 millones de visitantes. Ambas viajaron por todo Alemania difundiendo el mismo mensaje.

“Arte degenerado”

A finales de 1938 se tomó la decisión de enviar 126 piezas de “arte degenerado” a una galería en Lucerna, Suiza, para subastarlas. Esto causó controversia, ya que se pensaba que el gobierno alemán usaría los fondos para comprar armamento, por lo que el galerista Theodore Fischer tuvo que explicar que los recursos se usarían para la compra de nuevas obras para los museos alemanes.

La subasta se llevó a cabo a mediados de 1939 y se vendió el 80% de las obras por sólo 115 mil dólares, la pieza estelar siendo un autorretrato de Van Gogh vendido en apenas 40 mil dólares (su valor actual es de 70 millones de dólares).

Subasta de “Arte Degenerado”

Después de este fracaso, los nazis suspendieron las subastas y el resto de las obras de arte moderno se vendió en galerías privadas a un precio ridículo.

Heinrich Hoffmann, miembro de la Comisión de Explotación de Arte Degenerado y fotógrafo personal de Hitler, quiso llevar a cabo las políticas de su jefe al pie de la letra y le sugirió a Goebbels por qué no mejor quemar el arte no vendido en una gran fogata, como símbolo de propaganda. El 20 de marzo de 1939, un total de 1004 pinturas y esculturas, así como 3825 dibujos, acuarelas y obras de arte gráfico, fueron destruidas por el fuego en la sede de los bomberos de Berlín. Muchas de estas piezas pertenecían a la colección de los museos más importantes.

En abril de 1938, con la anexión de Austria, se decretó una ley que exigía a los judíos reportar a la Gestapo todas sus pertenencias, incluidas obras de arte, muebles, seguros de vida y acciones bursátiles. En tres meses, los oficiales alemanes tenían ya registrados a 700,000 ciudadanos judíos, cuyos bienes ascendían a un valor de 7 billones de marcos imperiales, o bien lo que serían, al tipo de cambio de esa época, 17.5 billones de dólares.

Con esos recursos se pretendía financiar a la milicia en un entorno económico difícil. Las colecciones de arte de los judíos austriacos prominentes fueron las primeras en caer. Aquellos que lograron escapar antes del cierre de las fronteras salieron huyendo y dejaron atrás sus objetos de valor, pero sus casas fueron saqueadas por la SS (unidad paramilitar del Partido Nazi) y por los mismos vecinos.

Hitler acuñó una retórica antisemita para desahogar contra un enemigo doméstico la humillación sufrida en la Primera Guerra Mundial. Así, responsabilizó a los judíos de haberse enriquecido a costa de la raza aria, cuando en realidad la mayoría de ellos eran personas de clase media. Asimismo, los nazis dictaron leyes que justificaban legalmente el saqueo e invitaban a todos los ciudadanos a participar, pues al confiscar sus bienes, una parte se repartía entre las familias locales.

En mayo de 1938 Hitler visito a Mussolini en Roma y se sorprendió de ver la grandeza artística y arquitectónica de esa ciudad. Aunque los nazis ya trabajaban en un proyecto para hacer de Berlín una ciudad monumental similar, la visita hizo ver a Hitler que las colecciones de arte alemanas no alcanzarían para adornar los dos nuevos museos de Linz y Berlín. Así pues, las colecciones confiscadas tendrían que formar parte de este nuevo acervo. Uno puede especular que el rechazo de Hitler por la Academia de Bellas Artes de Viena, años atrás, era todavía una herida que estaba determinado a vengar.

La invasión de Polonia

Por muchos meses Hitler preparó los planes de su invasión a Polonia, ejerciendo presión económica y diplomática. Pero el gobierno polaco, incrédulo, esperó hasta el verano de 1939 para advertir a sus ciudadanos del inminente ataque. Varsovia, Cracovia y Katowice seguían en el proceso de recibir las colecciones recuperadas de Rusia en los años veinte y no estaban preparadas para hacer frente a una nueva invasión. Los museos cerca de la frontera con Alemania enviaron sus obras de arte al este, pero el Castillo de Varsovia, la Residencia del Presidente de Polonia y el Castillo de Cracovia, estaban recientemente restaurados y se creyó que resistirían la defensa de sus obras en bodega.

Conforme se fue deteriorando la situación, las iglesias, sinagogas y monasterios desmantelaron sus altares y escondieron sus tesoros. En la Iglesia de Nuestra Señora de Cracovia, por ejemplo, las figuras policromadas de Veit Stoss fueron desmontadas de su marco y llevadas a la bóveda de la Catedral de Sandomierz. Las piezas pequeñas fueron escondidas en el Museo Universitario local. En medio de esta paranoia, el 23 de agosto llegó el devastador mensaje: Hitler se había aliado con Stalin en el Pacto Ribbentrop-Molotov, lo que auguraba la invasión a Polonia. No había tiempo ya para esconderse.

A tan solo unas horas de que Alemania cruzara la frontera, el 1 de septiembre de 1939, Hitler ordenó matar a todos los hombres, mujeres y niños de ascendencia polaca. Ocho días después comenzó el ataque aéreo más grande registrado hasta entonces. Se dejaron caer 72 toneladas de bombas sólo en el primer ataque. Más tarde, la artillería alemana bombardeó el Castillo Real de Varsovia, destruyendo el techo y algunas paredes, pero sin lograr derribarlo. Los polacos hicieron esfuerzos frenéticos para repararlo, pero a las pocas semanas, los nazis lo ocuparon. Después de cinco años de ocupación, en 1944, Hitler dio la orden de volar el Castillo antes de abandonarlo. Al parecer ocupaba un lugar importante en el imaginario colectivo, pues había una canción que decía “Mientras el Castillo de Varsovia siga en pie, Polonia no estará perdida”. Les tomó varios intentos a los nazis derribarlo, pero una vez que hicieron volar sus cimientos con explosivos, la pérdida de esta joya arquitectónica hirió también los cimientos del alma polaca.

Castillo de Varsovia destruido

En la lista de obras por adquirir para los nuevos museos de Berlín y Linz, las tres más buscadas estaban en un pequeño museo en Cracovia, cuyos dueños eran una familia aristocrática de apellido Czartoryskich. Se trataba de tres obras importantes: una de Leonardo da Vinci, una de Rembrandt y una de Rafael.

“La dama del armiño” de Leonardo da Vinci (1489-1490)
“Paisaje con el buen samaritano” de Rembrandt (1638)
“Retrato de un joven” de Rafael (1514)

La familia Czartoryskich escondió estas obras en las paredes de una cava a las afueras de la ciudad, pero cuando los soldados entraron a la casa, eran tan ignorantes que se llevaron todo lo que brillaba como oro, pero no las pinturas. La obra de Da Vinci se encontró en el piso con la huella de una bota. Göring había nombrado como comisionado de arte al austriaco Kajetan Mühlmann. Su trabajo era proteger las obras adquiridas e inventariar las nuevas que venían llegando de los territorios ocupados. Cuando Mühlmann llegó a Varsovia, se topó con que todo el arte había sido saqueado por los mismos oficiales y que el nuevo gobernador de Polonia tenía estas tres obras en su departamento. Göring ordenó inmediatamente llevarlas a Berlín para presentarlas a Hitler.

La invasión de Francia

Después de Polonia, siguió la invasión a Holanda y Bélgica. A pesar de todas las advertencias, la noticia causo shock en Francia. En esos momentos de incertidumbre, Henri Matisse corrió a una agencia de viajes en París a reservar su pasaje a Río de Janeiro en un barco que partiría de Génova el 8 de junio. Al salir de la agencia de viajes, se topó con Picasso. Ninguno de los dos podía creer que las fuerzas militares francesas actuaran de una manera tan sumisa. Obedecían a la mentalidad de la línea Maginot, un eufemismo que indica tener una estrategia de defensa fallida, pero que brinda un falso sentido de seguridad.

Cuando los franceses se enteraron de lo que había pasado en Polonia, decidieron tomar acción antes de ser el siguiente blanco de los nazis. El Museo Louvre, que contaba con 12.8 km de galerías y alrededor de 400 mil obras de arte, comenzó a empacar todo. En tres días, 200 personas empacaron 3,600 pinturas, esculturas, objetos de arte y antigüedades. Las pinturas más grandes como “La Balsa de Medusa” de Theodore Gericault era demasiado frágil para desmontarla del marco y enrollarla, así que fue transportada de manera vertical.

En agosto de 1939, 37 convoys de ocho camiones cada uno transportaban mil cajas de antiguos artefactos y 268 cajas de pinturas con dirección al magnífico Chateaux de Chambord, el castillo más grande del Valle de Loire, al Sur de París. Tenía suficientes cuartos para guardar todo el arte y salvarlo de cualquier bombardeo. La Mona Lisa tuvo que ser transportada en una ambulancia de manera individual para asegurar que no fuera a ser interceptada. Jaques Jaujard, encargado de protección y evacuación de las obras de arte en Francia, se aseguró de que la caja en que viajaba la obra de Da Vinci no tuviera ninguna indicación. Sólo llevaba las letras “MN” en color negro, sin ninguna otra marca, como era costumbre, y viajaba por sí sola, con un solo curador a su cargo.

El saqueo de Europa hecho por los nazis estuvo inicialmente enfocado al robo de arte para el museo en Linz y otros museos regionales en Austria y Alemania, pero pronto esa idea se expandió para lograr objetivos políticos y culturales como la denigración de los judíos, polacos y otros eslavos. Para 1940, los nazis habían robado prácticamente todo objeto de valor de sus víctimas en Europa del Este, mientras acumulaban las pertenencias de las familias judías de Europa occidental y las mandaban a Alemania, donde las usaban según se necesitara.

Los alemanes entraron a la capital francesa en la madrugada del 14 de junio y, para medio día, la bandera francesa había sido remplazada por la suástica. La más notable era la que ondeaba  en el Arco del Triunfo y en la punta de la Torre Eiffel. Muy pronto los nazis estaban bebiendo champaña y disfrutando de los mejores hoteles en la ciudad de la luz. Al día siguiente, Hitler voló en secreto a París, escoltado por su arquitecto y su escultor favorito, quienes habían planeado un itinerario detallado para conocer la arquitectura de la ciudad. De regreso a las oficinas donde se establecieron, Hitler le dijo a su arquitecto: “Ver París era el sueño de mi vida. No puedo decirte lo feliz que estoy de que hoy se me haya cumplido”. Tal vez esto fue lo que salvó a la ciudad del mismo destino que Varsovia.

Hitler reservó París como un parque de diversiones para sus oficiales, pero esto no los hizo olvidarse del arte ahí guardado. Su robo fue de manera gradual. Los galeristas y familias adineradas habían escondido sus propiedades más valiosas en bancos o fuera de la ciudad. El galerista judío Paul Rosenberg, antes de escapar a Nueva York, dejó 162 obras importantes en el Banco de Libourne. Esto incluía 5 Degas, 5 Monets, 7 Bonnards, 21 Matisses, 14 Braques, 33 Picassos y una buena selección de Corots, Ingres, Van Goghs, Cézannes, Renoirs y Gaugins. Georges Widenstein, otro galerista, dejó 329 artículos en el Banco de Francia y otras 82 obras en el Louvre; pero algunas las tuvo que dejar en su galería.

La familia Rothschild, la más famosa dinastía de banqueros desde hacía 200 años, guardó una fracción de su colección en el Louvre, pero el resto quedó escondida en diversos puntos de Francia. Mariam de Rothschild, conocida por su carácter disperso, perdió una gran cantidad de tesoros al enterrarlos en una gran duna de arena, cerca de Dieppe, sin saber que las dunas se mueven de un lugar a otro con el viento.

El 4 de julio de 1940, Hitler recibió una lista con los nombres y direcciones de los galeristas judíos más importantes de Paris. La Gestapo organizó redadas en 15 diferentes galerías y comenzó la confiscación de casas de los judíos franceses que habían huido. Los nazis convertían esto en un acción “legal” mandando a los oficiales de requisición a levantar un censo y cerrar las casas abandonadas. Nada más en Paris se confiscaron 38,000 casas. El transporte de todos estos bienes se hizo, de manera forzada, a través del Sindicato de mudanzas parisino, el cual hizo uso de 150 camiones y entre 1,200 y 1,500 trabajadores diarios. Todas estas pertenencias fueron llevadas a Alemania para ayudar a las familias que habían sufrido bombardeos. El jefe de Relaciones Exteriores durante la administración nazi, Alfred Rosenberg, dijo en el juicio de Nuremberg: “…Es verdad que recibí la orden del gobierno de confiscar archivos, obras de arte y, más tarde, pertenencias que se encontraban en las casas de ciudadanos judíos. Pero se me informó que las personas ya no vivían en sus departamentos y castillos…”

Para junio, Hitler controlaba la mayor parte del continente europeo y no había necesidad de llevarse las colecciones de arte de las nuevas “provincias”, como él les llamaba, a los países invadidos. El Führer era ahora dueño de todo y los museos nazis seguirían aumentando sus colecciones por medio del saqueo.

Los comandos militares habían ordenado que todo lo confiscado fuera llevado al Louvre. Franz von Wolff Matternich, profesor de arte y aristócrata alemán, convenció al encargado de protección y evacuación de arte en Francia, Jaujard, de aceptar el arreglo. Todo comenzó a ser llevado al museo, pero fue tal la cantidad de obras, que tuvieron que buscar otro lugar en Paris, el cual resultó ser el Museo Jeu de Paume, un espacio pequeño usado por el Louvre para exhibiciones temporales. La organización que llevó a cabo el saqueo fue la Reichsleiter Rosenberg (ERR). También fue acordado que cinco empleados del Louvre permanecerían en el Jeu de Paume trabajando con los alemanes para inventariar todas las obras que llegaban.

Rose Valland fue la curadora que se quedó a cargo de este museo. Su trabajo consistía en espiar a los nazis durante esta operación. Valland fue testigo de 20 visitas que hizo Gôring al museo para seleccionar el arte de su colección personal y para el museo de Linz. Lo que ellos no sabían es que ella hablaba alemán y mantenía meticulosas notas de las conversaciones entre los oficiales alemanes y el destino de los trenes que transportaban el arte robado. Su presencia tranquila la hizo pasar desapercibida. Toda la información que obtenía se la hacía llegar a Jaujard y a la resistencia francesa. Pero corrió un gran riesgo al hacer esto, pues de ser descubierta habría muerto.

La información que la curadora reunió fue de gran ayuda para poder regresar las obras a sus dueños. Más de 22 mil piezas de arte robadas en París habían sido trasladadas a Alemania. Por años, lo mejor del arte y muebles de los judíos franceses estuvieron en el Castillo de Neuschwanstein, en Bavaria. Rose Valland fue galardonada por su rol en la guerra y, aunque se retiró, se mantuvo activa en el mundo de las artes, ayudando a encontrar y regresar las obras robadas en Francia durante esa época.

La invasión de San Petersburgo

En el verano de 1941, una vez que Hitler tuvo el poder sobre Europa Occidental, volteó al Este para traicionar a Stalin e invadir Rusia de manera sorpresiva, forzando a los rusos a cambiar de bando y aliarse con Gran Bretaña y, más adelante, Estados Unidos.  La noticia de la invasión no llegó a tiempo al Museo Hermitage y no fue sino hasta el día siguiente que se comenzaron a vaciar las galerías y los curadores fueron llamados a empacar de emergencia lo más importante.

Aunque los tomó por sorpresa, el Museo estaba preparado con material para empacar, al igual que todos los museos de Europa; pero evacuar el Hermitage era una tarea monumental, aún mayor que la del Louvre. Tan solo las colecciones de los zares cuentan con 2.5 millones de objetos: pinturas, porcelanas, cristales, monedas, joyas, una gran cantidad de antigüedades, muebles y piezas decorativas. En sólo unas horas, el director del museo, Iosif Orbeli, ordenó bajar al sótano las 40 piezas más valiosas.

El primer ataque aéreo a San Petersburgo llegó 24 horas después. Curadores patrullaban los techos, listos para apagar cualquier incendio, mientras el resto corría a resguardarse. La tarea de empacar el arte siguió sin cesar. El primer tren, con 22 vagones y medio millón de objetos, partió el 1 de julio, llegando a Siberia milagrosamente sin contratiempos, cinco días después. El cargamento se dividió entre el Museo del Ateísmo y una iglesia católica. El segundo tren, con 700 mil objetos, partió el 20 de julio. Estos enormes cargamentos representaban apenas la mitad del museo. Cuando no hubo más tiempo y las tropas nazis estaban a tan solo 8 millas de la ciudad, comenzaron a bajar todo lo que quedaba en el Hermitage, pero algunos paneles, mesas de mármol, pisos y mosaicos se abandonaron a la suerte.

Hitler dijo que “la fundación de esta ciudad había sido una catástrofe para Europa” y por ello “debía ser borrada de la faz de la tierra, al igual que Moscú”. Solo así, en su teoría, los eslavos se irían a Siberia y le dejarían a los alemanes el espacio necesario para expandir su Lebensraum.

Durante noviembre y diciembre de 1941, más de 50 mil personas en San Petersburgo murieron de hambre y frio. Cuando llegó la primavera y todo se descongelo, sacaron 46 cuerpos del sótano del museo. En los tres primeros meses de 1943, en medio del bombardeo, el personal sobreviviente removió, a mano, 80 toneladas de hielo y nieve de los pisos de mosaico y madera. La ultima bomba caería el 2 de enero de 1944, 24 días antes de que la ciudad fuera liberada.

El ejército rojo no encontró nada de valor en los museos de las ciudades recapturadas, sólo edificios destruidos, laboratorios arruinados, libros quemados y una desolación inaudita. Más adelante, los americanos notaron que los rusos no llevaban un control estricto de los objetos culturales que se habían perdido y sólo se limitaban a decir “obligaremos a Alemania a restaurar los tesoros de nuestros museos y a pagar totalmente por los monumentos culturales destruidos por los vándalos Hitlerianos”.

Para entonces, el saqueo había llegado a oídos de la comunidad artística norteamericana y Estados Unidos estaba a punto de declararle la guerra a Alemania, Japón e Italia. Desde la Galería Nacional del Arte en Washington, un grupo de curadores y artistas, conocidos como la Comisión Roberts, advirtió al presidente Roosevelt del gran problema en la guerra de poner en riesgo los edificios históricos y tesoros culturales.

La primera invasión de Estados Unidos y sus aliados fue en el verano de 1943 con un ataque masivo al sur de Italia. Algunos soldados participaron en la destrucción de la herencia cultural italiana con el robo de libros, monedas y hasta animales disecados del Museo de Historia Natural. El General Eisenhower se preocupó por este comportamiento que traía mala publicidad a la coalición armada, de manera que ordenó a todos los comandantes respetar los monumentos mientras fuera posible en el marco de la guerra.

“…Inevitablemente, en nuestro camino por avanzar encontraremos monumentos históricos y centros culturales que simbolizan el mundo que estamos tratando de preservar. Es la responsabilidad de cada comandante proteger y respetar estos símbolos cuando sea posible” (Gen. Dwight D. Eisenhower, carta a los comandantes antes de la invasión a Normandia, Mayo 26, 1944).

La primera prueba fue en la batalla del Monasterio de Montecasino, construido en el año 529 AD por Benedicto de Nursia. Esta ardua batalla duró 3 meses y en ella murieron 50 mil civiles y soldados. En febrero de 1944, los aliados tomaron la decisión de destruir la abadía y los nazis usaron esto para difamar a los norteamericanos por toda Europa.

Los italianos tuvieron que ingeniárselas para proteger sus objetos de arte más valiosos como “La última cena”, pintada por Leonardo da Vinci entre 1495 y 1498, que se encuentra en el comedor del convento dominico de Santa María de las Gracias, en Milán. Esta obra de arte tuvo que ser cubierta con costales de arena, madera y varillas para formar una barrera y así soportar los bombardeos y vibraciones. Una bomba de los aliados lanzada por error en el patio de la iglesia destruyo tres de las cuatro paredes del comedor. La única que se salvó fue justamente esa, por las medidas precautorias que se tomaron.

La famosa escultura de mármol “El David”, de 5 metros de alto y 5.5 toneladas, esculpida por Miguel Ángel entre 1501 y 1504, no podía ser movida de la Galería de la Academia de Florencia. Una vez más, se las ingeniaron para envolver esa y otras piezas en un cilindro de ladrillos y arena.

La ciudad de Florencia fue muy complicada de recuperar para los aliados porque existen monumentos y edificios históricos por toda la ciudad. Diez por ciento de los tesoros históricos mundiales se encuentran en esta ciudad. La comisión Roberts decidió emplear fotografías aéreas para señalar a los pilotos los monumentos más importantes que intentaban proteger. Esta fue una de las operaciones más precisas y exitosas de la guerra.

La Comisión Roberts reclutó a directores de museos, artistas, profesores de arte, curadores y arquitectos norteamericanos y británicos que se ofrecieron como voluntarios para formar un grupo que inspeccionó, reparo y reporto monumentos históricos. Al mismo tiempo previnieron cualquier acción indebida por parte de las tropas aliadas en edificios culturales e históricos importantes. Así nació el programa “Monuments, Fine Arts, and Archives”  (“MFAA”), más tarde conocido como “Monuments Men”. Era un grupo relativamente pequeño para la enorme tarea que debían realizar. Para el día de la invasión a Normandía, sólo había 12 oficiales del MFAA. Su habilidad para hacer reparaciones en ese momento era muy limitada debido a los efectos del bombardeo de la pre-invasión. Una situación similar existía en Francia, Bélgica y Luxemburgo. Cuando arribaron los “Hombres Monumento” junto con las tropas aliadas a Alemania, la total destrucción causó que el objetivo de su misión cambiara de la protección a la búsqueda de monumentos robados. Este sería su gran logro: descubrir los principales repositorios nazis del arte en Alemania, Italia y Austria.

Rose Valland les entregó la información completa de las obras de arte que habían salido del Jeu de Paume. El Castillo de Neuschwanstein, como salido de un cuento de hadas, era uno de los principales repositorios. Tardaron un año en vaciarlo, recuperando un estimado de 21 mil piezas. Valland los dirigió también hacia Carinhall, la residencia de cacería de Hermann Göring. El oficial nazi llevaba ya tiempo escondiendo sus obras de arte robado en otros lados, como en su castillo cerca de Nuremberg y otras cinco ubicaciones. Para evitar que los aliados se quedaran con esta mansión, la dinamitó antes de huir. Los objetos de arte pesados que no pudo sacar quedaron enterrados bajo los escombros. Los oficiales llegaron encontrar un tren abandonado en las vías, repleto de arte. Cuando Göring fue arrestado había almacenado más de 2 mil pinturas, esculturas, tapetes y otras obras.

Pero el descubrimiento más importante fue en una mina de sal en Alt Ausse, Austria. Después de pasar una serie de túneles, los “Hombres Monumento” descubrieron más de 6,500 pinturas, muchas de ellas destinadas al museo de Hitler en Linz. Había miles de dibujos, piezas escultóricas, libros y otros objetos. Les llevó más de tres meses vaciar la mina. La calidad de las obras de arte era impresionante: dos pinturas de Vermeer, una escultura de Miguel Ángel, un altar de pintado por Van Eyck y cientos de tesoros únicos.

El grupo de “Monuments Men” creció hasta reclutar a 345 personas de 14 naciones. La comisión identificó y regresó 45,400 pinturas después de la guerra; pero otras 50 mil siguen extraviadas sin ninguna pista. De las tres obras robadas en Cracovia, sólo se encontraron dos: la de Leonardo da Vinci y la de Rembrandt. La obra de Rafael sigue extraviada. Nunca en la historia hubo un saqueo de arte más grande, pero aun así en los juicios de Nuremberg no se le consideró un crimen de guerra.

En 1995 el Museo Hermitage reveló que tenía 74 piezas de arte importantes que habían sido tomadas por el Ejército Rojo en la guerra. Estas revelaciones dejaron perplejo al mundo. En 1949 las autoridades de la Unión Soviética regresaron cerca de 1 millón y medio de obras, en su mayoría a Polonia y a Alemania del Este, pero la ayuda se detuvo en 1961. Con la caída de la Unión Soviética en 1991, se revelaron reportes sobre lugares secretos en Rusia donde miles de obras de arte robado seguían guardadas. La opinión pública mundial exigió el regreso de estas obras a sus dueños, pero los rusos hasta hoy defienden su derecho a esas obras como pago a cambio de lo que perdieron en la guerra.


• Robert M. Edsel, The Monuments Men: Allied Heroes, Nazi Thieves and the Greatest Treasure Hunt in History, New York: Little Brown and Company, 2010.
• Robert M. Edsel, Rescuing da Vinci: Hitler and the Nazis Stole Europe’s Great Art – America and Her Allies Recovered It, Dallas TX: Laurel Publishing, 2006.
• Lynn H. Nicholas, The Rape of Europa: The Fate of Europe’s Treasures in the Third Reich and the Second World War, New York: Knopf, 1994. 


Documentales:

  • The Auctioneers: Profiting from the Holocaust
  • Nazi Stolen Art: The Final Restitution
  • Hitler´s Circle of Evil (2017)

Películas:

  • The Monuments Men (2014)

Lista de las obras de arte más buscadas actualmente:

https://www.monumentsmenfoundation.org/most-wanted

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