El barrio judío de Amberes: Diario de fotografía

Estoy aquí para documentar la vida en las calles de una de las comunidades más religiosas y herméticas que existen. Los judíos ortodoxos de Amberes viven aislados del mundo en el corazón mismo de la ciudad.


“Las fotografías abren puertas al pasado, pero también permiten echar un vistazo al futuro”

SALLY MAN

“Fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en un mismo eje”.

HENRI CARTIER-BRESSON

Enero, 2019.

Muy temprano, salgo de la estación de trenes Antwerpen-Centraal y, tras un fuerte golpe de frío, dirijo mis pasos hacia el barrio judío de Amberes, ciudad que se encuentra al norte de Bélgica, en la región de Flandes. Amberes es el segundo puerto más grande de Europa y uno de los centros de comercio de diamantes más importantes del mundo. En la actualidad, el 85% de todos los diamantes en bruto pasan por esta ciudad. Muchos de los judíos que aquí viven o trabajan se dedican a su comercio.

El oficio del diamante llegó a Amberes en el siglo XVI y, el corte moderno, fue inventado por un residente de la ciudad de Brujas (llamada la Venecia del norte por sus numerosos canales), capital de Flandes Occidental, a mediados del siglo XV, pero debido a la reducida actividad de su puerto (Zeebrugge), y a la floreciente prosperidad del puerto de Amberes, el comercio terminó por trasladarse a esta ciudad.

Del lado izquierdo de la avenida Koningin Astridplein, las vías del tren corren sobre una sucesión de puentes y de pequeñas torres, construidas a finales del siglo XIX. Cada tantos metros hay una serie de túneles que llevan al otro lado de la ciudad.

Estoy aquí para documentar la vida en las calles de una de las comunidades más religiosas y herméticas que existen. Los judíos ortodoxos de Amberes viven aislados del mundo en el corazón mismo de la ciudad.

Extraigo la cámara fotográfica y la mantengo oculta detrás de las solapas del abrigo; debo ser rápido y discreto a la hora de disparar; sé que a los judíos ortodoxos no les gusta que les tomen fotografías sé también que, para lograr este proyecto, debo convertirme en un transgresor. Con las imágenes se pueden decir cosas mas importantes y mas profundas que con las palabras. La fotografía, igual que le música, forma parte de un idioma universal. La fotografía urbana o callejera consiste en tomar fotografías no planeadas, ni colocadas, de personas en la calle.

©Juan Francisco Hernández

Desde luego, la fotografía no busca la verdad, porque ningún fragmento de tiempo congelado puede representar una verdad, sino apenas una minúscula fracción de ella. No obstante, lo que la fotografía urbana puede y debe captar, es un instante que represente algún elemento de la condición humana.

Para el fotógrafo urbano, el lente de la cámara es un tercer ojo; una ventana al mundo, a través del cual tiene la posibilidad de desarrollar la intuición y la capacidad de observación. La cámara, en un sentido metafórico, ayuda al fotógrafo urbano a tener la sensación de ser un observador oculto; poner a la cámara entre él y lo que observa, le permite mirar las cosas desde otra perspectiva. La cámara fotográfica redirige la mirada hacia las calles, hacia los edificios y, sobre todo, hacia las personas que, en caso de no tener una cámara y la intención de hacer fotografías (porque existe una diferencia entre hacer y tomar fotografías), todo aquello no habría sido observado con el mismo detenimiento.  

©Juan Francisco Hernández

En uno de los callejones giro a la derecha y me interno en su territorio: el barrio del diamante o barrio judío, también conocido como la “Jerusalén del Norte” y que ellos mismos identifican como la “casa grande”. No hay mejor forma de conseguir fotografías que perderse por la ciudad. En la fotografía urbana, la ciudad se convierte en una imagen de la cultura.

©Juan Francisco Hernández

Lo primero que me llama la atención es la forma en la que visten los judíos ortodoxos y el idioma que hablan entre ellos: Idish o yiddish, la lengua de los judíos askenazis de Europa del Este, una lengua ecléctica, de origen germánico y con muchas palabras que provienen del hebreo y de otras de lenguas eslavas como el polaco y el ruso. A diferencia del latín, origen de las lenguas romances, el Idish ha sido preservado en diversas comunidades judías.

En el siglo XIII, procedentes de Europa Central, llegaron los primeros judíos a Amberes. En aquella época, gracias a que le proporcionaban recursos financieros, eran tolerados en el ducado de Brabante. Pero en el siglo XIV fueron acusados de usureros y, más grave aún, de haber causado la peste. A consecuencia de lo anterior, muchos de ellos fueron asesinados y, el resto, expulsados de ciudades como Bruselas, Lovaina y del mismo puerto de Amberes. En el siglo XV, cuando los Reyes Católicos reconquistaron la Península Ibérica y los judíos volvieron a sufrir persecuciones, a pesar de la resistencia que puso el rey Carlos V, que no los quería en sus territorios, llegó una nueva oleada a Amberes. Después de la separación de Amberes y los Países Bajos, muchos judíos se fueron a vivir a Holanda, convirtiéndose en los antepasados de los judíos contemporáneos de Ámsterdam. Durante todo el siglo XVIII, debido a las restricciones que el gobierno de Amberes impuso a los judíos, la comunidad mantuvo un número reducido. No fue sino hasta el Edicto de Tolerancia, publicado por el Emperador José II, de Austria, y al triunfo de la Revolución Francesa, cuando los judíos pudieron integrarse con mayor plenitud a la vida social de la ciudad y dejaron de ser segregados con la misma dureza. En ese tiempo sólo había 38 familias. En 1832, se fundó la Central de Israelitas de Bélgica y los judíos se trasladaron al centro de la ciudad. En 1880, emigraron más judíos de otras partes de Europa, hasta llegar a formar una comunidad de 55,000 personas. Permanecieron con esa población hasta que comenzó la Segunda Guerra Mundial. Hoy quedan entre 15,000 y 20,000 judíos en Amberes.

©Juan Francisco Hernández

Me encuentro con los judíos en los semáforos y en los pasos de cebra. Intento hacer con ellos contacto visual. Pero ellos se muestran esquivos. Algunos cruzan la calle con tal de no pasar junto a mi. Otros circulan a mi lado, pero no me prestan atención. Aunque los judíos ortodoxos son personas pacíficas, tienen una actitud hostil frente los goy (gentiles) o no judíos. A medida que me adentro en el perímetro donde hacen su vida, empiezo a tener un sentimiento de extrañeza, de alienación; cada vez soy más consiente de que no pertenezco a este lugar. En el universo de los judíos ortodoxos me siento completamente solo. Me doy cuenta de que es la primera vez, desde que llegué a Bélgica, no me siento parte de un lugar. 

Sería imposible comprender su hermetismo sin tomar en cuenta esa dolorosa experiencia que fue para ellos el Holocausto judío (la Shoah). Esta impenetrable comunidad, sigue curando sus heridas del pasado. Alemania, un país de gente ilustrada, cuna de la filosofía moderna, de grandes músicos y pintores; una nación, supuestamente, muy civilizada, se les fue encima con una crueldad inaudita. Después del Holocausto, los judíos no pudieron volver a confiar en nadie y ampliaron su sentido comunitario.

En mayo de 1940, los alemanes ocuparon Bélgica. Una parte del gobierno nacional huyó a la Gran Bretaña y formó un gobierno en el exilio. El rey Leopoldo III quedó bajo arresto domiciliario. Los alemanes gobernaron al país junto con las autoridades belgas. En 1942 confiscaron las empresas y las propiedades de los judíos y, como hicieron en los países que ocuparon, les exigieron portar una estrella de David amarilla. A muchos de ellos los obligaron a realizar trabajos forzados en beneficio del nuevo régimen y de su industria militar. Gracias al apoyo de la resistencia belga, 25,000 judíos fueron escondidos y lograron evitar su deportación. Pero otros 25,000 fueron deportados al campo de exterminio de Auschwitz. De esos 25,000, sólo regresaron con vida 2,000. Cada uno de estos judíos que aparece en mis fotografías perdió a un antepasado en esa fábrica de la muerte, ubicada en Oświęcim, Cracovia, al sur de Polonia.

©Juan Francisco Hernández

Existe el judaísmo en general y, como en cualquier religión, también hay diferentes partes y diferentes niveles. Hay judíos conservadores, reformistas, progresistas, ortodoxos y ultra ortodoxos. También están los que son judíos por identidad, pero que no practican la religión. Existe, por otra parte, el sionismo, movimiento político ultranacionalista, que lucha por un Estado judío independiente. Para la mayoría de los judíos, el sionismo es el culpable del creciente antisemitismo en el mundo. Entre otras cosas, se acusa a los sionistas de haber estado de acuerdo con el Holocausto, para poder justificar la creación del Estado judío.

Los judíos de esta parte de Amberes pertenecen a la parte jasídica ortodoxa, creada por el renombrado rabino polaco, Eliezer (Baal Shem Tov), durante el siglo XVIII. Esta interpretación mística del judaísmo se basa en la omnipresencia de Dios y en la posibilidad que tienen de comunicarse con Él todo el tiempo. Es un movimiento muy emocional y se basa en gran parte en la música, como uno de los elementos a través de los cuales se comunican con el creador. Los discípulos de Eliazar se dispersaron y se convirtieron en los rabinos de las comunidades en las que se asentaron, de manera que cada comunidad jasídica sigue a un rabino en particular y tiene costumbres, tradiciones y creencias distintas, pero la base religiosa es la misma.

Lo que hace diferentes a los judíos ortodoxos es su estilo de vida. Tienen una vestimenta particular y no quieren ser influenciados por el mundo secular. Los ortodoxos son más disciplinados y más recatados. Los ortodoxos quieren dar un paso más allá y servir a Dios con mucho más energía. Llevan la religión a un extremo mayor.  

©Juan Francisco Hernández

Se visten siempre de negro por dos motivos: simbólicamente, para representar el luto de la destrucción del templo de Jerusalén y, desde el punto de vista  práctico, para llamar la atención lo menos posible. Los individuos se visten de la misma manera porque no quieren sobresalir por su forma de vestir, sino por su carácter, su modo de tratar a los demás, su lenguaje y el valor de su espíritu.

La mayoría de los hombres usa largas barbas. “La barba es el puente que une la mente y el corazón, los pensamientos y las acciones, la teoría y la práctica, las buenas intenciones y los buenos hechos”. La Torá les impide ofrecer una imagen lampiña al mundo.

Les caen rizos a los lados de las sienes, por delante de las orejas. Las peot son una clara señal que diferencia a su pueblo y constituyen una señal de orgullo que les permite mostrar al mundo que son judíos.

Los hombres solteros llevan solo un kipáen la coronilla. Usar Kipá es un recordatorio de que Dios está por encima de ellos, además de marcar una diferencia entre la jerarquía divina y el hombre. Pero la mayoría porta un Kova, sombrero negro, de ala ancha y piel de conejo o liebre. El sombrero es su símbolo de distinción.

©Juan Francisco Hernández

Como hoy es el Shabat, los hombres casados llevan un sombrero Shtreimel. Como ahora llueve, lo protegen de la lluvia con bolsas de plástico. Uno de estos sombreros puede costarles mucho dinero.

©Juan Francisco Hernández
©Juan Francisco Hernández

Las mujeres casadas no pueden mostrar su cabello en público. Que las mujeres judías se rapen la cabeza o se cubran con una peluca no es una norma, sino una costumbre. La norma de cubrirse la cabeza proviene del Pentateuco, indica que las mujeres judías casadas se deben cubrir la cabeza o el cabello, pero no especifica con qué. El hecho de que se rapen la cabeza tiene una razón histórica: lo hacían en Rusia, en la época zarista, para desalentar a los violadores que llegaban a sus aldeas a violarlas. Muchas teorías sobre por qué las mujeres ortodoxas se tapen la cabeza también se vinculan con la idea del recato. La mujer fiel no muestra su cabello, ya que el cabello de una mujer es descrito por los rabinos como desnudez, y sólo puede ser visto por su marido. Cuando una mujer se divorcia no puede descubrirse la cabeza, pero hay veces, dependiendo de mil cosas, en que la norma judía no se aplica de forma universal. Los casos se estudian de manera particular. Hay casos de mujeres que han enviudado muy jóvenes y a las que los rabinos le han permitido descubrirse la cabeza si lo contrario le dificultaba rehacer su vida de pareja o de familia.

La mujer debe preservar su pureza. Después de la menstruación o el parto las mujeres deben realizarse un baño de inmersión en una bañera que hay en muchas sinagogas y que se llama micvé. Encuentran pareja por medio de sus familias o de un casamentero; se unen muy jóvenes en matrimonio y, a partir de entonces, deben tener todos los hijos que les sea posible. “Creced y multiplicaos”, dicen las escrituras.

©Juan Francisco Hernández

Inhalo profundamente. Entre la ansiedad y la fascinación, camino debajo de una ligera lluvia y un fuerte viento que ha empezado a soplar. Encuentro hileras de árboles a través de las cuales llega la incipiente luz invernal. Aunque, en esta parte de la ciudad, la arquitectura de las calles no es muy atractiva, cada detalle urbano de este paisaje me parece fantástico. 

©Juan Francisco Hernández
©Juan Francisco Hernández

He visto algunos locales de comida y café y una tienda que vende un poco de todo en el otro lado del barrio, casi todos cerrados. En un local he visto que tenían algunos ejemplares de Der Blatt, diario judío ortodoxo que constituye una de sus pocas ventanas que tienen con el mundo exterior. Afuera de un restaurante dice que sirven pescado Gefilte y un platillo llamado Cholent. Los judíos sólo pueden comer carne, cuando ésta ha pasado por un proceso de santidad, el shejitá (proceso similar al de los musulmanes con la carne halal); tampoco comen carne de puerco, morcilla, crustáceos, ni mariscos. En los alrededores también hay comercios de electrodomésticos, fruterías, tiendas de ropa, zapaterías y librerías religiosas. Algunas tiendas de alimentos están abiertas.

©Juan Francisco Hernández

Me resulta extraño mirar a todos esos niños caminando en las calles sin sus padres. Más tarde, me doy cuenta que los adultos mismos de la comunidad los van cuidando desde lejos. Una gran parte se conoce y, entre ellos, existe un profundo sentido de solidaridad.

©Juan Francisco Hernández

He leído que los bebés de los judíos ortodoxos son circuncidados ocho días después de nacer y que el primer circuncidado fue Abraham, a quien se le apareció Yavé, y le indicó que la circuncisión sería el pacto que ligaría al pueblo judío con Dios. Existen varias teorías sobre la justificación de la circuncisión. La más aceptada es que la circuncisión evita infecciones del glande e incluso de la uretra. Las teorías sobre que la circuncisión previene el contagio de enfermedades de transmisión sexual. A los niños no se les puede cortar el pelo antes de los tres años. Cuando llegan a esa edad se les corta en una ceremonia conocida como upsherin.

Se ha criticado mucho el nivel de adoctrinamiento de los niños de las comunidades judío ortodoxas, pero al menos aquí, en las calles, parecen felices. A los adolescentes también se les ve contentos. Ríen por todas partes. Imagino que la falta de contacto con el mundo exterior los hace más ingenuos que los adolescentes actuales.

©Juan Francisco Hernández

La familia y la comunidad son el eje rector en la vida de los judíos ortodoxos. Para muchos se trata de comunidades sectarias y primitivos, pero muchos de ellos dicen ser felices.  

Algunos de sus miembros para los cuales la comunidad llega a ser asfixiante, en lugar de buscar un lugar entre judíos conservadores o reformistas, huyen de estas comunidades ortodoxas, pero les cuesta mucho adaptarse al mundo exterior; casi ninguno lo consigue por completo. No pueden con tanta libertad. Entran al mundo secular como extraterrestres, no saben utilizar el Internet ni abrir una cuenta bancaria, tampoco saben hablar con los goy y el lenguaje altisonante les parece demasiado brutal.

©Juan Francisco Hernández
©Juan Francisco Hernández

Los judíos ortodoxos son considerados en Bélgica una población muy vulnerable frente los ataques terroristas de los grupos islámicos radicales, pero también de los grupos de ultra derecha antisemita. En los barrios judíos de Amberes y Bruselas, la alerta de seguridad se mantiene siempre un nivel arriba que en el resto del país. Varios actos terroristas han ocurrido aquí. En la década de los ochenta, poco tiempo antes de un servicio religioso, un coche bomba explotó frente a una sinagoga jasídica que está muy cerca de este lugar, matando a tres personas y dejando a 106 heridas. En mayo de 2014, cuando yo llevaba ya cinco años viviendo en Bélgica, un ciudadano francés de origen argelino, después de haberse radicalizado durante un año en Siria, entró al Museo Judío de Bruselas y mató a cuatro personas.

©Juan Francisco Hernández
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Muchos judíos ortodoxos, no solo de Amberes, sino de todo el mundo, viven por debajo del umbral de la pobreza. El motivo tiene que ver con el hecho de que después de los dieciocho años sólo se les permite casarse y tener hijos, pero no se les permite seguir estudios universitarios. Se incorporan a los negocios familiares y estudian la religión con fervor. En el caso de Amberes, el nivel de bienestar económico de esta comunidad se ha visto disminuido por la llegada de los indios a la ciudad. Antes los judíos tenían el monopolio del negocio de los diamantes, ahora los indios tienen el 80% y los judíos y otras etnias tienen el 20%.

©Juan Francisco Hernández

Sin estar muchas veces conscientes de ello, los fotógrafos urbanos o fotógrafos callejeros nos dedicamos a registrar el ZeitGeisto espíritu de nuestra época. Como sucede con la literatura, la fotografía cuenta historias. Son juegos de espejos. Creemos que nos interesa conocer las historias de los otros, y otras formas de vida, pero en el fondo, lo que buscamos, es una empatía. Buscamos conocernos a nosotros mismos a través de los otros. Queremos ver cómo otros han enfrentado sus luchas y cómo hicieron para lidiar con ellas. ¿Qué tiene la vida de los judíos ortodoxos que me interesa? ¿Qué hay de mí en este juego de espejos?

©Juan Francisco Hernández
©Juan Francisco Hernández
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Ningún afán de protagonismo mueve a los judíos ortodoxos. Lo único que buscan es vivir una vida conforme a sus preceptos religiosos. Ellos no quieren ser observados, ni tampoco sienten la necesidad de observar a los demás. Y a pesar de ello, en mi exploración por esta parte del mundo, he descubierto que he formado una relación con este barrio. Y aunque no tengo la menor idea de dónde estoy en este instante, cada vez me siento menos extraño en este lugar.

Ha llegado el momento de guardar la cámara y de subirme a un tranvía para mirar, por última vez en este día, el barrio con mis propios ojos y sin la urgencia de obtener una fotografía. Hay también un enorme valor en mirar las cosas, sentirlas y dejarlas ir. El frío me provoca dolor en las manos y en la nariz. Me duelen las piernas y los pies de tanto caminar. Por otra parte, tengo la sensación de haber ganado un día de vida, entre otros tantos días perdidos. Salir a documentar la vida es una de mis formas de dar testimonio de mi vida y de la vida de quienes me rodean y es también una manera de habitar poéticamente el mundo.

©Juan Francisco Hernández

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Nació en la ciudad de México en 1971. Es tuxpeño por adopción. Sobrino-nieto de Enrique Rodríguez-Cano, durante su adolescencia, vivió en el puerto de Tuxpan, donde estudió parte de la secundaria y de la preparatoria, y donde también trabajó en los ranchos ganaderos, “Los Rodríguez” y “Los Higos”. Más adelante, estudió la licenciatura en administración, una maestría en administración pública y ciencias políticas y cursó, parcialmente, el doctorado en letras modernas. Tiene cursos y diplomados en economía, finanzas bursátiles, creación literaria y guion cinematográfico. Ha dividido su carrera profesional entre el sector bursátil, la literatura, la fotografía documental, la fotografía de retratos y la fotografía urbana, y la docencia. Entre 2005 y 2006 colaboró como promotor cultural en el gobierno municipal de Tuxpan. Ha publicado cinco novelas cortas y un libro de cuentos (con los pseudónimos Juan Saravia y Juan Rodríguez-Cano). Ha publicado más de treinta relatos cortos en diversas revistas especializadas y más de un centenar de artículos. Ha ganado diversos premios literarios, entre ellos, el «XIV Premio de Narrativa Tirant lo Blanc, 2014», del Orfeó Català de Mèxic. Su novela «Diario de un loco enfermo de cordura», publicada por Ediciones Felou, en 2003, recibió una crítica muy favorable por parte de la doctora Susana Arroyo-Furphy, de la Universidad de Queensland, Australia, y su novela «El tiempo suspendido» fue elogiada por la actriz mexicana, Diana Bracho. Su novela anterior y la novela «La sinfonía interior», publicada por Ediciones Scribere, en Alicante, fueron traducidas al francés y publicadas en Paris, Francia. Ha sido colaborador del diario Ruíz-Healy Times (México), El Diario de Galicia (España), Revista Praxis (Tuxpan, México), Diario Siglo XXI (Valencia, España), Revista Primera Página (México), El coloquio de los perros (Cartagena, España), Revista Nagari (España), Revue Traversees (Luxemburgo-Bélgica), y otros medios. Desde hace 11 años vive en Bélgica, donde es profesor de español (titular de la maestría, por parte del Departamento de Idiomas), orientado a estudiantes de ciencias políticas, ciencias de gestión y ciencias humanas, en la Universidad Católica de Lovaina.