En el 54 aniversario de la masacre de Tlatelolco recordamos una de las novelas más relevantes de la literatura mexicana y universal: Los recuerdos del porvenir de Elena Garro (1963). En esta obra la autora condensó la historia de México en sus primeras décadas del siglo XX. Por sus páginas desfila un país inmovilizado por la tiranía, la misoginia, la corrupción y la injusticia social.
Cinco años después de la aparición de la novela, el país se vio envuelto en una matanza que no fue más que un continuum del mismo sistema político nacido con la traición a la Revolución mexicana y la Guerra Cristera. El asesinato del pueblo perpetrado por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, resultó ser una muestra más de la intolerancia del régimen posrevolucionario.
A manera de preámbulo
En 1962, un año antes de la aparición de Los recuerdos del porvenir, Elena Poniatowska entrevistó a Elena Garro en París:
Elena Poniatowska (EP): Pero, ¿por qué te importan tanto los indios? ¿Por qué los has defendido?
Elena Garro (EG): Es la pregunta que más me interesa. Para responderla estoy escribiendo un libro. Te diré de prisa que me crié entre ellos y que para mí son tan queridos como mi familia española. Aparte de esta razón sentimental, los indios son las personas cultas del país. Me da risa cuando los bárbaros de la ciudad dicen que van civilizarlos y a incorporarlos. ¿Cómo van a civilizarlos? ¿Enseñándoles las palabras al revés impuestas por la fuerza de la ametralladora? ¿Y a qué los van a incorporar? ¿Al dinero mal habido, al mal gusto de sus casotas, a la sordidez de sus costumbres y a no ser de ningún país, ni pertenecer a ninguna cultura? ¡Es ridículo! Por muy pobres y desamparados que estén los indios, ellos son los depositarios de las formas antiguas mexicanas y de la cultura española. Basta oír hablar a un campesino y a un político para darse cuenta de quién es el bárbaro.
EP: ¿Por eso los has defendido?
EG: Los he defendido porque son nuestras víctimas. El mundo entero protesta cuando linchan al negrito de Alabama. Pero cuando robamos, humillamos, escupimos, violamos y asesinamos a los indios mexicanos, nadie protesta. Desde hace unos meses, cuando la matazón es muy grande, algunos intelectuales protestan, con muchas palabras y pocos hechos. Son muy cautelosos, ¿verdad? Dicen “un latifundista”, “un general”, “un millonario” y sólo el teniente que lleva la ametralladora tiene un nombre tan anodino como Pérez o Martínez. Yo creo que cuando se defiende algo, hay que nombrarlo y también hay que nombrar de quién o qué se le defiende”.1
Y esto es precisamente lo que hace Elena Garro en Los recuerdos del porvenir, nombrar lo que somos, lo que es México a partir de su historia, de sus mitos, de sus crímenes, de sus traiciones, de los siglos poblados de injusticias; en fin, de su memoria colectiva a través de la voz del pueblo de México encarnada en un lugar mítico llamado Ixtepec. Así, cobra vida la cosmovisión mágica, sabia y premonitoria de los antiguos mexicanos, yuxtaponiéndose, y a veces fusionándose, con el legado de los conquistadores españoles. Es decir, lo que somos como nación: indios y españoles, seres duales.
Prolegómenos a Los recuerdos del porvenir
Elena Garro convirtió sus juegos infantiles en páginas memorables de la literatura. Su infancia transcurrió primero en la Ciudad de México y después en Iguala, Guerrero, símbolo del paraíso terrenal en Los recuerdos del porvenir.
La escritora recreó su niñez al lado de su familia y de los indígenas que servían en las casas de su padre y de su tío, José Antonio y Bonifacio Garro Melendreras. Junto a sus hermanos y primos, surgen Rutilio, Félix, Candelaria, Fili, Lorenza, Tefa y Ceferina, sin cuya presencia no habría historias que contar. Los indígenas son, en gran parte de su obra, el eje motor de lo que Elena nos relata. Y éste es uno de los grandes méritos de su literatura: la integración o la fusión de los dos mundos o de las dos caras de México.
Elena Garro, hija del español José Antonio Garro y de la mexicana Esperanza Navarro, fue educada en la tradición occidental y en el pensamiento mágico de los pueblos originarios. Y esta convivencia entre Occidente y el mundo prehispánico provocó una nueva realidad, el rostro de México, el que la polígrafa plasmó magistralmente en su novela.
En Iguala vivió, no de espaldas, sino frente a frente con los indígenas y tocó todas las dimensiones de su realidad. Estuvo rodeada por su pensamiento mágico, escuchó sus quejas milenarias, recibió su amor, sus cuidados, sus reproches y vivió cotidianamente su hambre y su dolor, sin olvidar a aquellos que vio morir perseguidos por Plutarco Elías Calles. Todo esto hizo mella en su identidad y formó parte de su idiosincracia.
Entre 1951 y 1953, Elena Garro no sabía que iba a inmortalizar a ese pueblito del sur de México al escribir una de las novelas más importantes de la literatura, Los recuerdos del porvenir, publicada diez años más tarde. No sabía tampoco que estaba iniciando una nueva corriente literaria en la literatura hispanoamericana llamada “realismo mágico”. No obstante, la autora siempre rechazó esta clasificación del mundo académico, porque para ella la realidad mágica de su novela no es sino la representación de lo que vio, escuchó y experimentó desde niña; es decir, la representación del pensamiento mágico y milenario de la cosmovisión indígena que siempre ha estado presente en México y en la que ella se crió durante los años que vivió en Iguala.
Años más tarde, desde el exilio en Madrid, recordó la gestación de su obra:
En 1953, estando enferma en Berna y después de un estruendoso tratamiento de cortisona escribí Los recuerdos del porvenir como un homenaje a Iguala, a mi infancia y a aquellos personajes a los que admiré tanto y a los que tantas jugarretas hice.2
Espacio, tiempo y memoria en Los recuerdos del porvenir
Elena Garro desempolvó y reveló con toda su crueldad uno de los temas prohibidos por la historia oficial: la Guerra Cristera (1926-1929). Como ninguna otra obra mexicana, retrata los horrores que vivió el país bajo la dictadura del hombre fuerte de la Revolución, Plutarco Elías Calles. Ahí está el país dividido entre los viejos y los nuevos ricos adueñados del poder y los indígenas que vuelven a ocupar su lugar en el pasado. Iguala-Ixtepec, transfiguración de México, es el pueblo arrasado por un gobierno tiránico en donde los jóvenes no tienen posibilidades de cumplir sus sueños, los indios son vistos como bestias sin derechos a existir, y el amor está condenado a fracasar. Todo muere —nos dice Elena Garro— en donde no hay libertad, justicia, pluralidad, respeto e igualdad. Por eso, en Los recuerdos del porvenir todos los personajes están muertos.
La escritora capta visceralmente a un país que vio desde niña en ese pueblito del sur de México y que sigue repitiéndose en el siglo XXI: la corrupción y las alianzas políticas, el latifundismo, la sociedad racista, la política imperialista de Estados Unidos, los fraudes electorales, el gobierno empresarial, demagógico y autoritario que no ha cumplido con las demandas, no de una minoría elitista, sino de todos los mexicanos. Así, lo extraordinario de esta novela estriba en que además de mostrarnos que la realidad política, económica y social del México de ayer no es muy diferente a la de hoy, también es la primera novela que revela los mitos y tradiciones del mundo prehispánico sincretizados con el pensamiento occidental; esto es, recupera la dualidad mexicana en todas sus dimensiones.
Por eso, junto a la filosofía romántica de los personajes formados en la cultura de Occidente, la de la familia de Martín Moncada, se da la cosmovisión de Tefa y de Félix, la de los antiguos mexicanos, la que ve a Felipe Hurtado caminar bajo la lluvia sin mojarse y la que convierte a Isabel Moncada en piedra. De igual manera, junto a la simultaneidad de tiempos fundada en la psicología occidental moderna, donde aflora el inconsciente cuando Félix detiene el reloj a las nueve de la noche y los Moncada ingresan al juego atemporal de la memoria, convive el tiempo finito de los antiguos mexicanos, la del tiempo que se detiene porque termina el ciclo de la ilusión y los milagros, y arranca la nueva era cósmica sin Julia y sin Felipe, en donde se agudizan la tiranía, los crímenes y las injusticias del gobierno y de los caciques, la realidad del país hasta hoy en día.
En Los recuerdos del porvenir Elena Garro construye la estructura política, social y económica del México posrevolucionario a través de los espacios cerrados y abiertos de Ixtepec, las casas y los alrededores del poblado. Uno de los aspectos que sobresale en la novela es la inmovilidad en que se encuentran sus habitantes. Nada les ocurre. Están rodeados por las fuerzas gobiernistas al mando del general Francisco Rosas, cuyo papel consiste en vigilar el cumplimiento de las leyes revolucionarias. Esto es, que los ricos sigan incrementando su capital al lado de la nueva clase dominante surgida con la Revolución, y que los indios que reclamen sus tierras sean colgados por los pistoleros mercenarios.
Mediante esta idea de repetición, de que nada cambió con el triunfo de la Revolución, Garro confirma que en nuestra historia el poder sigue en manos de las mismas clases sociales. En la novela, la autora examina la Guerra Cristera, masacre que organizó el régimen posrevolucionario como pretexto de la nueva clase dominante para aplastar el levantamiento campesino que reclamaba la restitución de sus tierras. En Ixtepec —microcosmos de México— los ricos del pueblo al servicio de los militares, asesinan toda posibilidad de libertad y cambio.
El 5 de octubre en Los recuerdos del porvenir y en el 68
En Los recuerdos del porvenir el general Francisco Rosas dictó las sentencias en contra de los hermanos Moncada un 5 de octubre en Ixtepec. Las fuerzas gobiernistas fusilan a los jóvenes que buscaban una salida de la tiranía. Igual sucedió el 5 de octubre de 1968 cuando los políticos poderosos planificaron las sentencias en contra de los defensores de la democracia y comenzó la pesadilla para Elena Garro.
Después de la masacre del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, los altos funcionarios orquestaron una rueda de prensa el sábado 5 de octubre, por la noche, para que los reporteros interrogaran al líder estudiantil Sócrates Amado Campos Lemus, en el Campo Militar Número Uno. El 6 de octubre el encabezado de Excélsior difundió así la noticia: “Señalan a Madrazo y Humberto Romero como instigadores. También acusan a Elena Garro, Braulio Maldonado y E. Gorostiza. El líder estudiantil Sócrates Campos Lemus dice que aquéllos alentaron y financiaron el movimiento”.3
Resulta sospechoso que sea precisamente el nombre de Madrazo el primero que salga de los labios de Campos Lemus, es decir, el político que aglutinaba un movimiento democrático bajo la construcción del partido Patria Nueva; seguido por el de Humberto Romero, viejo amigo del tabasqueño, secretario privado del expresidente Adolfo López Mateos y quien cuatro años antes había depositado en manos de la escritora el Premio Xavier Villaurrutia; el de Elena Garro, la activista y periodista que venía pugnando por la Reforma Agraria Integral, y el de Braulio Maldonado, en ese momento asesor de la Central Campesina Independiente.
El Universal decía: “La conjura, al descubierto. Un estudiante descorre el velo; suenan los nombres de Carlos Madrazo, Humberto Romero, Braulio Maldonado, etcétera, como instigadores”.4 Desde las primeras líneas del texto emerge la manipulación y el doble discurso en la posición del líder estudiantil, vendido o controlado por las fuerzas represoras. El propósito de sus declaraciones orquestadas desde el poder, obviamente consistía en desarticular el movimiento madracista, torciendo los hechos que involucraban a los seguidores del político.
Al día siguiente, el lunes 7 de octubre, la primera plana de Excélsior publicó dos noticias sobre la supuesta conjura para derrocar a Díaz Ordaz. Una de ellas anunciaba: “Existe base para llamar a declarar a los presuntos conjurados”, en cuya nota se calificaba a Madrazo y a Elena Garro, junto con otros acusados, de ser los “instigadores del movimiento subversivo descubierto por las autoridades”.5
Elena Garro antes y después del 68
El mismo contexto de totalitarismo, corrupción, nepotismo e injusticias plasmado en Los recuerdos del porvenir llegó a México en el verano de 1968, desencadenando varias organizaciones sociales en contra del régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI), entre ellas el movimiento estudiantil y el movimiento madracista.
Para comprender el contexto de Elena Garro en la matanza de Tlatelolco, es preciso recordar que la escritora se involucró en la defensa de los comuneros de Ahuatepec, Morelos, a finales de 1956. En enero de 1959 ella y los líderes agraristas ganaron un juicio en contra de los terratenientes y políticos que masacraban a los campesinos para despojarlos de sus tierras. Esto molestó a la oligarquía y Adolfo López Mateos, entonces presidente de México, le pidió a Octavio Paz que orquestara la salida de su esposa del país. En febrero de 1959, Garro tuvo que abandonarlo todo y se instaló con su hija Helena Paz en París, en condiciones precarias. En el verano de 1963 regresó a México y el castigo no la detuvo en su lucha en contra de las injusticias y de la dictadura del PRI. Continuó en el activismo a favor de los campesinos, ya no sólo en el estado de Morelos, sino a lo largo y ancho del país. En 1965 se unió al movimiento de Carlos A. Madrazo Becerra, en esos momentos a la cabeza del PRI, quien buscaba reformar el partido en el poder, con el propósito de romper con el totalitarismo de la organización nacida en 1929, y crear una democracia. Elena Garro fue una defensora asidua del madracismo. En el verano de 1968 surgió el movimiento estudiantil en contra del sistema autocrático mexicano. Elena no se alió a esa corriente, pues ella y Madrazo se percataron de que se trataba de un alzamiento que buscaba eliminar a los candidatos que amenazaban la estabilidad priista, y por ende, la estabilidad exigida por la Casa Blanca, en Estados Unidos. Dentro del PRI había varios candidatos que aspiraban a la silla presidencial y detentaban una contienda entre sí. Por otro lado, se encontraba Madrazo, que para septiembre de 1968 había formado un nuevo partido político, Patria Nueva, ya que el PRI lo había expulsado de sus filas en noviembre de 1965.
En el marco de la masacre de Tlatelolco, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz acusó a Carlos A. Madrazo y a Elena Garro, entre otros personajes subversivos del statu quo, de ser las principales cabezas de un complot comunista para derrocar al gobierno. Esta farsa, articulada principalmente por Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación, y la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía secreta del regimen bajo el mando de Fernando Gutiérrez Barrios, crearon esa farsa para eliminar de la arena política a Madrazo, quien iba obteniendo popularidad para las elecciones de 1970, y a su vez desactivar a Elena Garro por su afiliación al estadista tabasqueño y por su activismo. A Madrazo lo eliminaron en un supuesto accidente aéreo, colocaron una bomba en el avión en el que viajaba con su esposa, el 4 de junio de 1969. A la escritora no la asesinaron física sino intelectualmente, mediante la leyenda negra. La acusaron de ser espía del gobierno, de haber denunciado a los estudiantes y a los intelectuales ligados al movimiento estudiantil.
La farsa salta a la vista. Elena Garro nunca fue comunista. Decía que el comunismo era la otra cara de la misma moneda; capitalismo y comunismo no eran distintos. Por otra parte, no pudo haber denunciado a los estudiantes y escritores afiliados al movimiento estudiantil porque esa corriente no era clandestina; se trataba de un movimiento abierto a la opinión pública, por lo tanto, sus simpatizantes y defensores se denunciaban con su presencia en los mítines y manifestaciones en los auditorios o en las calles, así como en los documentos que firmaban.
La farsa orquestada por el gobierno mexicano siguió su curso y Elena Garro vivió los últimos treinta años de su vida estigmatizada por esa leyenda negra. Todavía hoy, en pleno siglo XXI, una gran mayoría de los lectores creen en esa historia creada por la oligarquía, ya que seguimos viviendo en una sociedad patriarcal, en donde se defiende a Octavio Paz, y Elena Garro, paradigma de Eva, Pandora o de Malinalli, es la culpable de todo.
Una novela premonitoria y vigente
Sin duda, Los recuerdos del porvenir es un texto premonitorio. Garro dijo en una ocasión que mientras en México no haya democracia, los mexicanos no tendrán destino”.6 Para la polígrafa seguiremos condenados a la multiplicación del crimen, de la corrupción y al tiempo fijo mientras en México no exista la igualdad socieconómica, de género, y la verdadera pluralidad política.
Al recordar hoy la matanza en Tlatelolco puedo afirmar que la democracia en México sólo es aparente —“la verdad no peca pero incomoda”— pues el país se encuentra todavía repitiendo la misma desigualdad social, la misma misoginia, la misma corrupción, el mismo nepotismo, no importa que el partido político lleve otro nombre. Los recuerdos del porvenir, como afirmó Emmanuel Carballo, “es más nueva que el periódico de hoy”.7 Sin lugar a dudas, la novela de Garro continúa tan vigente como leer el periódico del día.
Un 5 de octubre los poderosos condenaron a los hermanos Moncada a la muerte en manos de un pelotón, y el 5 de octubre de 1968 condenaron al ostracismo y a la leyenda negra a la autora de Los recuerdos del porvenir por su crítica acerba en contra de los oligarcas.
Si bien es cierto que el 68 conllevó a Elena Garro a vivir los últimos treinta años de su existencia en el descrédito, el hambre y la persecución policiaca, también es cierto que la autora nunca pactó con el poder, siempre fue firme y leal a sus ideales de justicia y de libertad. Por eso, su novela representa un legado que debemos leer y difundir por los siglos de los siglos por venir.
Notas
1. Poniatowska, Elena. “La prueba de fuego de los intelectuales”, Novedades, 8 de septiembre de 1962, en Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos de Patricia Rosas Lopátegui. México: Editorial Gedisa, pp. 145-146.
2. Garro, Elena. “Carta. 29 de marzo de 1980”, en Protagonistas de la literatura mexicana de Emmanuel Carballo. México: Ediciones del Ermitaño/Sep, 986, p. 504.
3. Lozano, Jesús M. y Manuel Campos Díaz. “Señalan a Madrazo y Humberto Romero como instigadores”, Excélsior, 6 de octubre de 1968, en Diálogos con Elena Garro, op. cit., p. 280.
4. Iturbide González, Ricardo. “La conjura al descubierto”, El Universal, 6 de octubre de 1968, en Diálogos con Elena Garro, ibid., p. 284.
5. Ravelo, Carlos y Jesús M. Lozano. “Existe base para llamar a declarar a los presuntos conjurados”, Excélsior, 7 de octubre de 1968, en Diálogos con Elena Garro, ibid., p. 315.
6. Sommers, Joseph. “Entrevista con Elena Garro”, en Diálogos con Elena Garro, ibid., p. 203.
7. Vega, Patricia. “Se espera en México a la escritora, luego de 20 años de ausencia”, La Jornada, 3 de noviembre de 1991, en Diálogos con Elena Garro, ibid., p. 624.